En peligro el pulmón del Planeta, y cuando a un cuerpo le falta el aire, las posibilidades de sobrevivencia se van esfumando.
La muerte de los pueblos indígenas supone la muerte de la selva. En una Amazonía que recorre su Vía Crucis, camino de la muerte, podemos descubrir los signos de la Pasión, y esos signos se han incrementado en los últimos años, poniendo en peligro el pulmón del Planeta, y cuando a un cuerpo le falta el aire, las posibilidades de sobrevivencia se van esfumando.
En Brasil, exterminar a los pueblos indígenas se convirtió en política de Estado durante varios años, con un gobierno que les negaba el pan y la sal, y que azuzaba a quienes se convirtieron en ejecutores de una política de muerte: mineros ilegales, madereros, agronegocio… y tantos otros actores que se erigieron en usurpadores de territorios ancestrales y de las vidas de sus cuidadores milenarios.
Expulsar a los indígenas de sus territorios, o simplemente matarlos, en algunos casos poco a poco, negándoles sus derechos fundamentales, ha sido el camino elegido para adueñarse de la Amazonía y de sus riquezas. Una invasión milimétricamente preparada y orquestada, que se ha ido ejecutando sin dilación, provocando mucho sufrimiento.
Expulsar a los indígenas de sus territorios, o simplemente matarlos, en algunos casos poco a poco, negándoles sus derechos fundamentales, ha sido el camino elegido para adueñarse de la Amazonía y de sus riquezas.
Lo sucedido con el Pueblo Yanomami, un verdadero genocidio que ha llevado a la muerte a centenas de indígenas, entre ellos muchos niños, es un ejemplo de una realidad que en mayor o menor medida se repite en muchos rincones de la región amazónica, no solo en Brasil, sino en todos los países que forman parte de ella. La fiebre del oro ha ido matando a quienes se convirtieron en su principal obstáculo: los pueblos amazónicos, especialmente los indígenas.
Defender a la Madre Tierra es una obligación para unos pueblos que se sienten profundamente unidos a ella en consecuencia de sus cosmovisiones. Es algo mucho más profundo que el hecho de poder encontrar en ella un sustento o un beneficio, es un sentimiento espiritual que brota de lo más profundo de su ser y que los lleva a defender aquello que es fuente de vida y de armonía.
Los cuerpos demacrados, no solo física sino también espiritualmente, de los yanomamis, son un ejemplo de lo que está pasando con la Amazonía, donde las heridas humanas son expresión de las heridas del medioambiente. Heridas que corroen los cuerpos, pero que también dejan cicatrices internas en un Planeta y en unos pueblos que van entregando el Espíritu, del mismo modo que el Crucificado, inclinado la cabeza, entregó el Espíritu.
Eso ante la mirada de una sociedad que no es diferente a aquellos que casi dos mil años atrás estaban a los pies de la Cruz. Muchos impasibles, sin importarse con el sufrimiento ajeno, muchos satisfechos con la muerte de alguien que obstaculizaba sus ansias de poder y de ganancia sin escrúpulos. Al fin y al cabo, el rostro de los crucificados siempre es similar, va recorriendo la historia, marcada por la muerte, pero con la esperanza de la vida en plenitud, de la Resurrección en la que muchos todavía creen, también de la Amazonía, que no olvidemos tiene en los pueblos indígenas a sus grandes valedores.
Fuente: https://adn.celam.org / Imagen: FreeImages.