Sr. Director:
Ya es lugar común el ataque generalizado a la política. A su naturaleza de «cocina», a su actitud de dar la espalda al pueblo o, sencillamente, a que sus actuaciones serían traición. Sin duda, hay un cierto malentendido de su rol. La política se trataría en ese sentido de interpretar la voz del pueblo y la encuestología —que la gobierna desde hace tiempo— parece reforzar esa tesis. Escuchar a la gente debe estar presente en la política como punto de partida, pero no podemos reducirla a eso.
La política implica la búsqueda del bien común, en medio de pulsiones sociales diversas y cambiantes. Para eso se requiere claridad de principios y coraje para tomar decisiones que no siempre tienen el beneplácito de la popularidad. El único camino de conducción de nuestras crisis es la vía política. Consultar directamente a la ciudadanía para toda decisión de Estado es renun- ciar a su naturaleza y exponer a la misma ciudadanía a deambular sin conducción en el vaivén de decisiones sin responsables ni mediadores.
Escuchar y conducir son actitudes que deben hacerse presentes: no lo uno sin lo otro. Ha llegado la hora de la política, pero de su mejor versión.
José Miguel González