El modo en que se daría la relación entre la muerte, la vida y el duelo en el acontecimiento de la Pascua de Jesús de Nazaret.
La conversación es un elemento clave dentro del trabajo teológico. A través de la puesta en común de preguntas, búsquedas e intuiciones, la conversación nos ayuda a pensar nuestra propia actividad académica, docente y eclesial. Es por ello que nos hemos propuesto pensar un tema en particular: el modo en que se daría la relación entre la muerte, la vida y el duelo en el acontecimiento de la Pascua de Jesús de Nazaret. Franco se ha especializado, con su maestría, en el pensamiento del teólogo protestante alemán Jürgen Moltmann, específicamente sobre su teología escatológica. Ha profundizado, entre otras temáticas de teología sistemática, cuestiones relativas sobre la muerte, la esperanza, la creación, el tiempo y la escatología judeocristiana. Juan Pablo desarrolló su tesis doctoral sobre la resurrección de Jesús desde la comprensión del teólogo jesuita español Juan Alfaro. Ha tenido la oportunidad de trabajar temáticas relativas a los estudios del trauma, de la mística judía contemporánea y de los diálogos de la teología con el psicoanálisis, la literatura y la filosofía. A partir de estos trasfondos biográficos-bibliográficos, ofrecemos esta conversación que, esperamos, no sea la primera ni la última.
Juan Pablo: «Me parece, Franco, que es sugerente pensar la Pascua de Jesús, su muerte y resurrección, desde los elementos del duelo de la comunidad de los/as discípulos/as, luego de la muerte del Maestro. Recuerdo que el teólogo católico alemán, Johann Baptist Metz, habló de las experiencias del sábado santo para mostrar que lo acontecido en la muerte de Jesús debe impactar nuestras comprensiones sobre lo divino y sobre nuestros modos de comportamiento con los seres humanos. Creo que es creyentemente sano pensar que hubo algún momento de duelo en la comunidad. Pero —hasta donde sé— no se han desarrollado trabajos en teología sistemática que trabajen el duelo en la comunidad. Claro, el problema (si es que es un problema) es que en los relatos evangélicos no se cuentan noticias sobre el duelo de los discípulos. Sí sé que hay un testimonio en el evangelio apócrifo de Pedro en donde el autor de dicho texto dice que los discípulos lloraban la muerte de Jesús».
Franco: «De hecho, amigo, hubo duelo después. En el sábado santo, se dio un shock por el hecho de la muerte del amigo y maestro, Jesús, como también la noticia que empezó a recorrer la región de Judea. El duelo no parte con el primer shock al saber la noticia de la muerte de una persona, sino más bien parte al darnos cuenta de que, efectivamente, murió. Ese darnos cuenta es al menos intelectualmente, pero no emocionalmente de inmediato. ¡Eso es lo doloroso! Al saber y ver que una persona ha muerto, lo que uno quiere corroborar es si efectivamente murió, porque la primera reacción es no creer que ha sucedido. Pero, al ver el cuerpo muerto, al escuchar de un testigo o una fuente confiable de que esa persona murió, caemos en la cuenta de su muerte. Y ahí empieza el duelo. En ese sentido, la fe en la resurrección se convierte en la forma de captar la presencia radical del difunto en su propia ausencia. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!, se saluda en tiempo de pascua. Justamente porque hay una experiencia llena de vitalidad, llena de presencia y, con ello, llena de memoria. Las narrativas son las formas consolidadas de recordar al maestro y traer con el lenguaje a quien ha muerto, como diría Raúl Zurita en su artículo Poesía y Resistencia».
Juan Pablo: «De hecho, Zurita es de esos poetas que te confronta con los dolores y memorias traumatizadas de nuestro país. Es clave leerlo en la perspectiva del terror provocado, de manera sistemática, por la Dictadura Militar chilena. Y es más interesante ver cómo en los momentos de mayor crisis aparece la mayor creatividad, en este caso la poesía, las narraciones, la oralidad y la pervivencia de los sueños y del futuro. Futuro y narración se vinculan de manera muy lúdica. En el caso de Zurita la poesía fue su modo de trabajar sus dolores, sus crisis, sus duelos. Incluso el significante del ‘duelo’ es interesante: es un combate, un enfrentamiento, un momento de tensión. En ese momento de enfrentamiento se dan otros elementos. Entonces ¿qué piensas sobre este tema de la memoria, de la narración o de la oralidad en relación con el duelo discipular?».
Zurita es de esos poetas que te confronta con los dolores y memorias traumatizadas de nuestro país.
