De entre las tesis del Premio Nacional de Humanidades (2007), Manuel Antonio Garretón, que más han destacado en los últimos años está la que expresa que una clave de la crisis política de nuestro país radica en el cese de la identificación entre los partidos políticos y los distintos estamentos de la sociedad. Teniendo a la vista las protestas y manifestaciones que, desde la primera década de este siglo XXI, expresaban disconformidad por diversos aspectos de la situación del país, él formuló un diagnóstico sin matices, directo a la vena: los partidos fueron virtualmente apartados de su rol de interlocución y representación de la ciudadanía. Tal idea, básicamente, la expuso en el libro que coordinó, La gran ruptura (LOM, 2016), señalando que una característica histórica de Chile, como era la imbricación de las colectividades en la sociedad chilena, se había roto. La consecuencia de ese proceso es, en buena medida, lo observado en las calles en octubre de 2019.
Sobre el derrotero de esto y su proyección, así como de las lecciones que pueden extraerse con miras al futuro, hablamos con motivo de nuestra conmemoración de los 70 años de Mensaje.
—Manuel Antonio, Ud. ha sido actor —no solo testigo— en momentos y procesos muy importantes en Chile: la reforma universitaria de 1968, el triunfo de la UP y el golpe de Estado de 1973, el regreso a la democracia, el estallido social, el actual proceso constituyente… Este recorrido nacional, aunque sinuoso, ¿cree Ud. que se dirige hacia un objetivo posible de visualizar?
Es difícil hacer filosofía de la historia. Entiendo que estamos hablando de la sociedad chilena. Sin embargo, hay un hito en el cual estuve en movilizaciones, pero no tuve funciones especiales. Estaba en Francia estudiando el doctorado en mayo del 68 y ahí lo que se vivió fue un momento de muchos movimientos, igual que en otras sociedades, en que lo que se buscaba era cambiar la vida, más allá de los sistemas políticos o socioeconómicos, que eran todos criticados. En América Latina el “cambiar la vida” estaba mucho más atravesado e identificado con el rechazo a un determinado sistema político y socioeconómico y la búsqueda de su reemplazo. En todo caso, estas coyunturas críticas, las utopías de cada momento, cuando nos toca vivirlas, nos influyen indudablemente en nuestras historias personales. Ahora bien, aludiendo a la pregunta… ¿Se puede hablar de un objetivo o un sentido que se mantiene? Más bien, creo que cada generación vive cada coyuntura y, luego, la memoria de esta impacta y se acumula con la experiencia de la generación siguiente, que vive otra coyuntura. Así, creo que no hay un sentido único de la historia. Cada segmento de cada generación vive eventos propios, que la marcan de manera particular y la hacen definirse específicamente.
En los años sesenta, época en que me vinculo a Mensaje, la sociedad chilena enfrentaba dos grandes núcleos del mundo oligárquico, como eran lo agrario, en lo que me tocó participar en mi primer trabajo a la salida de la Universidad con INDAP, encargado de la organización campesina de la reforma agraria, y lo cultural, expresado, aunque no exclusivamente, sobre todo en la educación, de lo que la Universidad Católica era el ejemplo emblemático. Estuve en el inicio de la reforma en la Universidad Católica, así como en sus procesos anteriores como integrante del movimiento estudiantil y en la elaboración de lo que fueron los grandes planteamientos de la reforma y luego, en 1970, a mi regreso de Francia, en la construcción institucional de un Centro de Estudios en esa Universidad y en el Consejo Superior de ella… En esa época los partidos representaban segmentos de grandes actores fundamentales de la sociedad, y la Democracia Cristiana y la izquierda representaban el cambio en la sociedad. Así, obtuve consciencia temprana de la vinculación entre lo político y lo social. Vino después la Unidad Popular, momento en el cual lo que estaba en debate en el mundo era el paso del capitalismo al socialismo con la particularidad de hacerlo sin una revolución violenta, lo que aparecía como la cuadratura del círculo en términos de las ideologías predomimamtes.
—¿Qué aprendizajes se obtuvieron de esa época?
