En América Latina vivimos recientemente una cadena de estallidos sociales y de resultados electorales que revelan un malestar común, aunque en cada caso haya detonantes y circunstancias específicas.
Varios países, luego de años de bonanza, revelan una falta de respuestas convincentes a las necesidades de buena parte de la población; y por acumulación de malestares se llega a situaciones políticas y estallidos imprevisibles. Tenemos los estallidos de Ecuador, Chile y Colombia, en cierto sentido de Nicaragua, y en otros países con respuestas políticas y procesos nada convencionales ni previsibles como Bukele en El Salvador y Bolsonaro en Brasil, o la más reciente incertidumbre y amenaza política en Perú. En todos estos, luego de una primera esperanza, los gobiernos amenazan con agravar las incertidumbres…
Creo que ciertamente existe una causa común en sociedades que crecen y se modernizan avanzando en muchos aspectos, pero que no aciertan en crear un verdadero bienestar social compartido e incluyente de toda la sociedad. Ello fomenta la antipolítica, el desprestigio de los partidos políticos y el cuestionamiento de aquellos sostenidos crecimientos económicos neoliberales sin reducción de las diferencias sociales, donde las mayorías sociales y sus legítimas aspiraciones tienen poco acceso a los éxitos y bienestar social de loa que presume el resto de la sociedad.
Hoy nuestras sociedades viven una revolución igualadora de las aspiraciones sociales, pero diferenciadora en los logros; ningún sector tiene un tope para sus aspiraciones y no le parece bien que otros sectores tengan posibilidades superiores. Ahora hay una nivelación de aspiraciones hacia arriba, y generan resentimiento en millones cuando se topan con barreras que los excluyen. Ese es un terreno propicio para los estallidos sociales y también para los populismos que recogen el resentimiento para tejer promesas y despertar utopías, sin saber cómo poner los medios necesarios para lograrlas, para democratizar el bienestar, cultivar la solidaridad y acortar distancias generando verdaderas oportunidades para todos.
Los sectores medios se están encontrando con que su ascenso se ha frenado y en muchos casos hay pasos hacia el empobrecimiento. Esta situación afecta especialmente a los jóvenes con el choque entre sus aspiraciones revolucionadas y su realidades duras y frustrantes, en cuanto a sus posibilidades de estudios superiores, de empleo bien remunerado y reconocimiento social.
PESCADORES EN MARES REVUELTOS
Desde luego, en las protestas y disturbios, y detrás de ellos, se movilizan grupos políticos que pretenden acabar con la economía capitalista, causa según ellos de todos los males, y siembran el sueño de un sistema económico socialista-estatista pulcro e inmaculado, sin apropiaciones ajenas y sin explotadores. Pero no creo que las protestas se deban principalmente a la dirección y acción organizada de estos grupos comunistas o comunistoides, aunque traten de capitalizarlas. En el caso de Chile, y ahora también en Colombia (y otros países como El Salvador, Brasil, Perú…), llama la atención el silencio y la ausencia de partidos sólidos no comunistoides y de dirigentes experimentados y reconocidos durante décadas.
