“Fue como un terremoto, todo estaba temblando. Les grité a mis hijos que corrieran y se pusieran a cubierto”.
Los recuerdos asociados con la explosión de Beirut son difíciles de olvidar para las muchas personas que presenciaron este infausto evento. Aún siguen horrorizados por el miedo y el dolor que sintieron en esa aciaga tarde de hace cuatro meses. Al ir contando historias sobre cómo fue su experiencia, los supervivientes ya no se sienten tan solos. Sus emociones los unen a otras personas que se identifican con su dolor y lo visualizan, y el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) proporciona recursos de salud mental para ayudarlos a procesar esas emociones.
Más o menos un mes después de la explosión, conocimos a Manar, una refugiada siria de 36 años, en su casa en Bourj Hammoud, a pocos kilómetros del puerto de Beirut. Nos recibió con sus dos hijos que estaban con ella cuando la explosión hizo tambalear su edificio. Ella describió con emoción esos instantes que le cambiaron la vida. “Estábamos a punto de ver una serie en la televisión con mi esposo, que acababa de regresar del trabajo, y mis dos hijos estaban sentados a mi lado. Sentí un aire caliente, pero no sabía de dónde venía. Miré por la ventana para comprobar el origen. De repente, escuché una poderosa explosión. Fue como un terremoto, todo estaba temblando. Les grité a mis hijos que corrieran y se pusieran a cubierto”.
El humo y el polvo nublaron su apartamento y Manar temió lo peor. Pensó en ponerse el velo y la ropa porque esperaba la muerte. “No tenía ni idea de qué estaba pasando; era como una película en la que estábamos en medio de esta ciudad en plena catástrofe, era increíble”, explica aún conmocionada.
Desde el balcón de la casa de Manar, podemos ver las grúas rojas del puerto, una parte clave de las infraestructuras del Líbano, que ahora han quedado reducidas a escombros. A Manar todavía le acosan los recuerdos de ese día. Recuerda la escena de los autos chocando en el puente frente a su balcón y vidrios rotos por todas partes. Recuerda el griterío de la gente y las imágenes de madres sosteniendo las manos de sus hijos tratando de huir de la escena entre sollozos.
Conmovida por el llanto de los niños, Manar fue a ver cómo se encontraban sus vecinos para ayudar a aliviar su dolor. “Cogí en brazos a uno de los niños y le curé la herida. Eché una mano a todos los niños de mi edificio. Dios me dio fuerzas ese día para ayudar a los necesitados”, dice.
Tres horas después de la explosión, Manar comenzó a limpiar la casa, barriendo vidrios esparcidos por el suelo y limpiando las manchas de sangre. Pero el impacto emocional de la explosión duró mucho más que el físico. En las noches siguientes, no podía dormir y su esposo a menudo se despertaba gritando en mitad de la noche. Incluso hoy, sigue teniendo pesadillas y sus dos hijos tienen miedo de dormir solos.
La explosión trajo recuerdos tristes del pasado de Manar en Siria. Pensó en su hermano, sus primos y su cuñado que murieron. Dice que la explosión de Beirut fue peor que todo lo que vivió en su país.
A pesar de los daños en su casa, Manar sigue con su perspectiva positiva de la vida. Dice que a su familia se le concedió una segunda vida y, así como lo es la experiencia de la pandemia del Coronavirus, la explosión es una invitación a ver las cosas de otra manera. “No perdí la esperanza en absoluto. Ahora presto atención a todas mis acciones y comportamientos. Podemos morir en cualquier momento”, dice. Manar va a sesiones de terapia con la trabajadora social y la psicóloga clínica del JRS para ayudarla a sobrellevar este traumático acontecimiento.
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Fuente: https://jrs.net/es