Los chilenos nos hemos perdido de incorporar toda la sabiduría que cada uno de los pueblos antiguos del territorio probadamente tuvo y tiene. No es solo un error nuestro. Ha faltado la convicción colectiva de un destino humano único y compartido, señala esta periodista y escritora.
Su nombre, en alguna lengua originaria, podría ser “la que habla lindo”. Porque si alguien sabe elegir palabras que pintan, que huelen y trasportan, palabras viejas que maridan con palabras nuevas, que juegan y logran titular párrafos, esa es Patricia Stambuk Mayorga, la honradora de la profesión de periodista, la buscadora de historias, la escritora de libros, cuatro de ellos dedicados a los pueblos originarios yagán y rapanui, la magallánica descendiente de croatas, la miembro que ocupa el sillón 18 de la Academia Chilena de la Lengua.
En esta entrevista con Revista Mensaje, con ocasión de los 70 años de su creación, señala que estamos viviendo un momento de nuestra navegación como nación en que tenemos que devolvernos para reencontrar la identidad y seguir, como Magallanes, para enfrentar una globalidad que favorezca el bien común de todas las naciones.
LA BÚSQUEDA DE LA MEMORIA
—Durante su discurso de incorporación como miembro de número de la Academia Chilena de la Lengua, usted mencionó tres preguntas simples pero básicas que rondan toda existencia: ¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy? ¿Cómo cree usted que nuestra nación debiera responder a esas interrogantes hoy?
Chile se acerca a responderlas, pero con lentitud y dolor, crujiendo, sin el agrado y hasta el placer que provoca encontrar nuestro lugar y misión en el espacio privado y colectivo. Se ha asimilado bien la diversidad paisajística y ha costado admitir el valor de la diversidad humana. Mientras el país crea que nació en 1520, 1536 o 1810 y no perciba el continuo histórico, no tendremos respuestas orientadoras. Sin embargo, creo que vamos avanzando.
—Usted ocupa el sillón “virtual” nº 18 de la Academia Chilena de la Lengua, que antes llenó Oreste Plath, “buscador del saber del pueblo”, y Héctor González, comunicador y fundador del diario El Rancagüino. Desde ese sillón, ¿cómo continúa su propia labor de “buscadora” y “comunicadora”?
Yo suelo elegir palabras para ocasiones especiales y regalar palabras. El día en que recibí la Medalla Oreste Plath, mucho antes de ingresar a la Academia, elegí para el agradecimiento la palabra buscadora, que no es la más elegante ni lúcida, incluso es algo áspera, pero muy estimulante. Tiene un toque detectivesco, cierta dosis de inquietud, porque se persigue algo que falta, y a la vez es dinámica, invita a la acción. Soy una buscadora de memorias y de respuestas en la pequeña historia de los seres comunes y corrientes que construyen país de un modo imperceptible. Las dos acepciones de la Real Academia para buscador, son, primero, la obvia: el que busca. Y la segunda es la que me encanta: anteojo pequeño de mucho campo, que forma cuerpo con los telescopios, refractores y reflectores, para facilitar su puntería. Me representa. ¿No es arrobadora?
—Ha señalado en reiteradas ocasiones que en Chile vivimos con mucha ignorancia, indiferencia y prejuicios, con respecto a nuestros pueblos originarios. ¿Cuáles son las consecuencias de esa ignorancia? ¿Qué nos hemos perdido?
Nos hemos perdido incorporar toda la sabiduría que cada uno de los pueblos antiguos del territorio probadamente tuvo y tiene. Nos hemos perdido heredar su respeto a la naturaleza, sus lenguas, que al ser distintas son capaces de representar otras sensibilidades, de definir otras acciones y pensamiento. Nos hemos perdido sus técnicas ancestrales y, quizás, hasta sus formas de mirar la vida. No es solo un error nuestro. Ha faltado la convicción colectiva de un destino humano único y compartido.
UN COMÚN DENOMINADOR DE LAS MUJERES DE ESTE TERRITORIO: SUFRIDAS Y EXCLUIDAS
—Muchos sostienen hoy que hemos recorrido los últimos cinco siglos de historia mirando hacia el norte, sin reparar ni validar nuestras raíces. ¿Se puede enmendar ese rumbo? “¿Seguimos o nos devolvemos?”, es una pregunta que usted misma plantea citando a Hernando de Magallanes…
Hoy, más que nunca, las grandes tormentas no dejan a nadie fuera del barco. Llega una pandemia y toda la Tierra se bambolea. Recrudece el cambio climático y se inundan los países ricos y los países pobres. Se cierran las fronteras, que ya eran transparentes, y nos obligan a mirar hacia adentro, como los moai de Isla de Pascua. Nos hemos visto obligados a corregir el rumbo, a regresar a casa, a la isla, porque es más seguro o porque es lo nuestro. Estamos en una especie de retorno tanto real como simbólico, solo hay que esperar buenas condiciones para seguir navegando. En Chile hemos tenido demasiada mar gruesa social y política, pero sin naufragios. Nos devolvemos para reencontrar la identidad y seguimos, como Magallanes, para enfrentar una globalidad que favorezca el bien común de todas las naciones.