Quiero subrayar que el paradigma de la militancia política ha cambiado radicalmente: hace 70 años los partidos formaban su gente a fuego lento en círculos de estudio, comités locales de activismo, disciplina partidista… El partido comunista, la democracia cristiana o el partido socialista formaban a sus militantes, desarrollaban una acción y construían un compromiso partidista para llegar al poder con propuestas y cierta preparación. Luego defendían la acción de su partido como gobierno. Ahora la militancia tiende a surgir de la noche a la mañana en la protesta misma y con las banderas de la indignación. Pero es muy distinto indignarse con injusticias que construir alternativas. Por eso, si los indignados llegan al poder, muy pronto pueden convertirse en indignados de su propio gobierno. En España hace pocas décadas ese tipo de protestas produjo el estallido social de los “indignados” con el deseo de que “se vayan todos” los políticos y de tirar por la borda todo el orden establecido. Esa indignación fue capitalizada por las tendencias comunistas y el naciente partido Podemos. Pero los hechos demuestran que la indignación antipolítica da mucho poder de protesta e incluso de destrucción y de borrón y cuenta nueva, pero no logra aprobar el examen de la responsabilidad constructiva. Para destruir una casa basta la rabia enfurecida, pero para construir otra casa hacen falta capacidades nuevas. Obviamente esto que digo es algo muy conservador, pero no deja de ser cierto. Basta mirar hoy lo que es Podemos en España, formando parte del gobierno y desinflada y rechazada con “indignación” por muchos que ayer eran suyos. Es difícil el matrimonio estable entre la protesta y la construcción trabajosa de soluciones. Sin embargo, es imprescindible.
El hecho de que hoy en la política prevalezca el esquema de oferta y demanda está llevando a las sociedades a grandes frustraciones. Eso funciona en la producción de bienes y servicios en empresas especializadas que venden sus productos en el mercado. Pero en la política democrática los que demandan soluciones en buena parte son los mismos ciudadanos que tienen que producirlas; no unos demandan y otros producen soluciones; este modo es fuente permanente de frustración política.
LA LIBERTAD CREADORA DEL NOS-OTROS
Creo que se ha agotado el juego político de “derechas” e “izquierdas”, cada uno con sus dogmas ideológicos con más de un siglo de historia nacional e internacional. Ahora hay que pensar de nuevo sobre realidades nuevas y ello requiere menos ideología clasificadora y absolutizadora y más pragmatismo sometido a examen de los hechos. Como dice Jesús, “por sus frutos los conocerán”. Pragmatismo con tres grandes principios: Dignidad superior de la persona humana con libre creatividad personal y solidaridad creadora de “nos-otros”. Sobre ese trípode se crea el Estado como instrumento del bien común subordinado a una sociedad en permanente transformación de individuos en ciudadanos organizados en variedad de “cuerpos intermedios” entre el Estado absoluto y el individuo cerrado en sí mismo. Se trata de una complementariedad de equilibrio inestable con una institucionalidad que permite que el bien propio contribuya al bien del otro y del conjunto de la sociedad, y viceversa.
Advierto que este problema no es solo de América Latina, sino que también lo estamos viendo en Europa con el desvanecimiento de los grandes partidos y con “zonas rojas” tradicionales votando por fórmulas neo-fascistas. Ya las clases sociales no son estables ni tienen “conciencia de sí” clasista.
FRACASOS SOCIALISTAS
En el último medio siglo no solo hemos visto la frustración de partidos y economías tradicionales, sino que hemos vivido también el fracaso de “revoluciones” latinoamericanas que iban a redimir a los pobres con economías y sociedades nuevas, libres y justas: Allende en Chile, Velasco Alvarado en Perú, el sandinismo en Nicaragua, el castrismo en Cuba, el kirchnerismo en Argentina, el chavismo en Venezuela… ninguno de esos gobiernos resistió la prueba del poder, ni sus gobiernos demostraron capacidad de responder positivamente a las aspiraciones de la población, y a la grave frustración respondieron con el fracaso y la muerte, o con la represión dictatorial y empobrecimiento, que sustituyeron a las promesas anteriores. Resulta infantil su autodefensa, achacando siempre sus fracasos a las maniobras imperialistas, sin revisar las fórmulas fracasadas propias.