De ese momento surgen preguntas. La pregunta ¿cómo se cambia la vida?, como dije, se identificó demasiado con el cambio del sistema socioeconómico y político, y lo que aprendimos es que no es lo mismo. La pregunta fundamental de la época fue ¿cómo se transforma profundamente una sociedad y sus estructuras de poder sin que ello signifique violencia ni eliminar vidas y libertades? El aprendizaje fundamental fue que no se pueden hacer grandes transformaciones, excluyendo las fórmulas violentas, si no se construyen mayorías políticas. El problema es cómo construir esa mayoría política y en Chile, en ese momento, ello pasaba por los partidos, dada su imbricacióm con la sociedad. Y se fracasó en construir esa mayoría. Sin duda, el proyecto y el gobierno de la Unidad Popular, lo que Allende llamó la segunda vía al socialismo, fueron una gran esperanza y no solo para Chile, y su término se debió a la brutalidad de la oposición a ese proyecto tanto dentro como fuera del país.
La dictadura que se impuso al derrocar a Allende a sangre y fuego significó un cambio radical. Fue el fenómeno más importante desde un punto de vista negativo, sin dudas. Chile cambió el rumbo que entonces llevaba desde los años veinte. Y ese periodo cambió todo, sesgando muchas vidas, destruyendo organizaciones y actores e instituciones. La dictadura destruyó a Chile.
—¿Cómo sintetizaría lo que significó esa época?
Con la dictadura, perdimos la ingenuidad. Aprendimos, parafraseando a Malraux, el mal absoluto que se impone a la solidaridad y a la fraternidad. Porque la dictadura de Pinochet fue un mal absoluto. Mientras eso no se reconozca, la nuestra seguirá siendo una sociedad dividida. Es por ello que su condena debe quedar en el Preámbulo de la nueva Constitución. Y aprovecho de aclarar algo que se repite mucho: que estábamos frente a una dictadura cívico militar. Eso es una aberración conceptual. Nunca, por definición, una dictadura podrá ser cívica. Militar y civil, caudillista. No cívica.
De lo que se trató en un primer momento para grandes sectores del país fue cómo sobrevivir, cómo ayudar a los otros a sobrevivir. Para los que pertenecíamos al mundo académico, otro reto era cómo reconstruíamos la capacidad para reflexionar y pensar en cómo se salía de eso. Porque, más allá de la sobrevivencia individual y colectiva, de lo que se trataba era de cómo terminar con la dictadura.
Esa era la prioridad. Y cuando la dictadura terminó, quedaron problemas pendientes. Por eso, cuando uno piensa en el estallido y en el proceso constituyente, observa que esas cuestiones pendientes lo seguían estando. Así, lo que ahora se nos plantea es fundamentalmente saldar todas las deudas históricas. Respecto de la dictadura y del periodo democático que le siguió, ello tiene que ver con la superación de su modelo socioeconómico y con la reconstrucción de las relaciones entre política y sociedad.
De todo lo vivido en la época larga, un cierto sentido queda metido en el ADN de las generaciones. Hay un hilo común en todo esto. Lo que le da sentido es, fundamentalmente, la resiliencia, la resistencia frente a aquello que nos impide en cada momento específico ser humanos. Y, al mismo tiempo, ser capaces de construir las relaciones del ser humano individualmente, pero también de construir los vínculos con un nosotros que es una comunidad política.
“UNA BATALLA QUE NUNCA TERMINA”
—Es ese objetivo el que se visualiza entonces en el actual momento: reconstruir, como sociedad, todo estos lazos y ese sentido.
Sí. Es que importa el hilo de resistencia y resiliencia ante cualquier forma de explotación, opresión, dominación o alienación. No se trata solo de la explotación clásica de clases, sino de todas las otras que se han ido acumulando y que se pueden expresar en la dominación del pueblo mapuche, las herencias no superadas de la dictadura, la dominación patriarcal y la cuestión fundamental de la pervivencia de un modelo hacendal y oligárquico de nuevo cuño, en el cual pierden los que siempre han perdido.
Resulta clave lo que tiene que ver con la deuda respecto de verdad, justicia y reparación. Esa es una tarea que vamos a tener siempre. Si no se hace, vamos a tener siempre una sociedad fragmentada, en la que tengo que soportar al otro, pero no construir un destino común. ¿Qué destino tiene alguien junto con el que robó sus tierras? ¿Qué sentido común tiene alguien con el que asesinó a su familia?
—¿Cree posible enfrentar esa tarea?