—No puedo dejar de preguntarle, ya que usted ha investigado en profundidad a los pueblos originarios de la Patagonia e Isla de Pascua, entre otros, si existe un común denominador entre las mujeres que habitan Chile, tanto en lo que se refiere a sus sufrimientos como a sus sueños o reivindicaciones.
Es aventurado hablar de las mujeres como unidad, habiendo tantas diferencias étnicas, culturales, económicas y de todo orden entre nosotras, aunque me atrevo a decir que en todas las historias que he conocido en profundidad durante mis investigaciones, siempre encontré valentía, decisión, convicción y fuerza. Las mujeres rapanui fueron activistas anónimas, defendieron sus libertades y el progreso de su comunidad, pero, en muchos casos, tanto ellas como otras chilenas, no se libraron de ser víctimas de los hombres en una u otra medida. Allí hay algo parecido a un común denominador. Sufridas y excluidas.
VIVIR ES UN GRAN ACTO DE OPTIMISMO.
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
Frente a las amenazas imposibles o muy difíciles de controlar, como el cambio climático, la falta de agua y la desertificación, habrá que confiar en la naturaleza y en la buena voluntad, porque no se ha hecho lo suficiente. Son en la actualidad los riesgos mayores, porque si bien hay muchos problemas sociales de diversa índole y gravedad, para superarlos se puede luchar y alcanzar a ver soluciones o paliativos en algún plazo, siempre que haya sentido de justicia.
—¿Qué cree usted que lo está cambiando todo?
La inseguridad. Están viajando los millonarios al espacio, el nuevo plus ultra del siglo XXI, pero no sabemos si al bajar a Tierra se contagiarán con un virus mortal o los arrastrará un alud o una inundación. Nadie se salva. Los que no viajamos al espacio tenemos más tiempo aún para sentirnos inseguros.
—¿Sobre qué es usted optimista?
Conservo un escéptico optimismo sobre la sabiduría de los que tienen el poder, porque en muchas partes faltan liderazgos sólidos, respetados, creíbles; pero no dudo en la capacidad y disposición del ser humano para resistir las adversidades. Hemos estado encerrados y asustados, pero sonreímos, amamos, nos divertimos, trabajamos y disfrutamos del color del cielo al atardecer, de las aves y de las flores. Es quizás un optimismo básico y romántico, pero siempre hay mucho que agradecer, es lo que nos inyecta optimismo. Vivir es un gran acto de optimismo.
—¿Qué pensadores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?
Observo que los pensadores de la remota antigüedad han vuelto a ser leídos y citados, como un regreso a las raíces del pensamiento humano, y que los puntos de vista interesantes son reflexiones o interpretaciones de la coyuntura, más que una guía para comprender y proyectarse en la sociedad actual, pero puedo ser mezquina con esta respuesta. En todo caso, son las masas las que están dictando a gritos en las calles las urgencias, las demandas, las resistencias. Lo hacen con o sin talento, con o sin razón, pero tratando de tomar el control de la agenda de sus países. Y es un fenómeno que inquieta, pero es válido y determinante. También los pensadores apuntaron mal las flechas en muchos momentos de la historia. Hoy, además, las redes contaminan la discusión con su ligereza y pesan más que un intelectual hablando por televisión, escribiendo un libro, dictando una cátedra o siendo entrevistado por un diario.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?
No tengo la estatura para dar un mensaje de esa envergadura, pero pido para este siglo mayor convicción sobre los derechos del otro, que es uno de los pilares fundamentales de la paz; que los gobiernos sean democráticos y respetuosos de sus ciudadanos y mejore la distribución de la riqueza en el mundo; que esta pasión mundial por las comidas se compense con pasión por el alimento espiritual y que aprendamos todos a consumir menos y a ser más felices. MSJ
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Patricia Stambuk es periodista y escritora. Ocupa el sillón virtual nº 18 de la Academia Chilena de la Lengua.