Eso, a su vez, llevó en movimiento pendular a entronizar el ‘dogma neoliberal’ de que solo el libre mercado basta para resolver todo, pues las ‘divinas leyes del mercado’, sin interferencia de ningún otro factor, son el mejor sistema productivo y distributivo. Personalmente creo que la historia contemporánea demuestra que el mercado es imprescindible y el liberalismo político-democrático necesario frente a dictaduras monárquicas o de partidos con el falso nombre de ‘dictadura del proletariado’. Pero otra cosa es la pretensión de que las leyes del mercado, sin otro complemento ni corrección, van a producir bienestar para todos en sociedades tan desiguales. Eso de la ‘competencia perfecta’ es un mito y los mercados son cada vez más oligopólicos e incluso monopólicos, nacional y mundialmente. Las empresas planifican sus negocios y no se abandonan a las fuerzas del mercado y desarrollan políticas para elevar la formación y capacitación productiva de todos sus factores y también el sometimiento de los gobiernos a sus intereses. Por otro lado, cuando llegan las grandes crisis nacionales e internacionales, los primeros que piden auxilio del Estado son esas empresas y voces “neoliberales”, como queda demostrado en la crisis económica de 2008 y más recientemente con la pandemia del Covid-19, donde piden a gritos la intervención del Estado para salvar sus grandes empresas.
Es muy insensato pensar que la libre competencia sin más y el crecimiento del PIB van a traer por sí solos el bienestar general para toda la población. Ahora luego de 40 años de viento neoliberal, los hechos están a la vista, tanto en los logros como en los fracasos nacionales.
Por otra parte, es una realidad innegable y terrible que la economía estatista excluyente trae un rotundo fracaso económico, social y político, como podemos ver en Cuba y en Venezuela, por no hablar del estrepitoso fracaso de la Unión Soviética y de la China comunista de otro tiempo, con economías estatistas y sistemas totalitarios. Igualmente errado es pensar que las altas cifras de crecimiento económico durante años, por simple “derrame”, llevan bienestar a toda la población y producen convivencia e integración social amigable. Ejemplo elocuente parece el caso del Chile en los últimos casi 40 años, con una bonanza que no ha llevado a un acuerdo nacional inclusivo y sostenible; también los últimos años económicamente exitosos de Perú, con estrepitoso fracaso político y escandalosas corrupciones. No se quiere ver que las mayorías están negadas o distanciadas en sus reducidas oportunidades y esperanzas hasta que un día el malestar sube tanto que entra en ebullición y estalla.
Es imprescindible que las sociedades combinen las virtudes de la economía capitalista de mercado con la solidaridad social y con su Estado para el bien común con las correspondientes instituciones solidarias.
Solo el mercado siembra distancia, división y rechazo social entre fuertes y débiles. Por otra parte, solo el Estado a las órdenes del partido único siembra hambre, imposición y opresión, y reprime la múltiple creatividad humana.
Hace falta Mercado y Estado combinados de manera que puedan producir más y compartir mejor, complementándose y corrigiéndose mutuamente. Es un reto permanente revolucionar la educación con las capacidades productivas que de ella derivan, cultivando en cada persona los valores solidarios que buscan el encuentro del bien común con el bien individual de todos y cada uno construyendo permanentemente el máximo valor humano del “nos-otros”. Todo esto es distinto y más complejo que la enfurecida y contagiosa protesta o que la canonización de un estatismo supuestamente impoluto y libre de intereses mezquinos.
EL CAMINO DE VENEZUELA
En un primer momento, cuando la furia se apodera de la calle, parece que otros países pueden seguir el camino de Venezuela, que encarnó al poder militar capaz de castigar a los causantes del malestar y con promesas de acercarnos al paraíso socialista en la tierra. Pero, en un segundo momento, luego de ‘que se vayan todos’, se asoma el socialismo estatista de partido único, la gente se vuelve más realista y empieza a ver todo lo que tiene que perder y se pregunta más en concreto qué se ha hecho y conseguido en Venezuela. Luego de 22 años en el poder, la dictadura venezolana ha logrado varios records: en los últimos 8 años, el PIB se ha derrumbado hasta la cuarta parte de lo que era; la hiperinflación de más de 2000% anual arrasa con toda posibilidad de recuperación económica y minimiza los ingresos de los trabajadores, llevando el salario mínimo a 5$ al mes; en otro récord latinoamericano y mundial, ha expulsado a más de 5 millones hacia el viacrucis, buscando por el mundo el mínimo bienestar que Venezuela —“rica” ayer y “socialista” hoy— no les ofrece. Hoy están en ruinas los sistemas públicos de salud, de educación, de seguridad social, de agua, luz y electricidad…, asequibles a todos y construidos en décadas de democracia a partir de 1958.
