El decano de la Facultad de Estudios Teológicos y de Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, Patricio Merino Beas, señala que por mucho tiempo hubo un adormecimiento católico que creó la falsa idea de una homogeneidad religiosa del continente. Hoy existe conciencia de la necesidad de una búsqueda de un testimonio común del evangelio.
Desde la base de sus estudios de formación, la teología sistémica, el actual decano de la Facultad de Estudios Teológicos y de Filosofía de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, Patricio Merino Beas, fue derivando a tres temas: la categoría signos de los tiempos; el diálogo ecuménico (sobre todo, con los evangélicos y pentecostales) y la teología pastoral latinoamericana. “Estos tres grandes temas, a su vez, fueron abriéndome a la importancia de la Pneumatología (estudio del Espíritu Santo) y la interrelación entre espiritualidad, teología y pastoral en perspectiva latinoamericana”, señala.
—Desde su experiencia y visión, después de varias décadas, ¿cuál ha sido el trabajo que ha hecho el CELAM?
El trabajo del Consejo Episcopal Latinoamericano, a mi juicio, ha hecho un aporte inspirador y de animación. Ha sido un testimonio de trabajo comunional y expresión de colegialidad episcopal, como ejercicio de amistad cristiana para, en un trabajo conjunto, pensar y animar a la Iglesia latinoamericana y la dimensión social del evangelio. Como todo cuerpo colegiado y en sus diversas etapas ha tenido características distintas, pero ha impulsado una visión de conjunto de la pastoral y el testimonio cristiano en América Latina, respetuoso de las particularidades de cada región y territorio, pero mostrando la vocación católica de ser un pueblo de Dios que vive en distintos pueblos. En este sentido, ha sido un signo que puede inspirar el énfasis sinodal y de una Iglesia samaritana y misericordiosa que enfatiza hoy el liderazgo del Papa Francisco. Pienso que la Asamblea y el documento de Aparecida (2007) ha sido un fruto maduro del proceso comunional latinoamericano, que Francisco ha ofrecido a la Iglesia universal en su exhortación Evangelii gaudium (2013).
—¿Cuáles han sido a su juicio los principales hitos marcados por el CELAM?
Es difícil hacer una síntesis, pero podría decir que las conclusiones expresadas en las cinco Asambleas Generales del Episcopado Latinoamericano: Río de Janeiro (1955); Medellín (1968); Puebla (1979); Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) han marcado puntos de llegada e inspiración de futuro en cada uno de los momentos históricos del gran continente. En ellas, se han recogido las esperanzas, búsquedas y desafíos de los cristianos y ciudadanos. Eso se ha hecho, mostrando que el evangelio de Jesucristo es una buena noticia que ilumina las transformaciones necesarias para una sociedad más justa, solidaria y fraternal, poniendo el acento en la dignidad de la persona humana y la búsqueda del bien común. Siempre con una mirada, no solo ad intra de la Iglesia, sino también ocupada de su misión en la sociedad y la cultura.
—¿Y cuáles han sido los avances e impactos en América Latina?
Creo que el principal avance es la toma de conciencia de que la fe y el cristianismo deben ser dinamizadores de cambios concretos personales, culturales y sociales en orden a una vida buena, digna, justa; con acentuación en las opciones y actitudes de Jesús, surgiendo de ahí la opción por los pobres, los descartados, los que quedan en el camino, los que no tienen o no pueden ejercer su voz, etc. Y el método es el diálogo y el encuentro para la búsqueda de caminos y transformaciones comunes, la conversión personal, pastoral y estructural. Poner en el centro que Dios quiere la vida, la vida plena de todos, y que en ello la Iglesia tiene una labor profética y activa. Con una actitud que debe ser de servicio, de diálogo, de tender puentes, de animar e iluminar. Como decía antes, creo que hay mucha mayor conciencia de la dimensión social y cultural del evangelio.
—¿Y los más mayores obstáculos?
Pienso que siempre está de fondo la incoherencia y, como teólogo, no puedo dejar de decir que es el pecado, personal y estructural. La inercia y acedia, que el Papa Francisco ha señalado con la denuncia de la frase “es que siempre se ha hecho así”. También hay obstáculos culturales y sociales. Cada una de las Asambleas Generales del Episcopado incorpora un análisis de la realidad desde la fe y denuncia los obstáculos que se encuentran en cada uno de los momentos históricos en los que se realiza, tanto ad intra de la Iglesia, como ad extra. Remitiría a cada una de ellas para tener un elenco de los principales obstáculos que se han discernido. No obstante, hay obstáculos sociales que se repiten a lo largo de las décadas, por nombrar algunos: la injusticia, la desigualdad, la pobreza, la corrupción, el irrespeto a la vida y el medioambiente, la falta de oportunidades para los jóvenes, el individualismo, el consumismo; el narcotráfico, etc.
LA HETEROGENEIDAD CRISTIANA CRECIENTE DE LATINOAMÉRICA
—Con respecto al mayor número de miembros de las iglesias o comunidades cristianas no católicas, ¿qué nos puede decir?
