«Ni excesivamente alegre ni terriblemente decepcionado». No es frecuente escuchar una valoración que no se deje llevar por el triunfalismo o el fatalismo, y menos en política.
El terreno de adivinar el futuro está fuera de nuestro alcance, pero aun así poco podíamos imaginar en 2014 el derrotero que iba a ir tomando la Unión Europea en los siguientes cinco años. Poco podíamos imaginar del Brexit, la política comercial de Trump o el auge de políticas populistas. El fenómeno migratorio ya nos acompañaba, pero la peor parte de la tragedia del Mediterráneo estaba por llegar: las trabas a la acción humanitaria por parte de los gobiernos. La década anterior a 2014 había estado marcada por los intentos de estrechar lazos, incluso con una Constitución única, sin embargo, cinco años después estamos más enfrascados en evitar que los nacionalismos hagan saltar por los aires los esfuerzos de unión.
Hace cinco años soñábamos con una Europa que avanzaba hacia la unidad, en definitiva. Y nos hemos acabado encontrado un escenario bien distinto, aunque a la vez hemos avanzado en otros campos. Hace cinco años era realmente difícil imaginar que Grecia podría continuar en la Unión dados los problemas económicos, o que España no sería definitivamente intervenida. Tampoco creíamos viable un trabajo serio para equiparar la presencia de mujeres y hombre en puestos directivos. Y así también podríamos enumerar logros y avances que pese a todo hemos ido viviendo como europeos.
Por eso cuando el ya expresidente de la Comisión Europea —máximo órgano ejecutivo de la Unión—, Jean-Claude Juncker tuvo que valorar sus cinco años de gestión, lo hizo con una humildad a la que no estamos acostumbrados: «Ni excesivamente alegre ni terriblemente decepcionado». No es frecuente escuchar una valoración que no se deje llevar por el triunfalismo o el fatalismo, y menos en política. Cada vez más nos parecemos a aquellos experimentos de El Hormiguero en los que al final se juzgaba como ‘fracaso absoluto’ o ‘éxito rotundo’. Sin término medio.
Es un modo de valorar mucho más fácil y rápido. Instantáneo. O bien o mal, o cero o diez, o nos lo quedamos o lo tiramos a la basura. Sin perder el tiempo. Pero perdiendo muchos matices. Y más cuando hablamos de algo tan complejo como una gestión política.
Las palabras finales de Juncker nos representan a muchos que caminamos por la vida haciendo sencillamente lo que tenemos que hacer del mejor modo posible, según nuestras capacidades y posibilidades. Sin esperar fuegos artificiales después de cada pequeña victoria ni ir por la vida completamente hundidos ante cada revés, queriendo tirar la toalla a las primeras de cambio. Este tipo de valorar nuestra vida y nuestro trabajo nos agota, nos tiene en una continua montaña rusa que nos marea y nos arrastra en una velocidad para la que no estamos hechos.
«Ni excesivamente alegre ni terriblemente decepcionado», consciente de la complejidad de lo que vivimos y de los claroscuros que nos pueblan y a la vez deseosos de conocernos cada vez mejor y así poder avanzar y aprender para lo siguiente que nos traiga el camino.
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Fuente: https://pastoralsj.org