No cambies nunca

Hay una esperanza de dicha que hace que no nos importe la felicidad que se consigue, sino la que se nos promete y nos esforzamos en buscar.

Desde hace unos años triunfan los libros de autoayuda. Una especie de lectura fácil —o psicología barata— que da respuestas simples a problemas complejos, y que llenan los escaparates de librerías, especialmente de las de los aeropuertos y estaciones. Muchos de ellos desarrollan, en páginas y páginas, una misma intuición: “acéptate tal como eres”. En el fondo creo que es la versión sofisticada de eso que nos decíamos al final de los campamentos de verano en que conocíamos a otros jóvenes. Me refiero a esas personas a las que, tras convivir un par de semanas y creernos amigos hasta la eternidad, le firmábamos la carpeta poniendo un “no cambies nunca”. Qué duda cabe que hoy se sigue escuchando, quizás más entre adolescentes a la salida del colegio, o en muros de perfiles de redes sociales.

Vaya por delante que creo que detrás hay algo de verdad: nadie puede ser feliz si no se acepta a sí mismo. Toda vocación —y por tanto todo camino de plenitud— pasa por los propios dones y fragilidades, estatura, origen social, inteligencia, etc. También porque por muchos defectos que alguien tenga, siempre será capaz de amar y digno de ser amado.

El problema es cuando lleva de fondo una interpretación tipo Hamlet: “ser o no ser”. Como si la persona no tuviese capacidad de cambiar nada de sí, conduciendo a una pasividad que confunde aceptación con resignación y animando a la pereza. Es la excusa perfecta para saldar con un “es que soy así” toda ocasión en que alguien hace ver su mezquindad y, con ello, no dejando otra a los demás más que el tolerarle cualquier cosa. Aunque, a decir verdad, quizás lo suyo sería decirle: “pues eres un capullo y sí podías esforzarte un poquito por cambiar o crecer”.

Creo que hay algo en el alma humana que empuja a superar los propios límites. Como que su meta espiritual es pelear, aspirando a alcanzar lo inalcanzable. También desde la fe hay algo que siempre nos empuja hacia arriba, una especie de anhelo que nos hace aspirar a ser más. Hay una esperanza de dicha que hace que no nos importe la felicidad que se consigue, sino la que se nos promete y nos esforzamos en buscar.

Hay algo que siempre nos empuja hacia arriba, una especie de anhelo que nos hace aspirar a ser más.

En definitiva, solo desde la aceptación de uno mismo se puede aspirar a una vida dichosa, pero no para quedarse ahí sentado de brazos cruzados, sino para poner con firmeza los pies sobre la propia realidad con miras a superarla y saltar bien alto desde ella.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.

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