Franco: «Me parece que, en primer lugar, lo que hubo fue la memoria oral de Jesús, pero no solamente como memoria resignada, sino como memoria agradecida y llena de vida. Justamente porque el impacto que se narra en todos los relatos de la resurrección de Jesús es la vitalidad real del difunto, que se da en la corporalidad concreta de quienes le conocieron. ¿A qué me refiero con esto? A los gestos, palabras y tactos que se dan en la interacción entre el Resucitado y los/as discípulos/as, los cuales son antecedidos por la incredulidad, el no-reconocimiento y la confusión. Reconocen a Jesús porque bendice el pan, lo reparte, se dirige con palabras y formas propias de Él, muestra su identidad en un cuerpo vivo y, a la vez, extraño. Si Jesús resucitó, es —al menos— porque los/as discípulos/as, al empezar su duelo, notaron la presencia del difunto que se hizo presente en su propia ausencia mediante la memoria y el lenguaje. Una memoria impulsada por el Espíritu de quien recuerda en su total radicalidad: el Dios de la vida, Adonai, que es el Dios de Jesús, su Abbá».
Juan Pablo: «Bueno, de hecho, el psicoanálisis ha centrado su atención en el lenguaje y en su vinculación con el deseo de querer vincularse a una presencia que, estando, es a la vez una presencia ausente. Recuerdo, incluso, que George Steiner habla de que la interpretación se activa con la ‘presencia real’ que es una ausencia-presencia. Ahí aparece la potencia del decir y del gesto de la escritura, y en particular del modo en que los evangelios trabajan esa presencia y ausencia luego de la resurrección porque, de hecho, como dice Michel de Certeau y Jean-Daniel Causse —muy cercanos al tema psicoanalítico— el cristianismo comenzó con un cuerpo ausente. Incluso Paul Ricoeur dijo que el sepulcro vacío era signo de un discurso que faltaba y que se encontraba en producción».
Franco: «Por eso, se puede hablar de una presencia espiritual del Resucitado. Y, de hecho, me atrevo a decir algo, a modo de indagación: el cristianismo es una religión del duelo desde sus inicios. Porque seguimos haciendo memoria de alguien que ha muerto realmente. El símbolo es la cruz. Pero también, esa memoria colectiva, impulsada e inspirada por el Espíritu de la vida, hace presente el cuerpo vivo del difunto por medio de nuestros lenguajes y nuestras presencias. El cristiano, de cierta forma, hace presente a Cristo y, con ello, muestra su ausencia. El anuncio de la Buena Noticia no es simplemente un anuncio informativo ni mucho menos dogmático, es el anuncio performativo de una Persona. El anuncio transforma y nos permite un real encuentro con el Resucitado en el otro. Pero, a su vez, anuncia un Resucitado que ha sido crucificado. Como diría Jürgen Moltmann, en su Teología de la Esperanza, en el mismo Jesús se da una identidad dialéctica: como crucificado y, a la vez, como resucitado. Son uno y el mismo Jesús en su realidad contradictoria. No deja de ser crucificado, después de haber resucitado. Se reconoce al Resucitado por las marcas de la crucifixión. Entonces, quien recibe el mensaje evangélico, no recibe —o no debiese recibir— un mensaje triunfalista, vencedor, heroico. Más bien, recibe un mensaje lleno de resiliencia, de aquellas heridas, los traumas, los dolores que son resignificados en la vida plena que se está dando. Ni siquiera se da en plenitud ahora, sino que se está dando un proceso de resiliencia.
Tal como se dice en la liturgia eucarística, después de consagrar el pan y el vino: (a) anunciamos tu muerte, porque nos duele tu ausencia aún hasta hoy; (b) proclamamos tu resurrección, porque, en tu ausencia, te nos haces presente, vivo y corporalmente real en esta memoria amorosa, dolorosa y peligrosa que compartimos, en nosotros mismos, el cuerpo de Cristo, que se sostiene en la memoria radical de Dios). ¡Y más aún! Ven, Señor Jesús, es decir, la esperanza de que algún día, dejemos de ser sobrevivientes, afectados por el trauma, por esa grieta, para vivir una nueva experiencia de vida plena de manera integral, de esas resiliencia que ha alcanzado su descanso sabático. Es el éschaton: es la esperanza de que el dolor ha sido sanado, las relaciones han sido reparadas y la vida llenará todos los rincones de la muerte. Es anhelar ser nuevos vivientes que resignifican el trauma y viven lo nuevo de la vida».
Juan Pablo: «Creo que esto es clave, porque nos posiciona en torno a otras perspectivas como la celebración pascual de nuestros muertos, o también nos permite potenciar nuestras liturgias y expresiones sacramentales. Este elemento de la resignificación es clave porque nos hace pasar de la mera teoría hacia el gesto teologal, es decir, a comprender que, de manera experiencial, algo nos ocurre con la presencia de Jesús muerto y resucitado, y con el duelo de la comunidad. Hay, sin duda, una potencia en la Pascua que nos hace pensar de nuevo, de otro modo, con otros registros. Esa, quizás, es su fuerza de transformación».
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