En un signo místico convocado por distintas organizaciones de la sociedad civil para coronar el cierre del Mes de la Solidaridad, quisimos decir al país que nos importan los privados de libertad.
La realidad carcelaria es de una indignidad que ya no es tolerable. La miseria y la violencia se dan cita en la cárcel. Muchos lo sabemos, lo hemos visto y oído. Hoy en Chile, 49.063 personas viven privadas de libertad (Genchi 2016). De ellos solo el 14% terminó la educación media (PNUD 2013). Y un 45% declara no haber tenido un trabajo previo (ISUC 2010). Para el año 2015 había un 122% de hacinamiento a nivel nacional (CESC 2015). Entre los años 2011 y 2014 se registraron 588 internos fallecidos. El 2014, 46 internos murieron por riñas. Y el maltrato por parte de la institución, es reconocido por ella misma: el 21,2% de los internos dice haber recibido maltrato físico por parte de los funcionarios y un 38,7% maltrato psicológico (Genchi 2014).
Ante lo anterior convocamos y vivimos un gesto profético: abrazar la cárcel de San Miguel, movidos por el siguiente texto: «Acuérdense de los que están presos, como si estuvieran presos con ellos; y de los maltratados, como si estuvieran en sus cuerpos» (Heb. 13,3).
Experiencias previas: También abrazaron con cantos, oración y reflexión una cárcel de Bélgica, Talca y el Congo. San Miguel, hasta donde sabemos, fue la cuarta cárcel del mundo en ser abrazada. ¡Literalmente, abrazada!
¿Por qué un abrazo? En una cultura en que los privados de libertad son desechos sociales, en que no solo viven marginados y excluidos, sino que son despreciados y sufren condiciones de vida indignas, nosotros dijimos al país que ellos y ellas nos importan. No solo abrazamos a las personas que están dentro de la cárcel, sino que denunciamos la injusticia estructural que encierra a pobres y que sostiene una sociedad de marginalidad, violencia, exclusión y desigualdad. Es una realidad nacional y latinoamericana, y la Cárcel de San Miguel es solo una muestra de algo mayor.
El abrazo es símbolo de que yo te quiero, tú me importas, yo soy tu hermano. El abrazo simboliza amor, amistad, solidaridad y fraternidad. Porque se abraza lo que se ama.
AFRONTAR LA ALIENACIÓN Y LA VIOLENCIA
Esto ocurrió el 27 de agosto del año en curso. Nos reunimos más de quinientas personas en un hecho inédito para la historia de Santiago de Chile: abrazar la cárcel de San Miguel en un signo místico convocado por distintas organizaciones de la sociedad civil para coronar el cierre del Mes de la Solidaridad.
Desde el pick up de la camioneta verde del padre Alberto Hurtado, esa misma que le ayudó a practicar la justicia con los más pequeños, fuimos animados desde la poesía, discursos de Justicia y Paz, testimonios, el baile folclórico y hermoso de Raipillán, para llegar al momento central, que fue tomarnos de las manos y rodear la cárcel. Momento cargado de silencio, pena, emoción, llanto y esperanza. Luego hicimos un acto de memoria a los 81 hermanos asesinados en el incendio del 2010, para terminar leyendo juntos la «Declaración de San Miguel», coronando el encuentro con un abrazo de paz que simboliza la esperanza de que todo cambiará.
Se torna difícil plasmar en estas páginas las emociones que trajo el Abrazo. Fueron cientos de personas que de distintas zonas de Santiago y del país llegaron para expresar un genuino sentimiento de empatía y rabia santa, que nos anima a involucrarnos con una de las realidades que acusa, casi con dramatismo, el efecto de la criminalización que sufren los más empobrecidos de nuestra sociedad.
Tenemos la convicción de que, mientras no se respeten, promuevan y garanticen los derechos humanos, será imposible que logremos una verdadera paz. En pleno proceso de campañas presidenciales, no hay relatos de ningún candidato que promuevan lógicas de justicia restaurativa que rompan con el enfoque punitivo populista que busca castigar los efectos de una exclusión social que, enmarañada en la violencia estructural, perpetúa el fracaso de querer vivir en comunidad.
El papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, invita a las comunidades a vivir la alegría del Evangelio asumiendo con valentía el esfuerzo de abandonar acciones cosméticas que nos acerquen superficialmente a estar en y con realidades periféricas que incomodan y hieren la dignidad de los más empobrecidos. Francisco señala que distintas situaciones, que podrían ser oportunidades preciosas para involucrarnos, terminan convirtiéndose finalmente en espacios para la huida y la desconfianza.
Desde un pueblo creyente, junto a cientos de mujeres y hombres de buena voluntad, el 27 de agosto hemos abierto una brecha para decirle a los privados de libertad y sus familias que no están solos. Que es justo y necesario disputar el espacio de alienación y violencia que padece el sistema carcelario, actuando mediante prácticas colaborativas de denuncia, reflexión, acción y celebración, que cuestionen y fracturen el actual paradigma que rotula y condena, sin posibilidades reales y justas de reinserción.
Estamos seguros y lo decimos con fe: «Nuestro abrazo fue más fuerte que los muros». MSJ
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Fuente: Artículo publicado en la edición N° 663 de Revista Mensaje, octubre de 2017.