Vista la Iglesia a la distancia de los últimos sesenta años, distingo dos grandes etapas, y espero una tercera. La visita del Papa Francisco, en enero próximo, pudiera marcar el comienzo de esa tercera etapa. Esta podría llamarse “catolicismo socio-ambiental”.
La Iglesia católica en Chile se prepara a la venida del Papa. ¿Será importante su visita? Suponemos que sí. Pero, ¿será decisiva? Es decir, ¿podrá marcar un antes y un después? Urge que así sea.
Vista la Iglesia a la distancia de los últimos sesenta años, distingo dos grandes etapas, y espero una tercera. Desde 1961 hasta 1991, su planteamiento pastoral puede ser denominado “catolicismo social”. Esta larga etapa, a su vez, tuvo dos periodos. El primero, antecedido por la atención que la jerarquía católica puso a la “cuestión social” desde el siglo XIX, cuyo difusor fue el Padre Hurtado, tuvo por hito el impulso de la reforma agraria. Precisamente el año 1961 el episcopado decidió motivarla con la cesión de las propiedades de las diócesis, iniciativa concretada de un modo emblemático por don Manuel Larraín y el cardenal Silva Henríquez.
En el segundo periodo, desde 1973 hasta 1991, la jerarquía católica, los sacerdotes y las religiosas, laicos y laicas cristianos y creyentes en la parábola del buen samaritano, se abocaron a la defensa de las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, personas ejecutadas, desaparecidas, torturadas, y al acompañamiento y cuidado de sus familiares. El ícono de estos años fue la Vicaría de la Solidaridad. La Iglesia católica chilena interpretó el Evangelio como nunca lo había hecho en su historia. También por estos años, a instancias del obispo Juan Francisco Fresno, ella convocó al Acuerdo Nacional, que tuvo por objeto luchar para recuperar la democracia. En esta etapa, en sus dos periodos, la postura eclesiástica oficial fue bien acogida por unos, pero resistida por otros. Ya por estos años, sin embargo, se hizo sentir la resistencia de sectores conservadores a las reformas del Concilio Vaticano II. Progresivamente se le quitó el piso a las comunidades eclesiales de base en las que se dio mayor participación a los pobres en la Iglesia y, al mismo tiempo, se fortalecieron movimientos laicales de clase alta que pusieron mucho énfasis en temas de familia y de sexualidad.
Recuperada la democracia, desde 1991 hasta 2017, se abrió una nueva etapa pastoral que puede denominarse “catolicismo sexual”. La inauguró la carta pastoral de monseñor Oviedo titulada: “Moral, juventud y sociedad permisiva” (1991). En esta etapa los obispos han denunciado el deterioro de la moralidad en el campo de la sexualidad: se oponen a las experiencias sexuales fuera del matrimonio, a los anticonceptivos, a los preservativos para evitar el sida, a la “píldora del día después”, a la fertilidad asistida, a los textos de enseñanza de educación sexual en los colegios, a la ley de divorcio, a la ley de aborto, a la de ley de unión de parejas del mismo sexo y, ahora último, a la ley de matrimonio homosexual. El resultado de esta etapa es tristísimo. No se ve cómo la Iglesia jerárquica puede estar en contra de la ley de despenalización del aborto en tres causales y, al mismo tiempo, no aceptar la contracepción artificial. Pero nada ha sido peor que, tras haber declarado una crisis moral sexual en la sociedad, hayan salido a la luz pública graves casos de abusos sexuales del clero contra menores de edad y personas frágiles, constatándose a la vez desidia y gestiones de encubrimiento de parte de los superiores jerárquicos y haciendo oídos sordos a las demandas de justicia de las víctimas. Después de veinticinco años, la pérdida de credibilidad en nosotros los sacerdotes ha puesto en grave peligro la transmisión de la fe.
La visita del Papa Francisco, en enero próximo, pudiera marcar el comienzo de una tercera etapa. Esta podría llamarse “catolicismo socio-ambiental”. Más que una posibilidad, es un deseo personal mío, pero que tiene una sólida base en Laudato Si’ (2015), la encíclica social más importante desde Rerum Novarum (1891). El planeta enfrenta una situación dramática y, en el caso de los más pobres, inminentemente trágica. ¿Qué puede aportar la Iglesia? La encíclica es un cargamento de ideas. A mí parecer, la Iglesia chilena, jerarquía y laicado, debiera capacitarse y, antes de esto, convertirse al Dios de la creación. El país necesita una mística de amor a la tierra. Bien pudiera la Iglesia cultivarla, para luego iniciar a otros en ella. La tradición judeo-cristiano tiene un acervo milenario de experiencias, de intentos y de fracasos, de vías purgativas e iluminativas, de palabras e imágenes, de sentimiento y de arte, todo lo cual pudiera aprovecharse. Necesitamos una mística, es decir, una visión y convicción espiritual, una sensibilidad estética y un compromiso ético con la humanidad y todos los seres que nos hagan gozar con la creación y, en la medida de nuestras pocas fuerzas, cuidarla amorosamente.
Los cristianos no están preparados para esta batalla. En realidad, son parte del problema. Por eso, tendrán que conectarse espiritualmente con el medioambiente humano y ecológico, reenfocar por completo la educación, generar nuevos estilos de vida y una nueva cultura. Deseo que, en esta tercera etapa, la del “catolicismo socio-ambiental”, los católicos, en humilde colaboración con los otros cristianos, con los fieles de otras religiones, con los seguidores de cualquier idea noble y humanista, anuncien al Jesús olvidado que hablaba de Dios con su experiencia de artesano y en metáforas.
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Fuente: http://jorgecostadoat.cl/wp