No basta la materialidad de «no matar», cuando la indiferencia o el abandono supone de hecho la muerte de los otros. O cuando condenamos al prójimo a la muerte en vida.
La vida es el mayor regalo que podemos recibir. La historia nos ha ido haciendo conscientes de su valor, de su unicidad, del deber de protegerla. Porque quitar la vida es quitarlo todo, es tomar la decisión última sobre un ser humano para acabar con su tiempo. Parte del avance de la humanidad pasa por comprender que matar no es la solución de nada. Ni en guerras, ni en conflictos, ni en nombre de la justicia, ni como forma de afrontar un problema.
Muchos de nosotros hemos vivido toda la vida en paz, en sociedades donde la guerra parece algo lejano. Y quizás por eso mismo somos menos conscientes del peso de la violencia en la historia. De la cantidad de vidas arrebatadas en nombre de ideologías, patrias o leyes. Pero, desgraciadamente, la historia es también historia de muertes violentas, de vidas truncadas prematuramente, de decisiones de arrebatar la vida a los otros. También hoy, aunque quizás de formas diferentes, en nombre de la salud, la libertad o el derecho de unos sobre otros. O en nombre de la despreocupación y la falta de compasión. No basta la materialidad de «no matar», cuando la indiferencia o el abandono supone de hecho la muerte de los otros. O cuando condenamos al prójimo a la muerte en vida.
Hoy sigue resonando el «no matarás». Convertido en una llamada a defender la vida en todas sus formas y momentos. Y al mismo tiempo convertido en lucha porque esa vida sea plena, digna y humana. De poco sirve defender la vida del hermano si luego me es indiferente que esa vida se desarrolle en condiciones inhumanas. Nuestro mandamiento no es solo defender la vida de las muertes infligidas. Es también trabajar para que en esas existencias haya acogida, encuentro, amor, o tiempo regalado… Entonces, el no matar se convierte en un «darás vida».
Tenemos muchos frentes abiertos en esa defensa de la vida. La vida que aún está en ciernes. La que, ya desplegándose, sin embargo, se encuentra con condiciones que la ponen en riesgo. La invernal que, ante la perspectiva del dolor, puede preferir el final… No hay respuestas fáciles. Ni cabe aquí el trazo grueso. Nos toca defender que cada historia, cada aliento, cada instante, puede permanecer. Pero en dicha defensa nos toca también empeñarnos porque la defensa de la vida sea en condiciones dignas. Y ahí hay muchos caminos.
Quien investiga, luchando por nuevos avances que ayuden a las personas en la hora de la debilidad. Quien acompaña, recordando y compartiendo motivos. La comunidad ayudando a cada persona a encontrar su lugar. El que tiene, compartiendo con el que desespera porque no tiene. Seguro que se os ocurren más formas…
Y, por último, están las pequeñas muertes cotidianas. También ahí se nos llama a sumar y no restar. A dar vida y no quitarla, a no matar. Con la palabra, con el insulto, con los pequeños puñales que se van clavando en la entraña del otro. No matar. Sino dar vida, y darla en abundancia.
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Fuente: https://pastoralsj.org