“Los poderosos han querido cambiar la piel de los chilenos en lugar de las políticas de desarrollo. El resultado ha sido siempre el estallido social”, afirma el sociólogo autor de ‘Cultura y Modernización en América Latina’ e ‘Iglesia y Cultura en América Latina’.
Dice el sociólogo Pedro Morandé Court que cada ser humano y cada sociedad encuentran reposo en su confianza en la sabiduría. Y que a esta se llega a través de la razón, puerta de acceso a la realidad. “La clave para entender el futuro, pero también el presente, es el realismo”, señala. Realismo que, en el caso de América Latina y de Chile, debe permitir mirar sin lentes importados lo más vernáculo de nuestra identidad.
Sus reflexiones no vuelan en fuga a un más allá sin espacio ni tiempo; por el contrario, se hunden y meten en las heridas recientes de Chile. Pedro Morandé ahonda en esta idea: “Los poderosos —sean políticos o tecnócratas— han pretendido sustituir el protagonismo de los pueblos latinoamericanos, desconociendo la particularidad histórica y cultural de sus sociedades, reemplazándolo por modelos teóricos y abstractos de expectativas de conducta social que nunca se han cumplido porque no parten de la realidad. Quieren que la gente cambie conforme a las políticas, en lugar de considerar la alternativa mucho más realista de cambiar las políticas conforme a la gente”.
Con ocasión de los 70 años de Revista Mensaje, conversamos con este sociólogo considerado “el intelectual de mayor renombre nacional e internacional que ha tenido la Universidad Católica de Chile en las últimas décadas” (Ignacio Sánchez, rector UC) y “el intelectual católico más relevante del siglo XX chileno, sin duda” (Carlos Peña, rector UDP).
“EL PROCESO DEL ESTALLIDO SOCIAL NO ES NUEVO”
—Usted fue nombrado por el papa Francisco, el año 2020, miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales. ¿En qué aspectos coinciden y se diferencian las preocupaciones de los integrantes latinoamericanos de las de otras regiones del mundo?
Hay muy pocos latinoamericanos en la Academia, siendo un continente tan grande y variado. En los años en que he estado presente, puedo decir que estos pocos integrantes han buscado exponer nuestro pensamiento en diálogo y sintonía con el mundo desarrollado, especialmente el académico, antes que más bien mostrar la originalidad y creatividad de las sociedades latinoamericanas. En parte, ello se ha debido a que los temas solicitados vienen definidos desde el norte; en parte también a una insuficiencia del pensamiento criollo, sobre todo, el científico y universitario. Igualmente, se debe a que lo más original de la creación intelectual latinoamericana es su literatura y ella no está entre las disciplinas cultivadas en la Academia.
—Después de dedicar gran parte de su vida como sociólogo a estudiar la cultura latinoamericana y las características propias del ser latinoamericano. ¿Cuáles considera que son estas?
He definido siempre la cultura latinoamericana como barroca y mestiza. En primer lugar, como decía José Vasconcelos, tenemos una “raza cósmica”, es decir, un crisol que ha fundido la tradición europeo-española con las tradiciones aborígenes y las herencias afroamericanas. Así se ha formado un sincretismo de iconografía, símbolos, mitologías y rituales. En segundo lugar, defino como barroca a la tradición cultural moderna, nacida en el siglo XVII, que intenta superar la tensión entre oralidad y escritura en la literatura, la pintura, el teatro, la arquitectura, las artes representativas y —no en último término, sino en el centro— la religiosidad popular que recurre tanto a la naturaleza como a la historia en la veneración del misterio. Habría que añadir también el ethos de la convivencia. Imágenes emblemáticas del barroco así definido son el Quijote y Sancho Panza de Miguel de Cervantes, el “gran teatro del mundo” de Calderón de la Barca y el “satiricón” de Baltasar Gracián. En América Latina, las iglesias y pinturas barrocas son verdaderos monumentos culturales, como mucho más recientemente lo es también el “realismo mágico” de la literatura, particularmente, de Gabriel García Márquez.
—Ud. también ha sido muy crítico del “desarrollismo”, ¿a qué se refiere?
La crítica al “desarrollismo”, que no es solo mía, se refiere a la persistente y acrítica vigencia de modelos de desarrollo económico y social dirigidos desde el poder central, que desconocen la particularidad histórica y cultural de las sociedades latinoamericanas, el protagonismo de sus pueblos, sustituyéndolos por modelos teóricos y abstractos de expectativas de conducta social que nunca se han cumplido porque no parten de la realidad. Quieren que cambie la gente conforme a las políticas, en lugar de considerar la alternativa mucho más realista de cambiar las políticas conforme a la gente.
—Muchos señalan que después del “estallido social”, y a partir de los movimientos sociales, Chile está “cambiando de piel”. ¿Cree usted que se está afianzando o desdibujando nuestra identidad cultural?
Precisamente, los poderosos han querido cambiar la piel de los chilenos en lugar de las políticas de desarrollo. El resultado ha sido siempre el “estallido social”, que en algunas épocas se ha expresado más radicalmente que en otras. No existen planos ajenos a este estallido. Siempre ha involucrado a la seguridad ciudadana, la educación, la salud, el consumo, el transporte público, las viviendas, la calidad de los barrios, el deporte, el tiempo libre. En los últimos decenios se han sumado con fuerza también los medios de comunicación de masas, la conexión electrónica y, en general, todo lo que corresponde a la tecnología audiovisual de comunicación que ha repotenciado la oralidad en relación con la escritura. Pero el proceso del “estallido social” no ha sido nuevo. Lo encontramos reflejado ya en el siglo XIX con la oposición entre “civilizado y bárbaro” de Sarmiento, o entre “Ariel y Calibán” de Rodó al comenzar el siglo XX.