Yo estoy convencido de que, a la hora de las decisiones en Chile, en Perú o en Colombia, prevalecerá el interés de no tirar por la borda los logros alcanzados, a pesar de todas las limitaciones. Pero, sobre todo, tiene que haber un despertar de nuevos liderazgos políticos y empresariales que hagan suya la tarea de hacer sentir a toda la población y, por supuesto, a los más necesitados, que ellos con la democracia son capaces y están decididos a producir y disfrutar un Chile con crecimiento y distribución, con servicios públicos de calidad y que lleguen a los sectores más necesitados; con cambios en democracia y libertad y sin un partido único que se apropia del Estado y se perpetua con la represión. El renacer democrático con libertades y pluralismo se enfrentará a la ilusión populista y productivamente estéril en la práctica.
De hecho, en Perú, Ecuador, Colombia, Chile, los líderes de la llamada “izquierda”, cuando están en campaña, se ven obligados a mentir, diciendo que ellos nada tienen que ver con Maduro y que su proyecto es distinto al de la catastrófica “revolución” venezolana.
Lo mismo pasa con Podemos en España, que en la etapa de las promesas se benefició de los dólares venezolanos, pero ahora, cuando tiene que gobernar y producir soluciones, se ve obligado a tomar distancia. Una cosa es la ilusión y el mito chavista, y otra es la dramática realidad venezolana, que fracasa en todas las áreas menos en la de la represión armada y totalitarismo al estilo de Cuba.
LA IGLESIA CATÓLICA: ¿ENTRE LAS CAUSAS O ENTRE LAS SOLUCIONES DEL PROBLEMA?
Si usted hace esa pregunta hoy a los venezolanos de todos los sectores sociales, la respuesta mayoritaria es muy clara en favor del papel que está jugando la Iglesia. Así lo muestran de manera sostenida todas las encuestas. Incluso, a veces, esperan de la Iglesia más de lo que ella puede dar. En todo caso, más allá de la institución eclesiástica, nuestros países necesitan que en todos los ciudadanos florezcan y den fruto tres semillas que son el abc de las enseñanzas sociales de la Iglesia: La dignidad de toda persona humana por encima de todo, el nos-otros solidario que busca el bien común y crea el Estado y las instituciones solidarias con principio de subsidiariedad, alimentada por una sociedad, no anulada por el Estado totalitario, sino articulada en miles de sociedades intermedias producto de la libre creatividad.
La Iglesia y su incidencia nacional en los problemas que hemos comentado varía de un país a otro, y también dentro de cada país hay tiempos distintos en la misma Iglesia. Aunque yo por primera vez llegué a Chile a comienzos el año 1983 a dirigir los Ejercicios Espirituales anuales de los jesuitas, desde mucho antes seguía con el mayor interés la labor de la Iglesia chilena en favor de la apertura de un centro político amplio de despolarización, abierto al cambio en aquel Chile que venía enfrentado entre derecha e izquierda; una Iglesia que de muchas maneras difundía la Doctrina Social de la Iglesia aplicada a la política y al desarrollo social. En ese contexto y para esa tarea histórica, tuvo un valor extraordinario la Acción Católica, desde donde nacieron dirigentes políticos de la calidad espiritual y firmeza política de Bernardo Leighton, a quien tuve el honor de conocer antes y después de que sufriera el criminal atentado de la dictadura chilena en Roma, contra él y su esposa. Precisamente, San Alberto Hurtado, el Centro Bellarmino y la Revista Mensaje fueron foros de inspiración, de formación y de creación de caminos nuevos.
