Todos saben qué es la Convención. Qué son los papers, lo saben solo los académicos. Son las publicaciones en revistas científicas nacionales e internacionales. Sostengo que la Convención pudiera dar al menos algunas orientaciones gruesas para el desarrollo de ciencia. En todo caso, alguna ley sobre esta materia debiera proteger a las universidades de la jibarización científica en que las ha metido la actividad comercial.
La exigencia a la academia de estándares científicos internacionales ha sido muy positiva. El intercambio de conocimientos es enorme. Los especialistas controlan el valer de las publicaciones mediante sistemas sofisticados de evaluación independiente. Este sistema ha demandado a los universitarios correr. Trotar no basta. Menos grasa, más músculos. Nadie hoy tiene asegurada la cátedra. En este siglo se hace ciencia así y no asá. Pero esta apretura tiene también efectos perniciosos. Puede agotar la imaginación de los académicos y distraer a la ciencia.
En las privadas, que es el terreno que mejor conozco, la competencia entre ellas es enorme. Algunas de estas quieren conseguir un lugar entre las 300 o 100 mejores universidades del mundo. Pero, ¿cómo podemos nosotros competir con las millonarias universidades norteamericanas si no estresando al máximo a nuestra gente, haciéndoles sacar papers como se hace poner huevos a las gallinas no-libres? Esta competencia se concretiza en los sistemas regulatorios y de acreditación que velan por la calidad de las universidades, pero que pueden también acabar con el ocio inherente a la actividad intelectual.
Para algunas personas la presión por publicar las angustia e incluso les induce a la corrupción. Se nos dice: “Es una pena: los papers son lo único que vale”. Pero existen otras habilidades intelectuales, la de los artículos es solo una… Se nos repite: “Es una pena: si no publica, se va”. Pero si a un académico las universidades extranjeras le piden una conferencia. Estas toman tiempo. ¿Y si otros científicos le invitan a formar parte de colectivos de cooperación en investigación? Publish o perish.
Además, los papers no son el único tipo de publicaciones que debieran valorarse. Un académico puede publicar un libro que recoge sus trabajos de una década, pero los libros, le dirán, si quiere usted llegar a ser titular, sirven poco o nada. Pues si algo verdaderamente sirve son los papers WOS, Scopus, Scielo… Tampoco valen los capítulos de libros que suelen ser solicitados a modo de contribución por organizadores de publicaciones. Es divertido constatar, por ejemplo, que mucha de la mejor teología de la liberación en América Latina y el Caribe se ha escrito en libros y revistas no indexadas. He aquí que los teólogos universitarios usamos esta producción y la citamos con fruición.
¿Debe la Convención hacerse cargo del perfil de científico y de ciencia de Chile? Esperamos que la futura Constitución no baje a detalles. No puede tomar partido en el debate sobre la metodología de la comunidad científica internacional. Pero pudiera tal vez ayudar a precaver a las universidades de la alienación que se ha introducido en ellas. ¿De qué sirve pavonearse nuestros investigadores entre los nóbeles, etc., etc., si olvidan que por acá hay asuntos que urge abordar intelectualmente? Si un intelectual requiere ciencia, bien parece necesario que la actividad científica universitaria radique en el territorio y la época que hace pertinente su trabajo. La vida intelectual y la academia no son lo mismo, aunque se parezcan, pues requieren tiempos, aptitudes y actitudes diferentes. La mente mira cerca, con lupa. El intelecto usa telescopio. ¿O se dirá que todo científico es un intelectual?
Cervantes, en el prólogo de la historia de don Quijote, critica la ciencia de su época. Advierte contra quienes recurren a famosos para hacer valer sus escritos: “No hay para qué andéis mendigando sentencias de filósofos, consejos de la Divina Escritura, fábulas de poetas, oraciones de retóricos, milagros de santos”. El caso no es el mismo del de nuestros tiempos. La ciencia hoy requiere de citas a pie de página precisamente porque es un arte humilde. Parte de la base de las deudas recíprocas en el mundo del saber entre los investigadores. Pero un mismo pecado asola a ambos modos de hacer ciencia, a la de 1605 y a la de 2022: la alienación.
¿Debe la Convención hacerse cargo de los papers? Por supuesto que no. Pero alguien debiera impedir que la competencia contra, en vez de la colaboración con, determine las condiciones en las que se hace ciencia en el país. Necesitamos superar la mayor oligofrenia de nuestra época.
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