Está el momento particular en Chile de enfrentar ahora estos temas en común: construir en común la capacidad de realizar nuestras vidas cotidianas y desarrollar una comunidad que reconozca sus multiples diversidades y conflictualidades, y legar eso a las siguientes generaciones. Como decía alguien, esta es una batalla que nunca termina. Quizás no logremos terminar con la injusticia, la desigualdad y la ausencia de solidaridad, pero hay que luchar para que ellas no terminen con nosotros.
—Me gustaría detenerme en algunos de los hitos de ese camino recorrido, y en el plano más personal suyo. Usted fue exonerado de la UC el año 1973 y 45 años más tarde, en una ceremonia pública, el actual rector le pidió perdón, no solo a usted, sino a otros académicos exonerados e incluso a algunos que murieron… ¿Siente que es posible la reconciliación en Chile y bajo qué circunstancias?
Sin referirnos al caso personal y en el que el rector buscó reparar simbólicamente el daño causado por la Universidad al país, a sí misma y a quienes fueron eliminados de ella, hay un problema profundo y más amplio con el tema de la reconciliación. ¿Qué significa? Creo que no hay reencuentro ni posibilidad de sentir que formamos parte de algo común, si no hay justicia y reparación en todos los distintos ámbitos que he señalado. No hay perdón si no se hace justicia y reparación. La justicia implica castigo y reparación. Significa devolver algo, quitándoselo al que se lo apropió injustamente. Tendríamos una sociedad reconciliada si esto lo aceptaran los sectores que van a tener que perder. ¿Será posible que ellos acepten eso?
—Por otra parte, ¿cómo vivió usted el regreso a la democracia en 1990? ¿Consideró entonces que cuarenta años más tarde estaríamos intentando refundarla?
Si uno piensa que la dictadura, en cuanto constructora en un sentido perverso de las relaciones sociales, del modelo de desarrollo, fue un mal absoluto, aceptamos entonces que el regreso de la democracia fue un avance fundamental, civilizatorio. Pero, para lograrlo, omitimos demandas absolutamente justificadas. Fui de los primeros en hacer la crítica. Instalé el concepto de los “enclaves autoritarios” y el de los “poderes fácticos”. ¿Qué significaba eso? Una democracia limitada. Carlos Huneeus la llamará después “una democracia semisoberana”. Otros la llamarán “democracia incompleta”. Basta decir que los ocho primeros años, Pinochet seguía en su cargo en el Ejército. Entonces, ¿a eso llamarle “una transición ejemplar”? ¡No, pues! Digan si quieren que no era posible otra cosa, lo que tampoco es cierto, pero no digan que era ejemplar. Estaba llena de presencia de la dictadura militar. Entre muchas otras cosas, estaba el sistema binominal, que impedía que hubiera realmente democracia. La demanda respecto de todo lo pendiente, tarde o temprano, iba a estallar. Nadie puede decir que previó exactamente el estallido. Pero, si esos problemas no se resolvían, era claro que alguna forma de expresion extra institucional, esencialmente democrática pero fuera de los márgenes institucionales, se iba a plantear. Lo central que se fue produciendo es lo que llamé “la gran ruptura” entre un sistema institucional político y los actores políticos institucionales y la sociedad. Esa ruptura puede decirse que se da en todas partes del mundo, pero Chile es de las pocas sociedades en que durante casi cien años se construyó a través de la acción entre partidos políticos y la sociedad, en una imbricación. Y eso se rompió porque no se enfrentaron los grandes problemas de un régimen político democrático incompleto. Entonces, la gente sintió que la política no les servía. Y eso tuvo su expresión primera en el 2006 y el 2007, con las movilizaciones de los pingüinos y de los subcontratistas del cobre. A partir del 2006, producto de este distanciamiento, ya los partidos políticos dejan de ser los conductores o interlocutores de la protesta social. Después vinieron las movilizaciones del 2011 y del 2012, y la feminista de 2018. Estaban las organizaciones medioambientales, las feministas, movilizaciones de sectores mapuche, movimientos territoriales. etc. Es una demanda que apunta a resolver los déficit de los años noventa, pese a los indudables avances, y algunos de mucho más larga data.
La diferencia con el estallido es que este no tuvo liderazgo ni político ni organizacional, pero forzó a una salida política. Y la paradoja en este caso es que desde el mundo institucional, rechazado por la gente en las calles, surge, sin embargo, la solución, que es una solución institucional, pero que le devuelve el poder y la palabra a la gente en las calles a través de lo que se llama proceso constituyente.
