Sr. Director:
De acuerdo a datos de la encuesta Bicentenario (2023), el 62% de los chilenos declara su adhesión a la Iglesia católica o a alguna Iglesia o comunidad protestante. Se trata de una afirmación de pertenencia que —como la misma encuesta muestra— se traduce en prácticas cotidianas concretas (por ejemplo, asistencia a iglesias y templos). Si bien este porcentaje se encuentra tendencialmente a la baja, el hecho de que dos de cada tres chilenos declaren adherir a una religión institucionalizada es un dato importante a tener en cuenta a la hora de pensar en modos prácticos de afrontar la actual crisis climática que vive el planeta.
Las religiones son una fuente fundamental de inspiración para la incorporación de hábitos en consonancia con su visión de mundo. En esta línea, desde hace décadas, diversas iglesias y filosofías se han sumado a la causa ambiental. En el caso católico o protestante, esto ocurre más explícitamente desde fines de los ochenta. Este fenómeno se constató claramente en la última COP28, en la que, por primera vez en su historia, junto a los pabellones nacionales que acompañaron las negociaciones de las partes, se encontraba un «Pabellón de la Fe», en el que al menos diez tradiciones religiosas del mundo entero encontraron un punto excepcional de reunión para abogar por la urgencia de la transformación de nuestras prácticas de vida.
Ese consenso es fuente de mayor interés a la hora de tomar conciencia de que se trata de un tema en el que ciertamente la religión no tiene ni la primacía ni el monopolio: en este tema se pueden construir puentes de diálogo y trabajo colaborativo con agrupaciones no religiosas de la sociedad civil, que comparten la preocupación medioambiental y que han sido las líderes apalancando estos procesos de cambio. A diferencia de países como Estados Unidos, donde la discusión sobre el cambio climático está fuertemente polarizada a nivel político, en Chile parece existir un consenso transversal de que el país debe movilizarse a tranco cada vez más apresurado hacia políticas y acciones de mitigación y adaptación que hagan suya la preocupación por el medioambiente y el cambio climático. Si bien la intensidad y el tipo de prácticas varía según el espectro político, existe acuerdo en que la catástrofe medioambiental no puede soslayarse.
Si bien en Chile existen agrupaciones ecuménicas e interreligiosas que bregan por el cuidado del medioambiente —por ejemplo, la Alianza Interreligiosa y Espiritual por el Clima—, aún hay espacio para dar mayor vitalidad y energía a este tema que, como sabemos, afecta particularmente a la población más vulnerable y con menores recursos económicos, que siempre ha sido una preocupación primordial e histórica para las iglesias. No se puede descansar solo en la tecnología o en la implementación de políticas para enfrentar esta crisis. Es necesario también revisar nuestros modos y prácticas de vida, así como el sistema social, político y económico que las estimula, si queremos conseguir una relación más equilibrada con nuestros entornos naturales.
Además de incentivar prácticas acordes con sus visiones de mundo, las religiones ofrecen ventajas a la hora de fomentar una respuesta fuerte ante la crisis. Por ejemplo, los líderes religiosos tienen la capacidad de interpelar a grandes audiencias. Baste pensar el impacto mundial que ha tenido la encíclica Laudato Si’ (2015) del papa Francisco sobre el cuidado de la casa común, valorada incluso en ambientes científicos no religiosos. A lo anterior se suma la disposición de plataformas para promover el cambio (colegios, organizaciones sociales, universidades, etc.) y la capacidad de establecer redes y vínculos fuertes y de gran alcance.
En Chile se recuerdan iniciativas como la Carta Pastoral del Agua (2008) del vicario apostólico de Aisén, Luis Infanti, o el llamado a la creación de un sueldo ético (2007) propuesto por el entonces presidente de la Conferencia Episcopal, Alejandro Goic. Estos han sido ejemplos en que actores eclesiales se han hecho partícipes del debate civil, impactando en la sociedad nacional. Hoy se puede continuar la senda para que, desde las bases de la población cristiana, y no necesariamente desde sus cúpulas, se estimulen acciones que busquen relevar la urgencia de la transformación socioambiental.
En el mundo entero, de acuerdo con estimaciones del Religious Futures Project (2022) del Pew Research Center, solo el 13% de la población mundial no tendrá religión el 2050, versus un 87% que sí la tendrían. Se trata de una cifra muy relevante para contribuir al cambio social con miras a estilos de vida más sustentables. Urge establecer sinergias entre las religiones con miras a un planeta más saludable para las nuevas generaciones de seres vivos, que lo habitarán en el futuro.
Cristóbal Emilfork S.J.