Los desafíos del ateísmo de cara al Sínodo de Jóvenes

¿Estamos anunciando “un mensaje” o “a una Persona”? ¿Promoviendo la memoria de la doctrina o las condiciones para un encuentro? No me ha tocado encontrarme con un agnóstico o ateo que no valore lo que hizo o dijo Jesús. Más bien, es un rechazo a la Iglesia y “sus ideas”. El rechazo no es a Jesús histórico, sino que más bien se deja a su persona de lado.

Cada vez hay más jóvenes que dejan de creer en Dios… y a más temprana edad. Lo que comienza con un rechazo a la Iglesia católica, en muchas ocasiones termina en una vida sin Dios.

Me pregunto, ¿qué ocurre para que alguien pase de creer en Dios a declararse ateo? No es que perdió la confianza en una persona cualquiera, una institución, un valor o un pensamiento. Sino que pasó desde afirmar que existe Alguien que “me creó, que me ama a toda costa, me da esperanza e invita a servir” (¡espero que al menos esto haya sido!) hacia postular que no hay vida después de la muerte, que el mundo es un fluir sin destino, que con uno mismo la vida basta. Parto de la base de que la persona sigue buscando un mundo mejor, y que se la juega por eso, pero la diferencia es que ahí ya no tiene sentido Dios. Lo que permanece es el deseo. La persona sigue buscando el bien, pero su fundamento y motor cambió.

Sin duda, los factores pueden ser múltiples, y creo que en el camino hacia el ateísmo se van complementando. Podemos observar cómo los casos de pedofilia, abusos de autoridad o testimonios poco edificantes de sacerdotes, religiosos/as y laicos/as han provocado un rechazo a “lo eclesial”. También en un contexto donde la religión va relegándose al espacio privado (y con ello tornándose algo lejano, extraño) se hace más difícil acceder a Dios. El modelo socioeconómico es otro factor, ya que la “salvación” está más asociada a adquirir un producto de último modelo (si no, soy condenado/a socialmente). Otro factor es que la política partidista o la sociedad civil han tomado las banderas de lucha por la Justicia. En una sociedad donde hay desconfianza en las instituciones y rechazo a lo normativo, es más fácil mirar con lejanía a la Iglesia y dejar de creer en Dios. ¡Es fácil dejar de creer!

Frente a los casos de abuso, el Papa Benedicto XVI señaló que el mayor enemigo de la Iglesia estaba muchas veces al interior de ella. Las situaciones nombradas anteriormente, creo que debieran llevarnos a una autocrítica sobre el modo en que hemos hablado y testimoniado al Dios de Jesús. La culpa del ateísmo no es de ellos: el modelo, la sociedad, el relativismo, la tecnología. Jesús también vivió en un contexto adverso. En Chile los jóvenes han reclamado gratuidad, igualdad de derechos, tolerancia, justicia. ¿Dónde quedó el que es Amor Gratuito? No se les olvidó a ellos. Fuimos nosotros quizás los que no supimos detectar que en esos deseos estaba Dios.

Pienso que lo importante es hacernos responsables de la misión encomendada por Jesús en lugar de buscar las causas. Esto último es necesario, ya que nos permitirá abordar de mejor manera el problema. Pero no podemos quedarnos en una crítica que no asuma el examinar nuestro actuar. Por ello me aventuro a señalar algunas preguntas que debiéramos hacernos, partiendo del presupuesto de que hemos querido “hacerlo bien”, pero que no ha dado resultado de la mejor forma: la prueba está en el abandono cada vez mayor y a más temprana edad del catolicismo.

¿Estamos anunciando “un mensaje” o “a una Persona”? ¿Promoviendo la memoria de la doctrina o las condiciones para un encuentro? No me ha tocado encontrarme con un agnóstico o ateo que no valore lo que hizo/dijo Jesús. Más bien es un rechazo a la Iglesia y “sus ideas”. El rechazo no es a Jesús histórico, sino que más bien se deja a su persona de lado. Así como a cierta edad dejamos de creer en el ratoncito o en el Viejo Pascuero (Papá Noel), que son personajes que nos hacen felices y quieren provocar nuestro bien, del mismo modo dejamos de creer (en cierto sentido) en Jesús. Los tres tienen en común que en un momento de la propia vida “existían”, pero la diferencia con Jesús es que a Él lo puedo escuchar, ver, contemplar.

Quizás estemos dando mucho espacio a la letra, la estructura, lo normativo, la doctrina… y dejando de lado el Espíritu, lo místico, el discernimiento, la relación. En lugar de promover encuentros personales y afectivos con Jesús, la enseñanza de la religión católica estaría realizándose con alguien que me dice cómo era Jesús y qué tengo que hacer. Es necesario para un niño o niña que le expliquen la fe, pero creo que enseñamos a rezar como niños, sin ofrecer el modo de encontrarse como adultos/as. Es necesaria la catequesis “masticada”, pero hasta cierta edad. Si nunca nos encontramos personalmente con Jesús, es difícil que establezcamos una relación, y si esta no se encuentra, la estructura se cae. Si nos quedamos en una fe infantil dejaremos a Jesús estático, alejado de las luchas de hoy, inaccesible para el encuentro personal. Tal vez estemos explicando mucho la Biblia, pero dejando poco a las personas a solas con ella. ¡Demos espacio a las mociones personales!

Hay un desafío teológico y pedagógico en el compartir la alegría del Resucitado. He sido testigo de cómo la propuesta metodológica de san Ignacio permite provocar ese encuentro personal. Justamente a personas que estaban casi a la orilla del camino, este encuentro les ha renovado la fe. El modo de Jesús con los peregrinos de Emaús (Lc 24,13-35) nos puede ofrecer pistas para provocar este encuentro. Primero escucha (sus discusiones, frustraciones, deseos, contexto vital), y luego responde a sus preocupaciones (no les da un mensaje ajeno a lo que discutían). Hay algo en esa interpelación que les mueve a invitarlo (Jesús no se invita solo, no se impone), y al partir el pan lo reconocen. Sentado en la mesa, comiendo —y no en una sala de clases o en medio de un templo—, es que se dan cuenta cómo en las últimas horas les ardía el corazón.

El Sínodo de Jóvenes convocado por el Papa no debe transformarse en una instancia en la que se les indique cómo hay que seguir a Jesús. Debe, en cambio, alentarnos a volver a Jerusalén, para así anunciar la alegría que esto provoca. ¿Cuál es la mejor forma de hacerlo? A través del encuentro: un encuentro personal, largo y sincero con el Resucitado.

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Fuente: https://territorioabierto.jesuitas.cl

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