Tengo la sensación de que nos estamos deshumanizando. Por descuido, por despiste, por soberbia, pero sí, nos estamos deshumanizando. Quizás suene demasiado duro y no es que sea yo partidario de esta deshumanización, pero las noticias que sobrevuelan nuestras cabezas me llevan una y otra vez a pensarlo. Alguien me podrá decir que las cosas malas hacen más ruido que las cosas buenas y que por eso tenemos la sensación de que hay más cosas malas que buenas y no es cierto y, soy sincero, me lo creo, pero a la vez no puedo evitar tener esta sensación.
Surge en mí una pregunta evidente, ¿qué hay que hacer para no deshumanizarnos o, al menos, para frenar esa deshumanización? Una posible solución, la acaba de dar el papa Francisco en su último viaje a la isla de Lesbos: «Estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos». ¡Voilà! Ahí está la solución. Mirar a los ojos.
Es curioso que en un mundo tan hiperconectado como este nos miremos a los ojos tan poco. Me atrevería a decir que nos miramos menos que nunca. Familias alrededor de la mesa sujetando cada uno su móvil; multitudes de gente junta viendo pantallas de televisión donde se juega la última partida de L.O.L.; millones de personas que apenas se conocen y que se llaman amigos en una plataforma digital que, curiosamente, se llama “Libro de las Caras” (Facebook). ¿Qué nos está pasando? ¿Por qué nos cuesta tanto mirarnos a los ojos?
Hemos escuchado miles de veces que «los ojos son el espejo del alma» y, aunque haya mucha literatura en medio, estoy convencido de ello. En los ojos podemos descubrir algo más de las personas, no solo su físico. Los ojos, además, nos conducen a la esencia del “otro”, y es ahí donde nos vemos como semejantes, donde nos vemos como hermanos. El Papa Francisco ha repetido muchas veces la importancia de defender la dignidad de la persona y ahora, de nuevo, desde Lesbos nos advierte de que nuestra civilización está naufragando, que el ser humano sigue sin cuidar y proteger al desfavorecido, al sufriente, al “otro” que es igual que yo. ¿Por qué? Porque no le mira a los ojos, porque no tiene la posibilidad de reconocer “su igualdad” en “el otro”.
Me viene la frase de Iván, el segundo de los hermanos Karamazov de Dostoyevski, cuando dijo: «Si Dios ha muerto, todo está permitido». Si nos olvidamos de ver los rostros, de mirar a los ojos, de trascender las diferencias y mirar las semejanzas que vienen de nuestra creación, entonces, seguiremos naufragando, sin rumbo, porque no hay Dios, porque todo está permitido.
El ser humano se reconoce como tal cuando reconoce en “el otro” una parte de su condición. La multipantalla de nuestra vida moderna nos aleja del reconocimiento “del otro” porque lo vemos como una noticia a través de un televisor, un mensaje a través de un tuit o una misión para un videojuego. Suscribo la intuición de Aristóteles cuando dijo que la persona es un ser social y, por eso, necesitamos relacionarnos para re-conocernos, re-descubrirnos y re-ubicarnos ante lo que somos, ante Quien nos ha creado.
Mirarnos a los ojos, ¿seremos capaces de hacerlo?
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Fuente: https://pastoralsj.org