“Nomadland”, “El padre”, “Soul”, “Minari” y un pulpo: entre la supervivencia y la resiliencia.
Como si fuera un impulso escondido el cine se detiene ante las fragilidades. Las películas premiadas en este año de la pandemia global, con los cines arrasados y las plataformas digitales haciendo el agosto, tienen en común este rasgo característico: los seres humanos habitamos la debilidad.
Nomadland era nuestra apuesta. Y esta vez el cine de perdedores ha logrado vencer. La mejor película de este año es una historia sobre los descartados, una mujer que forma parte de los trabajadores ambulantes del que era considerado el país más rico del mundo. Con la directora novel de origen chino Chloé Zhao también premiada y con una inmensa Frances McDormand que se supera cada actuación desde Fargo, pasando por Tres anuncios en las afueras, hasta recalar nuevamente en el Oscar a la mejor actriz. Este western con la cabalgadura de una vieja caravana pero que toca las fibras de la existencia, rozando la melancolía, pero apuntando a la esperanza. Donde se muestra que en medio de las cenizas nacen las flores, que el amor es posible y que hay una misteriosa presencia que acompaña como las notas de un villancico.
Anthony Hopkins es El padre. Con 83 años, este Oscar reincidente y testamental premia a un enorme actor que es aupado por el dramaturgo francés Florian Heller, que se estrena por la puerta grande. También premiado el guion adaptado basada en la obra Le Père del mismo director, que cuenta la historia de la fragilidad de un anciano que pierde la memoria-cordura acompañado por el amor impotente de Anne, su hija, en este caso interpretada por Olivia Colman, que también era nuestra fauvorite como actriz secundaria. La muerte y la memoria forman parte de la entraña de los contadores de historias. Ahora es narrada en forma de thriller donde el espectador queda apresado en la mente que se desvanece del anciano que todos seremos. Con la vejez de Hopkins nos asomamos a la fragilidad que seremos, donde se nos concede el regalo de ser amados.
Soul, como cabía esperar, ha arrasado en animación. La película más escatológica de la maquinaria Pixar-Disney nos asombró a pesar de su parquedad en el tratamiento de Dios, propia de quien quiere garantizarse a todos los públicos y toda la recaudación. Sin embargo, su mirada al más allá está rebosante de sentido y optimismo en la medida en que reconoce la dimensión espiritual de los seres humanos que enfrentamos la vulnerabilidad, pudiendo caer en cualquier alcantarilla, como hace Joe Gardner, el pianista de jazz. Un poco de ¡Qué bello es vivir!, unos gramos de El cielo puede esperar y bastante de inspiración cristiana entreverada de las religiones del alma a solas.
Mi maestro el pulpo ha arrebatado a El agente topo el Oscar al mejor documental. No es frecuente la calidad en Netflix-Dólar, pero la excepción confirma la estrategia empresarial. Craig Foster es un documentalista sudafricano que, además de buzo, está en una fuerte crisis personal, y antes que tratar su fragilidad personal en el diván se sumerge en la naturaleza oceánica. Y allí asombrosamente se hará “amigo” de un pulpo durante más de cien inmersiones. La conexión con la naturaleza se convierte en una fuente espiritual de resistencia y la capacidad de rehacer los tentáculos perdidos en la dura pelea vital. Una forma de superar las pérdidas y nacer de nuevo. Una metáfora significativa para los tiempos que corren donde lo humano se trasciende.
El minari es el perejil oriental con un sabor entre amargo y fresco que salva a una familia. Aunque aspiraba Minari. Historia de mi familia a los Oscar a mejor película, mejor dirección y mejor actor, se ha quedado con la consolación del premio a la mejor actriz de reparto para Youn Yuh-jung, que hace de una abuela incombustible. Esta película de tintes autobiográficos nos coloca en un lugar entre el fracaso y el sueño americano para una familia coreana. Aquí la resiliencia proviene de los viejos que enfrentan las pruebas y las limitaciones con una sabiduría que procede de lo más profundo. Nada es fácil, nada es simple pero las oportunidades pueden estar en lo más pequeño. Y nuevamente una alianza de los niños y los viejos.
Para una industria en plena convulsión de transformaciones en las ventanas de visionado, el que Hollywood premie a relatos existenciales de corte espiritual, donde las fragilidades emergen y los invisibles se hacen visibles, es de agradecer. La pandemia necesita relatos porque la humanidad busca contarse. Esperemos que este aprendizaje venga para quedarse y no arrase el cine-series basura que han adormecido tantos confinamientos.
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Fuente: www.religiondigital.org