Música ayer, hoy y siempre

El cine nos ha mostrado un nuevo modo descubrir temas que de alguna forma se han convertido en bandas sonoras de varias generaciones.

Las películas sobre cantantes están de moda. Lo intentaron —y lo consiguieron— Bradley Cooper y Lady Gaga, después vino el relato de Freddie Mercury, Elton John y más recientemente ha sido el turno para los Beatles. Con gustos distintos y guiones geniales, millones de seguidores se acercan a sus artistas no solo a través de sus letras, sino por medio de sus azarosas vidas o los motivos de sus canciones. Historias donde el éxito se entremezcla con el peso de la fama y, en muchas ocasiones, el añadido del sexo y de las drogas que siempre dan que hablar. El cine nos ha mostrado un nuevo modo descubrir temas que de alguna forma se han convertido en bandas sonoras de varias generaciones. Y sobre todo varios interrogantes de fondo: ¿Qué hace que una canción se convierta en un clásico? ¿Qué debe tener un cantante para ser una leyenda?

Son muchas las propuestas artísticas que nos llegan. De todo tipo y condición, siempre ajustadas a gustos infinitos. Unas duran semanas y otras toda la vida, quizás esta es la clave. En esta cultura del espectáculo donde el ritmo y el éxito lo marca el consumo y el beneficio, sigue habiendo espacio para la genialidad. La diferencia no pasa por la excentricidad de una vida o el escándalo de la letra, sino por la capacidad de transparentar una vivencia, de entablar un diálogo de forma nueva en cada época. Es tan sencillo —y a la vez tan complicado— como saber transmitir a otros el amor y desamor, el compromiso social y el hastío vital, los miedos y los pequeños aprendizajes, las dudas existenciales y los sueños, o simplemente los incontables fracasos… Y así una lista interminable de deseos y sentimientos que cada artista desea ofrecer al mundo en un acto de sinceridad y maestría. La urgencia de mostrar al mundo —y también a la eternidad— que estamos vivos, pero nos falta algo.

Necesitamos la belleza, la que está por encima del mero espectáculo o del puro entretenimiento. No como bien de consumo que nos sacia por horas, sino recordándonos que somos frágiles y estamos sumergidos en un vacío que necesitamos llenar. Es la belleza que nos dice sin palabras que la vida está hecha de bondad, aunque a veces no lo parezca. Que somos finitos y sin embargo hay algo más profundo que nos indica constantemente que no somos máquinas, que podemos sentir y conmovernos, llorar y amar sin saber muy bien por qué, descubrir que estamos llamados a participar de algo más grande. Al fin al cabo somos los únicos seres capaces de conmovernos ante la belleza. Ya sea en forma de obra de teatro, edificio, poema o canción, el arte responde a la urgencia mostrar con los sentidos la vida que llevamos en nuestro interior: ¿no tendrá esto que ver con nuestra necesidad de amar?

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Fuente: https://pastoralsj.org

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