La lógica de la metrópolis: Reflexiones sobre Santiago y Coquimbo desde Simmel

La vida urbana en Chile, tanto en Santiago como en Coquimbo, está marcada por una constante tensión entre lo individual y lo colectivo, lo emocional y lo racional.

Las ciudades chilenas, en particular Santiago y Coquimbo, se erigen como espacios que reflejan y configuran la complejidad de la vida moderna. La obra del sociólogo Georg Simmel nos proporciona una mirada perspicaz sobre estas urbes, en especial sobre cómo la vida metropolitana genera un tipo específico de individualidad. Al contemplar las calles bulliciosas de Santiago y las orillas marítimas de Coquimbo, es posible reconocer cómo la modernidad y sus dinámicas impactan no solo en la estructura social, sino en la psicología de sus habitantes.

Simmel, en su ensayo “La metrópoli y la vida mental” (1903), plantea que los problemas más profundos de la vida moderna surgen de la lucha por conservar la autonomía del individuo frente a la prepotencia de la sociedad. Esta tensión se hace evidente en Santiago, donde la aceleración de la vida cotidiana y el ritmo frenético de las interacciones humanas provocan un constante desafío a la singularidad del ser humano. “La resistencia del individuo a ser nivelado y consumido en un mecanismo técnico-social” (p. 388) es una lucha que se libra a cada instante en la capital chilena. Aquí, el individuo se enfrenta a un entorno que demanda una adaptación constante, donde las particularidades se diluyen en un mar de uniformidad.

En Santiago, la vida nerviosa que caracteriza al individuo metropolitano se manifiesta en la cacofonía de sonidos, luces y una diversidad de rostros que, en su inmediatez, apenas se detienen a mirarse. Simmel señala que “el rápido e ininterrumpido intercambio de impresiones internas y externas” (p. 389) alimenta un estado de conciencia agudizada, en el que la diferencia se vuelve el motor de la experiencia. La aglomeración de personas y estímulos en Santiago crea un paisaje urbano donde la subjetividad se vuelve un bien escaso, pues el ser humano debe navegar entre la multitud, tratando de mantener su esencia en medio del ruido social.

Coquimbo, en contraste, ofrece un entorno donde la vida parece fluir de manera más pausada. La cercanía al océano y el ritmo más tranquilo de sus habitantes permiten una conexión más íntima con su entorno. No obstante, incluso en esta ciudad portuaria, la influencia de la modernidad y la economía monetaria se siente con fuerza. La producción para el mercado, como Simmel sugiere, desvincula al productor del consumidor, generando una relación despersonalizada. En Coquimbo, la economía local, que alguna vez estuvo marcada por el trueque y el intercambio inmediato, se ve transformada por la necesidad de adaptarse a un contexto más amplio, donde lo impersonal predomina. La lógica del mercado, que se infiltra en todos los rincones, genera una objetividad despiadada que modifica las relaciones interpersonales.

Al reflexionar sobre estos entornos urbanos, es pertinente destacar que la vida en la metrópoli fomenta un entendimiento intelectualista, donde la razón prevalece sobre el sentimiento. Simmel establece que “el tipo metropolitano… reacciona frente a… las corrientes y discrepancias de su medio ambiente externo… con el entendimiento” (pp. 389-390), lo cual se traduce en una especie de defensa psíquica frente a las fuerzas que amenazan con despojarlo de su individualidad. Este fenómeno se hace evidente en la forma en que los santiaguinos interactúan entre sí; la cordialidad puede ser reemplazada por la eficiencia y la objetividad, llevando a una deshumanización que, sin embargo, es necesaria para sobrevivir en la urbe.

Al reflexionar sobre estos entornos urbanos, es pertinente destacar que la vida en la metrópoli fomenta un entendimiento intelectualista, donde la razón prevalece sobre el sentimiento.

A medida que nos adentramos en la dinámica social de estas ciudades, Simmel también nos recuerda que la vida metropolitana exige una puntualidad casi matemática en las relaciones. “Las relaciones y asuntos del habitante de la metrópoli típico acostumbran a ser tan variados y complicados… que sin la más exacta puntualidad… el todo se derrumbaría en un caos inextricable” (pp. 391-392). En Santiago, donde el tiempo se convierte en un bien valioso, la puntualidad se convierte en un requisito social que regula no solo la economía, sino también las interacciones personales. Las calles se convierten en un escenario donde cada individuo calcula y planifica, donde las citas y compromisos se convierten en engranajes de una máquina social en constante movimiento.

El papel del dinero en este contexto no puede subestimarse. Simmel nos recuerda que “el dinero solo pregunta por aquello que es común a todos” (p. 390), nivelando las cualidades individuales y promoviendo una economía que prioriza la eficiencia sobre la conexión emocional. En Santiago, donde el crecimiento económico ha sido exponencial, el dinero se convierte en un elemento que facilita las interacciones, pero también las despersonaliza. Los santiaguinos transitan en un mundo donde el valor de cambio es lo que rige, dejando en el camino las particularidades de las relaciones humanas. En Coquimbo, aunque la atmósfera puede ser más relajada, las sombras de la economía monetaria también se ciernen, obligando a sus habitantes a adaptarse a un modelo que no siempre reconoce la individualidad.

De este modo, la vida urbana en Chile, tanto en Santiago como en Coquimbo, está marcada por una constante tensión entre lo individual y lo colectivo, lo emocional y lo racional. La modernidad, tal como la describe Simmel, se manifiesta en las interacciones cotidianas y en la estructura económica, produciendo un paisaje social donde la singularidad de cada individuo se ve desafiada por las exigencias de un entorno que es a la vez estimulante y alienante. En este sentido, las ciudades chilenas no solo son el escenario de la vida moderna, sino también un laboratorio donde se experimentan las contradicciones de la existencia contemporánea.

Por último, deseo expresar mi más sincero agradecimiento al excelentísimo Doctor en Sociología Felipe Orellana, profesor de ITER en la Universidad Alberto Hurtado, por la facilitación del texto de Simmel, que ha servido como una fuente de inspiración invaluable para explorar y comprender la complejidad de las ciudades chilenas en el contexto actual.

BIBLIOGRAFÍA

—Simmel, G., “La metrópoli y la vida mental” en Sobre la individualidad y las formas sociales; Escritos escogidos, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires, 2002 [1903], pp. 388-402.


Imagen: Pexels.

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