EL PROYECTO REFUNDACIONAL DE BACHELET
—En una entrevista reciente usted señaló que todo lo que está ocurriendo hoy, la ex presidenta Bachelet lo planteó como temas claves en su gobierno. ¿A qué se refiere? ¿Cree que su “proyecto país” fue comprendido en su momento?
El segundo gobierno de Bachelet tuvo la capacidad de entender qué es lo que estaba pasando. El suyo es el primer proyecto histórico refundacional post dictadura. Hablamos de un proyecto histórico que implica una refundación en el sentido de un cambio del modelo económico y del modelo político. Ella recoge lo pendiente en un programa que podría tener 200 páginas —que algunos leyeron y otros no—, pero lo importante era que las tres cuestiones centrales (educación pública de calidad, reforma tributaria redistributiva y nueva Constitución formulada participativamente) habían venido por primera vez en la historia de Chile de un movimiento social y no de los partidos políticos. Ella se da cuenta de que las fuerzas políticas de la Concertación no van a hacer ese trabajo y entonces incorpora al Partido Comunista e impulsa la reforma laboral destinada a fortalecer al mundo del trabajo. Hay ahí un modelo refundacional en lo laboral, en lo económico, en lo educacional y en lo institucional. Pero, entonces, por primera vez en la historia de Chile, vota menos del 50%. No hay mejor ejemplo de esta ruptura entre política y sociedad. A esto hay que agregar la radicalidad de la oposición que percibía el carácter refundacional de ese proyecto, los conflictos internos de la coalición —la Democracia Cristiana no ayudó mucho— y problemas de liderazgo, en buena medida debido a que la Presidenta fue muy afectada por las denuncias que afectaron a su familia.
De todos modos, dejó planteado un proceso constituyente de inmenso valor, cabildos autoconvocados incluidos.
—Otra frase suya, expresada en una entrevista, apunta a que debemos dejar de hablar del poder de consumo para referirnos a nuestras necesidades como sociedad. ¿Puede explayarse?
Estamos en un problema civilizatorio, que afecta, por supuesto, a la humanidad y a cada una de las sociedades. Lo que yo decía en esa entrevista es que los dos grandes principios no resueltos en la modernidad son los temas de la igualdad y de la solidaridad. La sociedad actual, llámese la sociedad de la información, llámese la sociedad de la comunicación, la edad digital, etcétera, tiene como elementos centrales la horizontalidad y la inmediatez. Y se retoma la igualdad en términos de horizontalidad, restringiendo la verticalidad y las jerarquías de las autoridades. La desigualdad radical que se encuentra en la vida cotidiana se compara con la igualdad que se vive en las redes sociales: en ella se puede decir lo que a uno se le ocurra, por ejemplo, y se fortalece la identidad de algunos grupos. A este problema de reconstrucción de comunidades políticas, se le suma la crisis medio ambiental, que amenaza la sobrevivencia de la humanidad, y la superación del orden patriarcal.
Y en este marco se plantea la cuestión de la igualdad socio-económica, sin la cual la libertad es real solo para algunos. ¿Qué significa? Es posible que podamos tener una igualdad en las condiciones materiales en las oportunidades de vida de la gente para toda la humanidad en un tiempo de no más de una generación. Pero ello es imposible, si se sigue con este este modo de vida, pues se destruiría definitivamente el medio ambiente. El consumo guiado y definido no por las necesidades, sino por la tecnología y la publicidad de esa tecnología, no es posible mantenerlo como hasta ahora. El último informe sobre cambio climático revela que no es posible continuar con el actual modelo de desarrollo. Todo esto implica reorientar el cambio tecnológico y disminuir los niveles y tipo de consumo. Es evidente que el tema de la igualdad implica redistribución. Una igualdad que asegure dignidad para todos significa que muchos sectores no van a poder disfrutar de la misma manera de los bienes materiales que han disfrutado hasta ahora. ¿Van a aceptar estos sectores un cambio en sus modos de vida? ¿Cómo se resuelve el problema en que el 50% del país vive con $500.000 sin redistribución? Eso significa, y esto es extremadamente complicado, pasar de una economía de consumo a una economía de necesidades. Esto es, atendiendo a las necesidades de la gente y no a las necesidades que van creando permanentemente el avance tecnológico y la publicidad. Se trata del problema clásico que muchos filósofos han planteado. Igualdad y libertad solo se concilian con la idea de fraternidad o solidaridad, y eso no existe en Chile.