Sé que en tiempos más recientes la Iglesia de Chile sufre con los escándalos de pedofilia y con sectores de un conservadurismo militante, que frenó esa apertura social y que tal vez se dejó llevar por el viento neoliberal que soplaba duro y cuyas propuestas y logros económicos no dejaban escuchar la voz del Evangelio que resuena en el Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Gaudium et Spes n.1). Así lo entendió y vivió el P. Hurtado con miles de colaboradores, y por eso es reconocido y proclamado santo. De ese espíritu de seguidores de Jesús nació y se nutre el Hogar de Cristo, pero también la Revista Mensaje y todo el esfuerzo de formación que busca poner un corazón cristiano a la política y a la economía. Entre las muchas iniciativas sociales conocí y admiré la obra del jesuita belga, P. Josse van der Rest, que con la Fundación Vivienda construyó tantos miles de viviendas populares.
Más tarde, en tiempos dictatoriales muy difíciles para Chile, el cardenal Silva Henríquez fue una luz de solidaridad y de esperanza y encabezó la Vicaría de Solidaridad, en su doble vertiente de defensa de los derechos humanos y desarrollo de iniciativas de solidaridad con las ollas populares para los que habían caído en grave empobrecimiento y necesidad en tiempos de la dictadura.
Ese foco de luz de la Iglesia chilena iluminó a América Latina y también al resto del mundo. Dentro de Chile, incluso sorprendió y animó gratamente a muchos que desde la tradición izquierdista anticlerical no la habían reconocido.
Así me comentó en su exilio en Caracas el gran dirigente socialista Aniceto Rodríguez, y me recalcó que lo que más les había impresionado, conmovido y acercado fue el ver que la Iglesia no defendía solamente a los suyos, a los católicos, sino a muchos perseguidos, por ejemplo, del MIR, que se consideraban anticlericales y en cuyas ideas comunes y prejuicios la Iglesia era esencialmente conservadora y reaccionaria.
La Asamblea de los obispos latinoamericanos en Medellín, en 1968, fue un momento especial de conversión de nuestra Iglesia, al tener el valor de mirar la realidad latinoamericana con la mirada del Concilio Vaticano II y el espíritu del Evangelio. Creo que hoy también, en el conjunto de América Latina, la Iglesia de Jesucristo, renovada con el Vaticano II y en la línea de la Asamblea Episcopal de Medellín, y animada por el Papa Francisco, es una esperanza en todos nuestros países. Seguramente necesita ahondar en su condición de Pueblo de Dios, más abierta a los laicos. Necesita también que los laicos, movidos por el Evangelio, encuentren nuevas iniciativas que respondan a las realidades del siglo XXI sin dejarnos llevar por el miedo y el conservadurismo. Ahora, con la pandemia del Covid-19, estamos sacudidos y con nuevos aires de libertad y necesidad de inventar respuestas nuevas y audaces, pues lo que teníamos está desbordado.
El mundo cambia, el régimen de cristiandad murió en unos sitios y agoniza en otros, y no podemos amarrar el Evangelio vivo a un cadáver conservador que muere… El Espíritu nos hace libres para investigar y responder con novedad a las nuevas situaciones y retos. El clericalismo es un mal para las sociedades, aunque a veces esté muy arraigado. Pero el Evangelio es un tesoro para las nacientes sociedades más laicas y para la juventud sedienta y muchas veces sin rumbo. En el pueblo latinoamericano la fuerza del seguimiento de Jesús es primaveral y semilla que se renueva, siempre que no la ahoguemos o la aplastemos con letras ya muertas y con intereses opuestos al Reino de Dios. Jesús nos dice que el Poder y la Riqueza tienden a entronizarse como dioses del reino de este mundo. “Pero entre ustedes no ha de ser así; más bien, quien quiera ser el primero que se haga servidor de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida…” (Marcos 10, 43-45). Solo el Dios-Amor tiene dentro de nosotros la fuerza suficiente para que domemos al poder y a la riqueza y los convirtamos en instrumento de vida para todos. A ello nos mueve el Espíritu hoy más allá de pasados regímenes de Cristiandad.
