“Uno se queda sin palabras”, dice la periodista, escritora y ganadora del Premio Academia y el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños, entre otros galardones, frente a la realidad chilena, donde tres de cada diez niños viven en situación de pobreza.
Niños sin memorial, niños que trabajan, niños que no comprenden. Ni-ños, como dice uno de sus títulos, para graficar la infancia interrumpida. Sus libros han sido traducidos a catorce idiomas y galardonados con numerosos premios en Chile y el extranjero. En 2017 publicó Kramp (Emecé, Chile), su primera novela para adultos, y este año 2021, El hombre del cartel (Alquimia Ediciones), donde nuevamente es la mirada de un niño la que refleja la marginalidad, el desempleo y la pobreza. El resultado es conmovedor: “Intento que los niños sean un espejo en el que los adultos podamos mirar nuestras flaquezas, el absurdo, incluso la crueldad de ciertos comportamientos, pero también nuestra belleza”, explica esta escritora en entrevista con Mensaje.
“TENDEMOS A NATURALIZAR EL DOLOR DE LOS NIÑOS”
—En tu última novela, El hombre del cartel, al igual que en Kramp, nos encontramos con niños narradores, que son testigos de “un mundo raro” lleno de injusticias. ¿Cuáles son las situaciones de violencia y crueldad que los niños de nuestro país están sufriendo hoy?
Responderé con palabras de Nicolás Contreras, investigador del Observatorio de Niñez y Adolescencia: “En Chile prácticamente el 14 por ciento de los niños, niñas y adolescentes viven en situación de pobreza, y un 22,9 en una situación de pobreza multidimensional, la que no solo considera el ingreso, sino que educación, salud, vivienda, trabajo y seguridad social de la familia. (…) Al cruzar estas dos variables, llegamos a una cifra tremenda: de cada diez niños, niñas y adolescentes, tres viven en situación de pobreza, ya sea por ingreso o medición multidimensional”. Uno se queda sin palabras después de esas cifras. Pero, además, creo que hay mucha soledad en los niños, mucha exigencia que uno no entiende hacia dónde va. No tengo cifras de eso, pero es algo que percibes cuando visitas una sala de clases, incluso ahora que esa visita es a través del computador. Esa soledad, que es otro tipo de pobreza, me parece que tiene que ver con el mundo que hemos construido los adultos, no solo para los niños, sino también para nosotros mismos.
—En tu libro Ni-ños, sobre niños y niñas cuyas historias conociste a través del Informe Rettig, haces referencia precisamente a la infancia arrebatada… ¿Crees que Chile ha hecho el necesario duelo por esas niñeces perdidas?
Esos niños no tienen ni siquiera un memorial, un lugar donde ir recordarlos o dejarles una flor. Cuando sus nombres aparecen, es junto a muchos otros nombres, no se reconoce que eran niños al momento de haber sido asesinados o desaparecidos. Creo que se les debe ese listado independiente y ese lugar donde ir a recordarlos.
—Muchos adultos nos sentimos interpelados en nuestras infancias por libros como Oliver Twist o Corazón, donde la crueldad sufrida por los niños y niñas era inhumana. ¿Tú dirías que hoy es más solapada, o que las personas somos más indiferentes?
Creo que las formas de violencia van cambiando, pero hay cosas que no han desaparecido. Por ejemplo, las cifras de trabajo infantil —que por primera vez en veinte años aumentan— siguen siendo difíciles de asimilar: se estima que, a principios de 2020, 160 millones de menores estaban forzados a trabajar: 8,4 millones más que hace cuatro años, según la Unicef. Entonces, tal vez se trate más de la indolencia que tú mencionas que de otra cosa. Siento llenar esta entrevista de cifras y me pregunto si no será que al ver números tendemos a naturalizar el dolor. Pero me parece que es muy concreto, que no hay exageraciones ni ganas de mirar el vaso medio vacío.
“LA INFANCIA DULCE Y FELIZ ES SOLO UNA DE TANTAS”
—Tu obra literaria no es explícitamente de denuncia, pero ¿qué tipo de sociedad estás denunciando en muchos de tus libros?
La mayoría de mis libros están dirigidos a los niños. Algunos, como el libro Ni-ños, son libros de memoria y buscan que ellos conozcan la historia de su propio colectivo. Otros tienen que ver con que conozcan sus derechos, pero hay un tercer grupo de libros que buscan acompañarlos en la observación de la belleza, y los imagino sobre todo para esos espacios donde parece ser esquiva. Porque resulta que todos tenemos una ventana o algo que se le parece, y por esa ventana a ciertas horas aparece la luna. Quisiera que mis libros le dijeran a los niños que esa belleza les pertenece por el hecho de estar en este mundo. Que al final del día digan: eso también es para mí. Por último, hay un cuarto grupo de libros, las novelas para adultos, que utilizan narradores niños. En estas novelas —Kramp y El hombre del cartel— intento que los niños sean un espejo en el que los adultos podamos mirar nuestras flaquezas, el absurdo, incluso la crueldad de ciertos comportamientos, pero también nuestra belleza. Creo que son cosas que conviven y por eso el ser humano resulta una cosa compleja de observar. Me parece que los ojos de los niños permiten una especie de sinceridad.
—Pareciera que la inocencia e ingenuidad de la infancia bastara para borrar las huellas del mal sufrido por ese amplio sector social nombrado como “infancia”. ¿Qué piensas al respecto?
Yo no pienso que los niños sean ingenuos, tampoco creo en ese halo de bondad y ternura en el que se les intenta envolver. Tienen sus momentos de eso, pero también experimentan sentimientos que nuestra sociedad considera oscuros como la ira o la frustración. Eso no significa que fallen como niños. Tal vez nuestra dificultad para enfrentar temas como el fracaso del SENAME, tenga que ver con esa negación. ¿Qué haces con ese niño que, en lugar de saludarte, te lanza una patada? ¿Lo encierras en la pieza del fondo? ¿Lo olvidas? La otra opción es intentar comprender, pero para eso debes deshacerte de esas construcciones que hemos hecho para nuestra propia comodidad: la infancia dulce y feliz es solo una de tantas.
REDEFINIR LO QUE ENTENDEMOS POR INFANCIA
—¿Qué crees que lo está cambiando todo, si es que estamos viviendo algún cambio como sociedad o nación?
No creo que esté cambiando todo. Sí que hay señales de que esta forma de vivir está resultando difícil y sin mucho sentido para un grupo que me da la impresión es cada vez más grande: un grupo que no se conforma con estudiar, trabajar y progresar, a cualquier costo, en ese trabajo. Creo que llegó un punto en que muchos nos preguntamos si eso tiene sentido o si será mejor repensar hacia dónde orientamos el tiempo y la energía de la que disponemos, que tampoco es infinita.
—¿Sobre qué eres optimista?
Creo que estamos en una crisis y eso implica que tendremos que pensar no en una, sino en varias nuevas formas de hacer las cosas y con eso me refiero a la forma en que construimos el conocimiento, a la forma de habitar el planeta, a la manera que nos relacionamos con otros seres humanos y también con otras especies.
—¿Qué mensaje darías a la humanidad del siglo XXI y qué consideras clave para el futuro?
Que no dejemos de repensarnos y redefinirnos constantemente, que no olvidemos que tenemos ese derecho. MSJ
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María José Ferrada (Chile, 1977), es periodista y escritora. Sus libros han sido traducidos a catorce idiomas. Ha sido galardonada con numerosos reconocimientos literarios, entre ellos, el Premio Academia, Premio Municipal de Literatura de Santiago, Premio Mejor Novela del Círculo de Críticos de Arte, Premio Mejores Obras del Ministerio de las Culturas y Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños. / Fotografía: Rodrigo Marín.