Todo creyente está llamado a vivir enraizado en este mundo, con los ojos en el cielo y los pies en la tierra.
“Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Este Jesús, que de entre vosotros ha sido llevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir” (Hch 1, 11).
Esta es la reacción de los ángeles, sorprendidos al ver a los discípulos embobados mirando a lo alto tras la partida definitiva de Jesús. Es también la historia que leemos en la fiesta de la Ascensión, cuando recordamos que Jesús, el hombre que venía de Dios, regresó de nuevo, tras nacer y vivir en la tierra, junto a Dios.
Según la Tradición, Jesús es alguien con una doble naturaleza y una doble orientación: divina y terrestre. Aquí se encuentra una de las claves de la fe cristiana. Y uno de los retos a los que nos enfrentamos los creyentes para comprender y vivir nuestra fe: ¿Qué significa que Jesús fuese Dios y hombre? ¿Y qué implicaciones tiene para los que creemos en él?
Jesús es alguien con una doble naturaleza y una doble orientación: divina y terrestre. Aquí se encuentra una de las claves de la fe cristiana.
Tanto la meditación de la Sagrada Escritura como la contemplación de la creación pueden ayudarnos a responder esas preguntas. Fijémonos primero en aquellas realidades del mundo natural que también poseen una doble orientación: las semillas.
Al observar el proceso de germinación de una semilla comprobamos que la raíz se orienta hacia la oscuridad, buscando la tierra, mientras que el tallo y las hojas buscan la luz. La biología explica este fenómeno usando dos conceptos complementarios: fototropismo y geotropismo.
Un tropismo es la tendencia de un organismo a reaccionar de una manera definida a los estímulos exteriores. El fototropismo es la respuesta al estímulo luminoso. El geotropismo es la tendencia en el crecimiento de las plantas hacia el estímulo gravitacional, hacia el centro de la tierra (la gea). Por eso las raíces son positivamente geotrópicas mientras que el tallo y las ramas son negativamente geotrópicas. Ambos conceptos permiten comprender el comportamiento de una planta, esa forma de vida que, a pesar de su apariencia inmóvil, crece y se desplaza en dos direcciones.
Tras este breve excursus por el libro de la creación volvamos de nuevo al libro de la Escritura para preguntarnos por el significado de la vida de Jesús y el doble tropismo que orientó su misión.
La historia de la salvación se ha interpretado como un ir y venir, como un conjunto de intervenciones de Dios y visitas de mensajeros que irrumpen para transmitir un mensaje y ascender de nuevo. El modo de ser de Dios se revela en cada una de esas misiones.
La peculiaridad de Jesús es que su misión no fue una mera visita, sino que se enraizó en la historia humana, se encarnó haciéndose uno de nosotros. Él es el único que ha vivido plenamente con los pies en la tierra y los ojos en el cielo.
En el relato de la Ascensión hay otro detalle que a menudo pasa desapercibido, uno que puede darnos otra clave importante. Según Lucas, mientras ascendía, los discípulos se quedaron desconcertados mirando al cielo. La intención principal de esa escena no es describir un ascenso físico a un lugar concreto —el “cielo”—, ni explicar el modo como está configurada la Trinidad, sino indicar la forma de vivir la vocación cristiana y continuar la misión del Hijo.
Entre la ascensión y el juicio final, la comunidad cristiana no puede permanecer con los brazos cruzados. La crítica a la contemplación extasiada del “cielo” nos advierte que la oración no debería ser excusa para desentendernos de la “tierra”. Los creyentes no estamos en el mundo para quedarnos parados, distraídos por un misticismo desencarnado y vacío.
El cristianismo es misión, testimonio, vida apostólica. Es oración contemplativa y contemplación en la acción. Todo creyente está llamado a vivir enraizado en este mundo, con los ojos en el cielo y los pies en la tierra.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.