DIGNIDAD Y LIBERTAD
—Con respecto a la familia, materia a la cual usted también ha dedicado gran parte de su atención como sociólogo, ¿qué le gustaría que se dijera sobre ella en la Constitución?
Pienso que cualquier Constitución debería reconocer el derecho de las personas a formar una familia que, como dicen los sociólogos, debe asumir el triple vínculo de consanguinidad, filiación y alianza conyugal. Ciertamente, se da a veces la imposibilidad de constituir alguno de estos vínculos, como, por ejemplo, cuando los padres no pueden biológicamente tener hijos. Pero la tendencia natural es reconocer con reciprocidad esta triple relación. Así ha sido no solo en la llamada cultura occidental, sino en todas ellas, como lo avalan los estudios antropológicos. Estos vínculos, que son naturales y sociales y que fundamentan la vida en común, pueden ser también reproducidos al interior del psiquismo humano, estar rodeados de afectos y emociones, y expresarse también en las múltiples dimensiones de la cultura, como en el lenguaje, la religión, las artes plásticas, la danza, el teatro. La Constitución debería favorecer y proteger la libertad propia de la creatividad humana, como también el derecho de transmitir este patrimonio espiritual a las futuras generaciones y educarlas en él. La vida humana es una cadena de “solidaridad intergeneracional” y todas las personas están convocadas a participar de ella, para bien de sí mismas y de los coetáneos.
—¿Qué debería preocuparnos del presente en Chile y el mundo?
Pienso que, como en toda crisis, están en juego la dignidad y la libertad de las personas. En la dignidad se expresa la razonabilidad de la experiencia capaz de fundar relaciones de mediano y largo plazo, que son los parámetros temporales de una solidaridad intergeneracional. En la libertad, por su parte, se juega el protagonismo de las personas, su condición de sujetos y, de forma consecuente, la capacidad de asumir la responsabilidad de los propios actos de cara a las expectativas con que esperan las otras personas.
—¿Qué cree usted que lo está cambiando todo a nivel local y global?
Como ya mencioné, lo único que ha cambiado en esta fase de la evolución humana es el surgimiento de la tecnología audiovisual de comunicación social. Mediante ella, el tiempo se ha acelerado al punto de volver más importante las expectativas de la acción que la acción misma. Ha mejorado simultáneamente el registro de los hechos, lo que, unido a la temporalidad acelerada, ha vuelto a la sociedad más compleja, más imprevisible, más riesgosa. Todos los conceptos que habitualmente usábamos para definir las bases de la convivencia, como dignidad, confiabilidad, reciprocidad, autoridad, gobernabilidad, etc., deben reinterpretarse continuamente en este nuevo contexto tecnológico.
EL REPOSO DE LA SABIDURÍA
—¿Sobre qué es usted optimista?
Soy siempre optimista de la apertura del ser humano al misterio. Como predicaba san Pablo en el Areópago, “en él vivimos, nos movemos y existimos”. Como señaló Benedicto XVI, fuimos salvados en esperanza. Mientras el ser humano sea consciente de esta apertura al misterio, mirará al mundo y a la sociedad con realismo y racionalidad. No conocemos una vara mejor que esta mirada para la convivencia entre los humanos. Ella permite ganar no solo conocimiento, sino también la sabiduría que conforma el núcleo ético-mítico de la cultura, al decir de Paul Ricoeur.
—¿Qué pensadores cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?
Confieso que no confío en los intelectuales de periódico. Dan luces pasajeras sobre problemas también pasajeros. Prefiero los pensadores más aquilatados, como Husserl, Heidegger, Gadamer, Ricoeur, Freud, Max Weber, Hannah Arendt, Niklas Luhmann, Zigmunt Bauman, Jürgen Habermas, Augusto del Noce y otra gran cantidad que sería largo enumerar. Como ya señalé, las crisis —esta y las otras— son siempre de larga duración.
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?
La clave para entender el futuro, pero también el presente, es el realismo. Los utopismos, que pudieron tener alguna significación en sociedades más simples, han perdido su sentido en sociedades complejas, como la que vivimos ahora. Los medios de comunicación de masas pueden hacer creer que controlan todas las variables a través de las opiniones que recogen. Pero la ciencia sabe que eso es una ilusión y que se cuenta actualmente con mayores niveles de indeterminación e incertidumbre. Solo puede abrirse paso en este contexto el pensamiento probabilístico, de causalidades múltiples que, paradojalmente, para simplificar una situación se ve obligado a hacerla más compleja. La confianza en la razón requiere, en consecuencia, la confianza en la sabiduría. En ella encuentra cada ser humano y la sociedad su reposo. MSJ
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Pedro Morandé Court. Sociólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Doctor en Sociología de la Universidad de Erlangen-Nürenberg. Su vasta obra ha influenciado a varias generaciones de sociólogos chilenos y latinoamericanos; destacamos Cultura y Modernización en América Latina (1984 y varias reediciones), e Iglesia y Cultura en América Latina (1989). / Crédito fotográfico: Universidad Católica de Chile.