PENSAR SIEMPRE LA UNIVERSALIDAD
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
Todo lo que atente contra la sobrevivencia de la humanidad en condiciones de igualdad y vaya contra la reconstrucción de la comunidad política. Importa todo lo que signifique olvidar que desde la singularidad de cada uno y de cada grupo hay que pensar siempre la universalidad, pero no identificando esta con aquella, identificación que es un gran riesgo que se corre hoy.
—¿Cree usted que hoy está cambiando el curso de la historia en Chile? O, ¿qué factores internacionales o nacionales explican el cambio que estamos viviendo hoy?
El cambio geopolítico que significa para América Latina una mayor soledad. América Latina es hoy, como continente, más solo de lo que fue en otras épocas, lo que obliga a pensar en su reforzamiento como bloque. Y Chile debe ser parte activa de ese proceso. Desde el punto de vista nacional, la dictadura militar cambió el curso de la historia, como ya lo hemos dicho. La recuperación democrática y los avances significativos en el campo socioeconómico, político y cultural no saldaron las deudas ancestrales ni tampoco muchas de las que quedaron de la dictadura. Por supuesto que creo que esa historia está cambiando y estamos ante un momento refundacional que profundiza y retoma grandes avances de nuestra historia y muchos de sus ideales que no lograron cristalizar. Pero ello se da en un mundo profundamente transformado. Dar cuenta del cambio epocal de la humanidad y, a su vez, resolver los problemas señalados que nuestra historia no pudo abordar, es lo que significa el momento actual y ello implica la reconstrucción de la comunidad política con una reinvención de un modelo de organización social.
“ME DEFINO POR ESPERANZAS”
—¿Sobre qué es usted optimista?
En general no me identifico con estas categorías de optimista o pesimista. Si se analiza lo que he dicho más arriba respecto de las potencialidades del proceso chileno actual, se podría calificar esto como optimismo. Pero no lo veo así. Más bien, tengo esperanzas en ello. Es que me defino por esperanzas, por deseos de que las cosas pasen de una cierta manera. La esperanza que se reconstituya una comunidad política, que se haga justicia y reparación en las diversas dimensiones que he hablado, que haya igualdad real, que tengamos una muy buena nueva Constitución, que se encuentre una salida a la crisis medio ambiental, etc. Respecto de que todo ello se realice, veo enormes obstáculos y dificultades. Es lo que algunos podrían calificar de pesimismo, frente a lo que solo caben la resiliencia y resistencia y renovar las esperanzas. ¿Eso es pesimista u optimista?
—¿Qué autores lo inspiran a usted para pensar el hoy y el mañana?
En general tengo un comportamiento utilitario con los autores y los libros en mi trabajo. No me atrevería a señalar cuáles serían los autores más importantes o inspiradores en el mundo de hoy. Busco y leo lo que me es necesario para avanzar en los temas que trato, y no me inspiro en ninguno en su totalidad; es decir, me son útiles solo algunas cosas de algunos autores. Pero la inspiración no viene solo de obras de las ciencias sociales, sino también de la literatura, el cine y el teatro. Con la excepción de Alain Touraine, no tengo un maestro de pensamiento. Y, actualmente, me interesan lecturas con alguna reflexión sobre la transformación de la sociedad contemporánea y el modo como ellas afectan las vidas concretas de la gente (lo que hace magníficamente el cine italiano, por ejemplo). Si me fuerzan a nombrar autores que me han servido para entender esta sociedad, por mencionar algunos, serían el mismo Touraine o Manuel Castells. En el plano económico, que conozco menos, me interesa Thomas Picketty. Y, más allá de autoras determinadas, tengo atención también al debate feminista.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?
No me siento a la altura de dar un mensaje a la humanidad. Como he dicho, la sobrevivencia en condiciones de igualdad es lo que creo tarea principal. Esto último implica reconstruir comunidades políticas en las cuales el principio central de la sociedad —enteramente diversa y fragmentada, como las que tenemos— sea la solidaridad y la promoción de los derechos humanos y sociales. Esas son condiciones indispensables para que las personas luchen por sus propias felicidades. MSJ
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Manuel Antonio Garretón. Sociólogo y politólogo. Licenciado en Sociología en la Universidad Católica de Santiago y Doctorado de l’Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, en París. Desde 1994 es Profesor Titular Departamento Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de Universidad de Chile. Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales en 2007.