El arzobispo Caccia, observador permanente en las Naciones Unidas, intervino en Nueva York en la segunda reunión de los Estados parte del Acuerdo sobre la prohibición de las armas nucleares: “Un mundo basado en la fraternidad y la solidaridad debe tratar no solo de eliminar las armas atómicas, sino también de curar a las víctimas”.
Las armas nucleares tienen consecuencias humanitarias y ambientales catastróficas, multiplican los riesgos y solo ofrecen “una ilusión de paz”. Por eso el Tratado para la prohibición de las armas nucleares recuerda que un mundo libre de armas atómicas “es posible y necesario y nos ofrece un medio para alcanzar este objetivo a través del diálogo”. Lo subraya monseñor Gabriele Caccia, observador permanente de la Santa Sede en las Naciones Unidas, que intervino en Nueva York en la segunda reunión de los Estados parte del Tratado, firmado en 2017 y ratificado por 56 países en el mundo.
Las medidas previstas por el acuerdo, en el que no participan las potencias nucleares, no serán suficientes, explica Caccia, si no van acompañadas de una “ética del desarme”. “Una paz basada en la fraternidad y la solidaridad debe tratar no solo de eliminar las armas nucleares”, subraya, “sino también de curar las cicatrices que han infligido a los individuos, a comunidades enteras y a nuestra casa común”. “Las obligaciones positivas del Tratado proporcionan un medio esencial para garantizar que las comunidades afectadas por el uso y las pruebas de armas nucleares puedan volver al camino del desarrollo integral”.
Las medidas previstas por el acuerdo, en el que no participan las potencias nucleares, no serán suficientes, explica Caccia, si no van acompañadas de una “ética del desarme”.
En este sentido, la asistencia a las víctimas y una mayor comprensión de los efectos de la radiación nuclear en las personas son fundamentales. Por eso, la Santa Sede “toma nota de los recientes descubrimientos científicos sobre las consecuencias humanitarias de las armas nucleares, en particular del impacto desproporcionado de las radiaciones ionizantes en mujeres y niñas”.
En conclusión, monseñor Caccia subraya la presencia en el encuentro de una representante de “Hibakusha”, los supervivientes de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, porque, como ha escrito el Papa Francisco, “mantienen viva la llama de la conciencia colectiva, testimoniando a las generaciones sucesivas el horror de lo que sucedió en agosto de 1945 y los indecibles sufrimientos que se han prolongado hasta hoy”.
Fuente: www.vaticannews.va/es / Imagen: FreeImages.