El Superior General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa sj, sobre la misión del Servicio Jesuita a Refugiados. Misa del 40 aniversario del JRS.
No nos durmamos, entonces, como hacen los otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios. Acabamos de escuchar esta advertencia de San Pablo a la comunidad cristiana de Tesalónica. También podemos escucharla como una advertencia para nosotros, el cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús hoy: estemos despiertos…
Porque estaba despierto y no durmiendo, el padre Pedro Arrupe escuchó el clamor urgente de las personas desplazadas. Porque el cuerpo universal de la Compañía de Jesús estaba despierto, alerta a la llamada de la Congregación General 32 al servicio de la fe y la promoción de la justicia como dimensiones integrales de su identidad y misión, aquella respuesta creativa a la situación de las personas desplazadas y refugiadas en diferentes partes del mundo se convirtió en un compromiso apostólico universal. El enfoque fue complejo y multifacético. La Compañía fue llamada no solo a proporcionar cierta ayuda “material” sino también a “prestar un servicio humano, pedagógico y espiritual” (Carta del P. Arrupe, 14 de noviembre de 1980).
Cuarenta años después, no podemos dormirnos. Necesitamos estar más despiertos que nunca. Muchas amenazas inesperadas han llegado como ladrones en la noche: la pandemia de la Covid-19; diferentes tipos de violencia, incluidas tantas y tantas guerras; el debilitamiento de la democracia como forma de gobierno; el racismo y el fundamentalismo religioso o ideológico; el narcotráfico y, peor aún, la trata de seres humanos; el imparable deterioro del medio ambiente… y, ahí siguen, las personas desplazadas por la fuerza claman por una atención urgente.
— El año pasado, 30.000 personas fueron desplazadas por la fuerza cada día. El 85% de estas vive en el mundo en desarrollo, no en el Norte global, que dice estar abrumado por los boat people —los refugiados que llegan por el mar— de hoy día.
— El sufrimiento de los refugiados enciende una luz sobre las necesidades de las personas pobres y marginadas en todo el mundo.
– De los 17 millones de sirios, más de un tercio se encuentra desplazado en su propio país y otro tercio son refugiados, la mitad de los cuales viven en campamentos en Turquía y otro gran grupo en el Líbano.
– En Adjumani, Uganda, donde se refugiaron cerca de un millón de sudaneses del sur, solo el 13% de todos los niños y niñas —refugiados y locales— van a la escuela secundaria.
— El año pasado, más de 200.000 personas, en su mayoría latinos y latinas que huían de la violencia y la desesperación en sus países de origen, intentaron solicitar asilo en los Estados Unidos; las familias fueron separadas, los niños enjaulados, sus súplicas de seguridad ignoradas o retrasadas.
Al recordar la fundación del Servicio Jesuita a Refugiados (JRS), la parábola de los talentos en el pasaje que acabamos de leer del Evangelio de Mateo llama al cuerpo apostólico universal de la Compañía de Jesús a la audacia. Estamos llamados a dar una respuesta audaz a las crisis inesperadas del momento presente sin olvidar nuestro compromiso con tragedias humanas que van más allá de la actualidad, tragedias como la migración de personas que se han visto obligadas a dejar su patria por la pobreza, la violencia o la falta de un futuro para sus familias.
Esta es la audacia de lo imposible que permitió a María de Nazaret confiar en lo que le anunció el Arcángel Gabriel. Es la audacia de lo imposible lo que sustenta la decisión del padre Arrupe a dar una respuesta inmediata a la compleja situación de los desplazados que buscan refugio.
Se nos pide que seamos audaces con lo que tenemos, con todo lo que hemos recibido del Señor que nos ama. Podemos producir cinco talentos más o dos, según la medida del don recibido. Lo que no podemos hacer es enterrar el talento por miedo a las dimensiones y la complejidad de las dificultades a las que nos enfrentamos, tanto las conocidas como las inesperadas. No podemos enterrar el talento y devolverlo sin producir nada.
La audacia a la que nos invita la parábola impide que nos abrumen los cálculos de nuestras limitadas capacidades. En cambio, nos impulsa a proponer lo imposible como una invitación del mismísimo Señor. Si nos ponemos en camino confiando plenamente en que el Espíritu Santo nos acompaña y nos guía, los talentos duplicados crecerán aún más a medida que recibamos ayudas que ni siquiera imaginamos. ¿Acaso no es esta la experiencia del JRS de los últimos cuarenta años? Al comienzo de esta aventura apostólica, ¿alguien podría haber imaginado el camino que hemos recorrido y los horizontes que ahora se abren ante nosotros?
La urgencia que inspiró al padre Arrupe y que inspira a nuestro Santo Padre, el Papa Francisco, sigue con nosotros hoy. El JRS es un ministerio de la Compañía de Jesús y su papel como parte de la Compañía está claro. El ministerio del JRS puede inspirarnos a vivir las Preferencias Apostólicas Universales, basándose en la espiritualidad que motivó al padre Arrupe a acompañar a los desplazados forzosos, a dar esperanza a los jóvenes, a arrojar luz sobre la conexión de los hermanos y hermanas desplazados con el cuidado de nuestra tierra.
Las prioridades del JRS —reconciliación, apoyo psicosocial, educación y medios de vida— encarnan la misión de la Compañía expresada en las recientes Congregaciones Generales. El servicio humano, pedagógico y espiritual que ofrece el JRS es urgente y debe ser sobresaliente, no por nuestros estándares o requisitos de los donantes, sino porque aquellos a quienes servimos merecen lo mejor.
La incidencia política del JRS siempre debe tener como objetivo la protección de los derechos humanos de las personas desplazadas por la fuerza. Pero en un mundo donde se ha normalizado la globalización de la indiferencia, sus palabras y su trabajo deben ayudarnos a todos a dar una respuesta, y no a enterrar lo que tenemos por inseguridad o miedo.
Este 40 aniversario del JRS es agridulce. Si el reino de Dios estuviera plenamente presente, ¡no habría necesidad del JRS! Sin embargo, la urgencia del evangelio nos obliga a continuar nuestro trabajo.
En esta ocasión especial:
— Mi saludo a los millones de refugiados que han formado parte de la familia del JRS durante estos 40 años. Espero y rezo para que lo que el JRS ha hecho con ustedes y por ustedes haya marcado una diferencia para ustedes, sus familias y su futuro.
— Mi gratitud a las decenas de miles de trabajadores, voluntarios, jesuitas y otros religiosos que han respondido al llamado urgente del padre Arrupe y han recibido más de lo que recibieron a través de sus hermanos y hermanas desplazados.
— Mi agradecimiento a cada uno de ustedes que hoy están aquí participando por formar parte de la familia del JRS, ayudándonos a establecer la diferencia en un mundo complicado y esperanzador.
Que Nuestra Señora del Camino nos ayude a avanzar con la audacia de lo imposible. Necesitamos esa gracia para seguir los pasos del padre Arrupe y responder a los desafíos del Papa Francisco para que podamos servir mejor a las personas desplazadas por la fuerza y a los refugiados con gran generosidad y sabiduría, utilizando los talentos que hemos recibido y esperando recibir mucho más.
_________________________
Fuente: https://jrs.net