Dios nos invita a la alegría, a la alegría mesiánica, a la verdadera alegría, no a la alegría superficial, sensual, consumista y postiza, a la que nos invita las trompetas de este mundo. III Domingo de Adviento.
Ciclo A
Textos: Isaías 35,1-6.10; Santiago 5, 7-10; Mateo 11,2-11
Idea principal: Abrirnos a la alegría mesiánica que nos trae Cristo en la Navidad.
Resumen del mensaje: El primer domingo de Adviento Dios nos invitaba a despertar. En el segundo a convertirnos. Hoy nos invita a la alegría, a la alegría mesiánica, a la verdadera alegría, no a la alegría superficial, sensual, consumista y postiza, a la que nos invita las trompetas de este mundo. Es el domingo del “Gaudete”, es decir, “Alegraos”. La vida cristiana tiene que ser vivida desde la alegría, aun en medio de dificultades y desiertos de la vida (primera lectura), porque la tenemos fundamentada en Cristo, como Juan Bautista (Evangelio). Alegría que tenemos que regar, abonar, cuidar (segunda lectura) y transmitir a nuestro alrededor.
PUNTOS DE LA IDEA PRINCIPAL
En primer lugar, este Cristo Salvador que viene en Navidad nos llenará de su alegría, pues Él es la alegre noticia del Padre, y por eso “el desierto y el yermo (de nuestro corazón) se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa” (primera lectura). Sí, habrá descalabros, calamidades, quebraderos de cabeza, pero el cristiano hoy debe escuchar la voz profética que le invita a la esperanza y a la alegría, porque Dios entró y entra en nuestra historia, en nuestra vida. Y Él es fiel (salmo). Hará que los cojos caminen, que los mudos hablen, que el desierto se convierta en jardín, que los cobardes se vuelvan valientes. ¿Soy un cristiano de esperanza gozosa o un cristiano triste y pesimista? Dice el Papa Francisco: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii gaudium, n. 2).
En segundo lugar, esta alegría recibida por Cristo el día de su Encarnación tiene que ser cultivada, regada, abonada con la oración, el esfuerzo y la paciencia, para que dé fruto precioso (segunda lectura), como hace el buen labrador. De lo contrario, se agosta y fenece. No tengamos miedo a las escarchas, a las nieves, a los vientos y la lluvia; todo es necesario para que florezca nuestra vida, pues lo permite Dios. ¿Nuestra vida florece o está seca? ¿Si está seca, no será que hemos abandonado el riego y el abono? ¿Tal vez no arrancamos las malas hierbas de nuestro corazón y se están comiendo esa alegría de la salvación que Jesús sembró en nuestro corazón? “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría” (Evangelii gaudium, n. 1).
Finalmente, la alegría de Juan Bautista, ¿en qué y en quién se basaba? (Evangelio). Él estaba en la cárcel, porque su predicación era clara e invitaba al rey Herodes a convertirse, pues vivía en adulterio. No era para estar alegre en la prisión. Tampoco su alegría consistía en cosas, pues vivía en austeridad y pobreza. La alegría de Juan Bautista se basaba en haberse encontrado y aceptado a Cristo en su vida, y por eso daba testimonio valiente de Cristo. ¿En dónde está nuestra alegría? ¿Qué hacemos por llevar esa alegría de Cristo a nuestra casa, a nuestro puesto de trabajo, entre nuestros amigos, en nuestras parroquias y comunidades?
Para reflexionar: Revisemos en este domingo de la alegría a quién estamos transmitiendo esa alegría de nuestro corazón. Y en el caso de que esa alegría haya muerto por el pecado, acerquémonos a la confesión en estos días para recuperar la alegría de la salvación. Será la mejor manera de acercarnos a la Navidad. “¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?” (Evangelii gaudium, n. 5).
PARA REZAR
Dame, Señor, el don de la alegría
que canta sin reservas,
la belleza del mundo,
la grandeza del hombre,
la bondad de su Dios.
Dame, Señor, el don de la alegría,
que me haga siempre joven,
aunque los años pasen;
la alegría que llena de luz el corazón.
Dame, Señor, el don de la alegría,
que colma de sonrisas,
de abrazos y de besos,
el encuentro de amigos, la vida y el amor.
Dame, Señor, el don de la alegría,
que me una contigo,
el Dios siempre presente,
en quien todo converge y en quien todo se inspira.
Dame, Señor, el don de la alegría,
que alienta el corazón
y nos muestra un futuro
lleno de bendiciones, a pesar del dolor.
Amén.
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Fuente: https://es.zenit.org