Nuestras relaciones nos definen

En el caso de Jesús de Nazaret, entender quién es solo puede hacerse tratando de ahondar en su experiencia de hijo de José y María.

¿Cómo es conocido Jesús por sus contemporáneos y vecinos? ¿Qué nombre le dan, o por qué datos le conocen?

Refiriéndose a Jesús en el Evangelio, se dice de él: “¿No es este el hijo del carpintero?; ¿No se llama su madre María, y sus hermanos, Jacobo, José, Simón y Judas?; ¿No están sus hermanas con nosotros?” (Mt 13, 55-56).

De manera que lo que más identifica a Jesús son sus relaciones: que es el hijo del carpintero, y que su madre y hermanos (entendiendo esta hermandad en sentido amplio, según era costumbre) son bien conocidos por todos.

Nuestras relaciones son finalmente lo que nos constituye como personas, ¡somos “animales sociales”!, según Aristóteles, y sin embargo nosotros en gran medida creemos que son otras las características (de corte más individual) que nos representan y explican quiénes somos.

Nuestras relaciones son finalmente lo que nos constituye como personas.

De hecho, al presentarnos en público, decimos dónde hemos nacido, qué estudios tenemos, dónde trabajamos, quizás la edad que tenemos, el colegio o instituto donde hemos pasado parte de nuestra juventud… y olvidamos citar a tantas personas que de una manera u otra han marcado y marcan nuestra vida y han definido quiénes somos.

En el caso de Jesús de Nazaret, entender quién es solo puede hacerse tratando de ahondar en su experiencia de hijo de José y María. Nunca alcanzaremos a valorar del todo la enorme influencia que sus padres tuvieron sobre él, como en general es el caso de todos los seres humanos.

Haciendo un cierto ejercicio de imaginación, caemos en la cuenta que Jesús aprendería probablemente de su padre José a ser trabajador, a hacer las cosas con honradez y cuidado, a ser justo. De su madre María aprendería a entregar la vida sin reservas, a saber esperar, a hacer preguntas a Dios sin miedo, a confiar humildemente en la acción de Dios que hace posible lo imposible.

Más allá de eso, Jesús vivió profundamente su ser Hijo del Padre, hasta el punto de llamar a Dios con un nombre tremendamente personal y único: Abbá. En el evangelio de Juan se comprueba una y otra vez cómo Jesús se sabe Hijo: “Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 40). Esta comprensión de sí mismo como Hijo del Padre es prueba palpable de su autoconciencia de ser Jesús el Cristo.


Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: FreeImages.

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