No parece probable que los iraníes sean responsables de los ataques a barcos en el estrecho de Ormuz. Una teoría que le conviene a la Casa Blanca.
El presidente Donald Trump está acostumbrado a aplicar en la política internacional su estilo de hacer negocios, golpear primero y luego negociar. La diferencia es que sus interlocutores no son hombres de negocios, sino estados soberanos, expresión de pueblos dotados de un patrimonio cultural, y lo que pone en riesgo no es la firma de un contrato, sino la paz y la estabilidad internacional.
Parece muy improbable que Irán haya decidido empeorar su posición internacional, fuertemente afectada por la decisión de Trump de transformarlos en el peligro público número uno, reactivando sanciones económicas sin otro argumento que el poderío político de la Casa Blanca, empecinada en dicha postura. Los supuestos ataques a barcos que navegaban por el estratégico estrecho de Ormuz, ocurrieron precisamente cuando la diplomacia iraní estaba reunida con representantes de Japón, un comprador del petróleo de Irán, quienes intentaban mediar en la disputa abierta por Trump. Sería el clásico tiro en el pie, precisamente cuando se está intentando mejorar su imagen internacional.
Fiel a un estilo al que estamos acostumbrados, Washington tiene la seguridad de que la responsabilidad de los ataques es de los iraníes y de ello tiene pruebas… que no ha presentado. Los videos que han circulado hasta el momento no confirman nada, sino todo lo contrario. Pero Washington sigue en su ruta de colisión y, ¡oh! casualidad, en esto tiene todo para ganar. El precio del petróleo estaba “demasiado” bajo en los últimos años. Desde los ataques a los barcos en el estrecho de Ormuz, ha subido un 4%. Eso beneficia a los Estados Unidos, devenido exportador de crudo luego del incremento de la extracción mediante fracking (un cuestionado proceso, altamente contaminante). Las sanciones han eliminado del mercado parte de la producción de Irán, lo cual favorece a un aliado medioriental de Trump, Arabia Saudita. Estamos pues ante una maniobra política que redunda en un jugoso negocio para los norteamericanos y sus aliados. Solo puede extrañar la debilidad y el silencio del resto de los países, que callan ante cada berrinche del inquilino de la Casa Blanca, aunque ello ponga en riesgo miles de vidas humanas, alimentando conflictos.
En el caso de Irán, donde la teocracia chiita oscila entre sectores abiertos a la novedad y al diálogo con Occidente y sectores promotores de un fundamentalismo cerrado, las posturas de Trump terminan dándole razón a la desconfianza y a la cerrazón. El haberse retirado del acuerdo nuclear ha demostrado a los radicalizados que no hay acuerdo posible con los occidentales, que pueden dar marcha atrás a cualquier compromiso. El resultado ha sido la reactivación del plan nuclear iraní, objeto del acuerdo. La Casa Blanca ha cerrado los ojos por completo sobre el apoyo saudita al terrorismo fundamentalista, pretendiendo demostrar que ese rol lo cumple Irán. Una teoría que ningún servicio de inteligencia, los únicos que en el mundo conocen la verdad de los hechos, podría abonar. Sin embargo, estamos ante un poder utilizado alevosamente para imponer los intereses de Washington, donde los halcones celebran que finalmente el país los impone primando sobre todo el resto, incluyendo la paz. No es una buena noticia para el mundo.
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Fuente: https://ciudadnueva.com.ar