Sr. Director:
Los temores del papa Francisco expresados hace ocho años en su encíclica Laudato si’ respecto del descuido y deterioro de la «casa común» no se han disipado. Por el contrario, se han acrecentado. Así queda de manifiesto en su recién promulgada exhortación apostólica Laudate deum, cuyo objetivo es «precisar y completar» lo afirmado en Laudato si’.
El Papa precisa que «ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático» y, en consecuencia, nadie debería ignorar este hecho, menos aún, al interior de la Iglesia católica.
El paradigma tecnocrático no solo no ha disminuido su monstruosa influencia; por el contrario, se ha «recargado» (una especie de paradigma tecnocrático 2.0) gracias a la irrupción de la Inteligencia Artificial y a la obsesión ideológica de «acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable, frente al cual la realidad no humana es un mero recurso a su servicio» (sin mencionarlo, critica el «paradigma tecnológico» promovido por los transhumanistas).
Pasan los años y no hemos podido superar los dos extremos que destruyen y/o obstaculizan una ecología integral o a escala humana, a saber: el «paradigma tecnocrático» y (aunque no la nombra) la «ecología profunda».
Ante este poco auspicioso panorama medioambiental, Francisco no se muestra precisamente optimista respecto del futuro del planeta, habida cuenta de que las buenas propuestas políticas alcanzadas en las cumbres COP se estrellan a menudo con los intereses económicos de los «poderosos» y de los que manejan las finanzas.
Apela, entonces, a todos los hombres de buena voluntad y en especial a quienes tienen «un estilo de vida irresponsable ligado al modelo occidental» para que hagan el esfuerzo de «contaminar menos, reducir los desperdicios, consumir con prudencia». De esta manera, se podría ir creando una cultura ecológica y salvar el planeta. Sin embargo, con una gran dosis de realismo afirma que «es necesario ser sinceros y reconocer que las soluciones más efectivas no vendrán de esfuerzos individuales, sino ante todo de las grandes decisiones en la política nacional e internacional».
A fin de cuentas, ¡nihil novum sub sole!
Eugenio Yáñez
Académico Facultad de Psicología y Humanidades, U. San Sebastián