Por mucho tiempo hubo un adormecimiento católico que creó la falsa idea de una homogeneidad católica del continente. No obstante, ya somos conscientes de que hay una heterogeneidad cristiana creciente en América Latina. Algunos hablaron de una verdadera sangría de fieles. Lo concreto es que hoy está la conciencia de la necesidad de una búsqueda de un testimonio común del evangelio por parte de los cristianos en sus diversas denominaciones, en una América Latina plural. Este proceso tiene raíces complejas. Ya Alberto Hurtado se preguntaba proféticamente en la década del cuarenta del siglo pasado, si Chile era un país católico. Como sea, este hecho de la diversidad cristiana ha provocado en la Iglesia católica, al menos, un doble proceso: enfatizar su identidad y misión en orden a una pastoral más kerigmática que provoque el encuentro con Jesucristo y la vinculación a la comunidad, así como el testimonio cristiano que no separe la vida de la fe; y, el otro, un mayor impulso del diálogo ecuménico, entendido como parte integrante de la misión evangelizadora y, también, como un ejercicio de la fraternidad cristiana para testimoniar el evangelio y los valores que promovemos en la sociedad.
—¿Cree posible el ecumenismo?
Porque creo en Jesucristo, creo en el diálogo ecuménico, la unidad de los cristianos es un deseo expreso de Jesús (Juan 17, 21) y la división cristiana es un obstáculo para el testimonio del evangelio. El quiebre de la unidad visible de los cristianos y de la fraternidad nubla la paternidad de Dios. Sin embargo, hay que entender que el ecumenismo no es tampoco uniformidad. Hay muchos desafíos, todavía hay demasiados prejuicios y desconocimiento de lo que implica y es el ecumenismo. Con las denominadas Iglesias históricas el camino ha sido algo más fácil, pero el desafío conjunto es con los cristianos evangélicos y pentecostales, que son la inmensa mayoría de los cristianos no católicos en América Latina. El CELAM y las Conferencias Episcopales han dado pasos en este sentido, pero todo está por hacer. El desafío es hermoso y animado por el Espíritu Santo y el deseo expreso de Jesús.
“ME PREOCUPAN LOS REDUCCIONISMOS ANTROPOLÓGICOS”
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
Me preocupa mucho la acentuación del individualismo y la falta de proyecto común. Creo que, sin un proyecto común y una visión antropológica más compleja o rica, es decir, que no caiga en reduccionismos, será muy difícil pensar en el bien común y una dignidad humana respetada en sentido fuerte. Por lo mismo, me preocupan los reduccionismos antropológicos de cualquier tipo: biologicista/materialista; psicologicista/espiritualista; etc. Además, creo que hemos caído en una falta de perspectiva de la vida y de las cosas, vivimos una inmediatez que parece no confiar o no esperar un futuro. Diría que me preocupa la falta de sabiduría y de sentido común. Quizá por una fragmentación y especialización excesiva muy fuerte de todos los ámbitos de la vida.
—¿Qué cree usted que lo está cambiando todo?
La fragmentación y la especialización de todo; además de la desconfianza en el otro y la falta de proyectos comunes, alimentado por un consumismo y una búsqueda de la inmediatez. Pienso que occidente, sobre todo, cortó su raíz espiritual que se centra en el concepto de persona (con su relacionalidad irreductible) y también con una pobreza de perspectiva escatológica que nos abra a una esperanza y una gratuidad de la vida, con la correspondiente falta de sabiduría.
—¿Sobre qué es usted optimista?
Como creyente, tengo esperanza y fe. Creo que la presencia de Dios en el origen, en el presente y en el fin del ser humano y la historia, provocan movimientos que en libertad acogen la llamada y la búsqueda de la plenitud, y que ella no es individual solamente, sino que conlleva comunidad. Desde aquí, creo en los signos de los tiempos, en los profetas de cada tiempo que marcan rumbos e inspiran transformaciones culturales. Es mayor mi confianza y esperanza, pero no soy ingenuo frente al mal y el pecado.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y que considera clave para el futuro?
Que es importante la búsqueda de la sabiduría y la espiritualidad, que la tecnología y las ciencias por sí solas no dan cuenta de las búsquedas profundas del ser humano. Que es importante la perspectiva antropológica, la ética/moral y la hondura espiritual para el camino de la sabiduría. Que las humanidades y la fe son importantes. Que no debemos caer en reduccionismos de ningún tipo; que debemos aprender siempre de la historia, que el futuro es un proyecto común abierto a la gratuidad, que la fuerza es el amor y la fraternidad. Que todo está integrado y que la vida tiene un propósito. Que Dios quiere la vida plena y cuenta con nosotros.
_________________________
Patricio Merino Beas es Dr. Canónico en Teología Dogmática por la Universidad Pontificia de Salamanca, España y Magíster en Ciencias de la Educación por la Universidad Católica de la Santísima Concepción. Miembro del Equipo de Reflexión Teológico Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano y profesor invitado en el Centro Bíblico Teológico Pastoral del CELAM.