LA LUZ CRISTIANA MÁS ALLÁ DE LA CRISTIANDAD
La humanidad —al menos la de predominio de la Ilustración occidental— viene de vivir la ilusión puesta en la Torre de Babel, construida de manera exclusiva y excluyente con los ladrillos de la racionalidad instrumental. Cuando la humanidad en diversas fases de su devenir milenario descubre sus asombrosas capacidades creativas (por ejemplo, al pasar de recolector a sedentario y sembrador que multiplica las cosechas…), sufre la tentación de creerse dios y de levantar una torre tan alta que definitivamente alcance el cielo. Pero con esa soberbia se terminan destruyendo unos a otros. Menciono dos torres de Babel que en los últimos dos o tres siglos encandilaron el mundo contemporáneo: una torre de Babel para alcanzar el paraíso en la tierra fue el comunismo soviético y el chino. Esa torre, luego de décadas de costosa construcción, se derrumbó estrepitosamente.
Más grave y envolvente es la torre de la modernidad autosuficiente que encandila con los maravillosos descubrimientos y capacidades ilimitadas de la “racionalidad instrumental”. Con ese espíritu de autosuficiencia se entronizó a la diosa Razón (en Notre Dame de París, en tiempos de la Revolución Francesa, incluso se coronó físicamente a una miss que la representaba). Se pretendía suplantar al opresor oscurantismo cristiano. Sin duda había concreciones sociales, económicas y políticas oscurantistas defendidas y canonizadas por muchos cristianos (por ejemplo, “el derecho divino de los reyes absolutos o la esclavitud) y había que enfrentarlas y superar el régimen de cristiandad. Pero la racionalidad instrumental que ha traído creaciones prodigiosas y transformadoras requiere un sentido, un para qué humanizador que no está incluido en los medios; por eso estos pueden ser utilizados para dar vida o para matar. Por ejemplo, la más desarrollada racionalidad instrumental multiplicó de manera ilimitada la capacidad de destrucción, así como multiplica la capacidad de dar vida: la primera y la segunda guerra mundial que suman más de 100 millones de muertos lograron tanta eficacia asesina gracias a la razón instrumental orientada a destruir al otro. Y si hay otra guerra mundial no habrá quien sobreviva para contarla. Pero la racionalidad instrumental puede y debe ser aplicada para dar vida y con frecuencia así es cuando el superior sentido humanizador del Amor prevalece y ordena todo para dar vida y defenderla.
La Humanidad hoy necesita una fuente humanizadora, una inspiración permanente capaz de valorar la más frágil vida humana por encima de todos los productos de su racionalidad instrumental. Eso es el Amor con mayúscula y el Dios de Jesús es Amor. Una realidad que en nosotros se convierte en tesoro escondido de tanto valor que pueda convertir la economía y el poder en medios de vida, para que todos tengan vida. Pero no se puede dominar la economía sin conocerla y sin entender su lógica. La política tampoco.
El modo de hacer política y de formar políticos en el último medio siglo anterior está en extinción. También la economía, con todos sus éxitos fabulosos, se muestra incapaz de ofrecer a todos la oportunidad de producir lo que el mundo necesita. Solo el Amor puede humanizar la humanidad y convertir en instrumentos de vida los medios que pretenden ser fines absolutos, los que son medios que han de ser subordinados a la vida humana y su dignidad, pretendiendo ser fines y no medios.
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Luis María Ugalde Olalde, es un teólogo e historiador jesuita venezolano nacido en España. Fue rector de la Universidad Católica Andrés Bello entre 1990 y 2010. En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo y desde 2008 es Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales.