Más allá de las encuestas: la polémica en torno al Viernes Santo

Las encuestas nos dan una foto del momento, pero comprender el proceso requiere mirar la película completa de nuestra transformación cultural.

La previa a la Semana Santa que viviremos próximamente ha estado marcada por una controversia que, si bien puede parecer coyuntural, revela transformaciones culturales profundas en nuestra sociedad. El anuncio de grandes empresas de retail de abrir sus puertas durante el Viernes Santo, rompiendo con la arraigada costumbre de considerar este día como feriado —incluso para sectores no obligados por ley—, encendió un debate público inmediato. Las reacciones no se hicieron esperar, y diversas encuestas buscaron capturar la opinión ciudadana al respecto, arrojando resultados que, aunque interesantes, corren el riesgo de quedarse en la superficie si no se analizan en un contexto más amplio.

Las encuestas de opinión, como las difundidas por medios como La Tercera y Emol, suelen mostrarnos la punta del iceberg: un porcentaje de la población considera que el Viernes Santo debería ser feriado irrenunciable, mientras otro sector lo relativiza. Se esgrimen argumentos sobre el descanso, la tradición, el recogimiento o, en contraposición, la libertad de comercio y las necesidades económicas. Sin embargo, reducir esta polémica a una simple pugna entre intereses económicos y respeto por la tradición religiosa es insuficiente. La verdadera pregunta que subyace es: ¿Qué ha ocurrido en nuestra sociedad para que romper con una costumbre tan instalada como el cierre del comercio en Viernes Santo haya llegado a ser culturalmente viable, en términos de legitimidad social? Por otro lado, aquellas voces de la ciudadanía favorables a mantener el feriado: ¿Dan cuenta de una vivacidad de la tradición religiosa católica en Chile o más bien expresan nuevas formas no tradicionales de vivir la fe?

¿Qué ha ocurrido en nuestra sociedad para que romper con una costumbre tan instalada como el cierre del comercio en Viernes Santo haya llegado a ser culturalmente viable, en términos de legitimidad social?

La respuesta, me parece, hay que buscarla en el lento pero nítido proceso de secularización que vive la sociedad chilena. No se trata de un fenómeno nuevo, pero sus efectos se hacen cada vez más patentes en la esfera pública y cultural. Los datos son elocuentes. La Encuesta Nacional Bicentenario UC 2024 muestra una caída sostenida en la identificación con la religión católica: si en 2006 un 70% de los chilenos se declaraba católico, en 2024 esa cifra ha descendido al 42% (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 99). Paralelamente, ha crecido significativamente el grupo de personas que no adhiere a ninguna religión, alcanzando un 37% en 2024 (un 32% se declara «ninguna» y un 5% «ateo/agnóstico») (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 100). Este fenómeno es particularmente agudo entre los jóvenes: en el tramo de 18 a 34 años, solo un 29% se identifica como católico en 2024, mientras que un 45% declara no tener religión (incluyendo ateos/agnósticos) (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 101).

Este cambio no solo se refleja en la autoidentificación, sino también en las prácticas y la relevancia pública de las instituciones religiosas. La encuesta Cadem indica que, en los últimos 10 años, la participación en misas o actos religiosos durante Semana Santa ha caído 19 puntos porcentuales, situándose en un 23% (Cadem, 2024). En línea con esto, la Encuesta Bicentenario revela que solo un 18% de los chilenos cree que se debería tomar más en cuenta a la Iglesia católica en las decisiones públicas, una cifra que dista mucho del 50% registrado en 2007 (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 103). Es más, una abrumadora mayoría (87%) considera que «la fe se puede vivir sin pertenecer a ninguna iglesia» (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 104).

Este panorama de creciente desafección institucional y disminución de la práctica religiosa tradicional crea un terreno fértil para que costumbres asociadas a festividades religiosas pierdan su carácter casi intocable. La decisión del retail de abrir en Viernes Santo no responde únicamente a un afán de lucro —que sin duda existe—, sino que es posible porque el anclaje cultural de la religión se ha debilitado. La presión social o el «costo reputacional» de ir contra una tradición religiosa ya no es el mismo que hace algunas décadas. Las empresas perciben, probablemente con acierto, que una porción significativa de la sociedad ya no otorga al Viernes Santo la misma connotación estrictamente religiosa que antes.

Ahora bien, es crucial no interpretar la secularización como una simple desaparición de la religión o la creencia. La secularización implica también una transformación en la forma en que las personas entienden y viven aquello que consideran «sagrado». No es necesariamente que la gente deje de creer —de hecho, un 71% de los chilenos declara creer en Dios sin tener dudas, aunque esta cifra también ha disminuido desde el 94% en 2006 (Encuesta Bicentenario UC 2024, p. 102)—, sino que las creencias se vuelven más plurales, subjetivas y desvinculadas de las instituciones tradicionales. Se configura lo que algunos llaman «creer sin pertenecer», donde la fe se vive de manera más individual y personal.

Aquí es donde la polémica del Viernes Santo adquiere otra dimensión. Cuando las encuestas recogen que la gente valora este día como una instancia de «descanso y tradición» o de «recogimiento», estas expresiones, si bien pueden resonar con la comprensión cristiana de la jornada (conmemoración de la Pasión y Muerte de Cristo), también abren un abanico de significados mucho más amplio y personal. Para muchos, el «recogimiento» puede no implicar la asistencia a oficios litúrgicos, sino un tiempo de introspección personal, de conexión con la naturaleza o de disfrute familiar. El «descanso» y la «tradición» pueden valorarse como un bien cultural y social —una pausa necesaria en la vorágine laboral—, despojado en gran medida de su contenido estrictamente confesional.

En este escenario, actividades como viajar, compartir en familia, descansar o incluso ir de compras (para quienes así lo decidan), pueden ser vividas por distintas personas como formas válidas de experimentar este día feriado, otorgándoles quizás un trasfondo de significado personal o «trascendente» en un sentido amplio, aunque no necesariamente religioso en el sentido tradicional. La secularización, entendida como esta pluralización y subjetivación de las creencias y los valores, permite esta resignificación de las tradiciones.

Por lo tanto, la controversia por la apertura del comercio en Viernes Santo es mucho más que una disputa laboral o económica. Es un síntoma visible de cómo la sociedad chilena está navegando la tensión entre sus tradiciones de raíz religiosa y un presente cada vez más secularizado y plural. No se trata de decretar el fin de la relevancia del Viernes Santo, sino de constatar que su significado ya no es unívoco y que su observancia se vive de maneras diversas. La decisión empresarial es, en este sentido, un reflejo —y a la vez un acelerador— de este cambio cultural profundo, que nos interpela a reflexionar sobre el lugar de la religión y la tradición en el Chile contemporáneo. Las encuestas nos dan una foto del momento, pero comprender el proceso requiere mirar la película completa de nuestra transformación cultural.


Imagen: Pexels.

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