Hace dos años, los primeros informes sobre una misteriosa neumonía en Wuhan, China. El comienzo de una pandemia que todavía tiene al mundo en jaque. Las ciudades vuelven a vaciarse debido a una variante del coronavirus tan contagiosa que el número de casos en Europa se ha duplicado en quince días. En Estados Unidos, 145.000 personas han sido hospitalizadas. La edad de las personas que necesitan tratamiento hospitalario está disminuyendo considerablemente. El país que actualmente tiene la mayor tasa de mortalidad por Covid-19 en el mundo, con 6.122 muertes por millón de habitantes, es Perú. La 30ª Jornada Mundial del Enfermo iba a celebrarse el 11 de febrero en Arequipa, pero en su lugar —de nuevo por el riesgo de contagio— se celebrará en Roma, en San Pedro. Hasta el 7 de enero, 98.000 niños habían quedado huérfanos a causa del virus. ¿Qué será de ellos? El sociólogo Ángel Gómez Navarro, profesor de la Universidad del Sagrado Corazón de Lima, responde a Vatican News.
ERRADICAR EL FENÓMENO NO RESUELTO DE LOS NIÑOS DE LA CALLE
El profesor Gómez Navarro considera que, a pesar de las fragilidades endémicas del país, se está afrontando esta pandemia “con gran responsabilidad” y afirma que el 80% de la población ha sido vacunada con una doble dosis de vacuna. Queda la “no buena situación” de los muchos niños huérfanos. “Creo que serán abandonados”, afirma, y añade que ha llegado el momento de activar por fin programas sociales para ellos: “La Iglesia tiene un papel muy importante que desempeñar para responder a este desafío. No se trata solo de adoptar niños, sino de erradicar el fenómeno de los niños de la calle, un problema antiguo y aún no resuelto, mediante la educación, la asistencia, el acompañamiento y los proyectos específicos”. Explica que el problema se ha agravado: “Para mí, la solución debe venir del Estado y de la Iglesia. Las ONG, las asociaciones y los ciudadanos individuales han hecho su contribución en este ámbito, pero el Estado ha hecho muy poco”, lamenta. La situación general se ha vuelto particularmente crítica dada la presencia de “muchos amigos venezolanos que han emigrado a Lima”, dice Ángel. “Ahora la pobreza extrema ha alcanzado al 30% de la población. El Estado no puede hacer frente” y la situación de pobreza continúa como por inercia, heredada del pasado.
RED DE ASISTENCIA SOCIAL DÉBIL
El profesor peruano denuncia la precariedad del sistema sanitario estatal que, “aunque tiene dinero para invertir en este campo, no lo hace”. No hay una voluntad firme de abordar estas deficiencias estructurales, explica. E insiste en que las familias, que ya sufren la pobreza, ahora están arruinadas. “La red de asistencia social es débil. En las calles, en todas partes, no importa por cuál parte de una gran ciudad se recorra, hay muchos niños que han abandonado la escuela, que piden dinero, hay gente que quiere ayuda, que intentará vender cualquier cosa para encontrar dinero para comer”. Sobre todo, Navarro señala que hay muchas familias que no pueden proporcionar a sus hijos una educación a distancia adecuada y constante porque no pueden pagar una conexión a Internet. “Pueden recibir un subsidio estatal de unos cien dólares cada tres meses, pero es una ayuda irrisoria, ¿cómo se puede vivir así?”. En Perú, señala, “la educación no es igual para todos, solo los que tienen dinero pueden garantizarse una buena educación. Hay miles y miles de niños que no pueden ir a la escuela primaria, cerca del 70% de ellos de la región andina. Las clases, de momento, siguen siendo a distancia: el Gobierno dice que en marzo podremos reanudar la asistencia, pero —dice Gómez Navarro— creo que no estamos en las condiciones adecuadas”. Además, “solo hace diez días que tenemos un nuevo Ministro de Educación, las decisiones no son claras”.
MIEDO A QUE LAS RELACIONES SOCIALES SEAN APLANADAS POR EL UTILITARISMO
Ángel Gómez Navarro —con un pasado de estudiante de Misionología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma— observa que “las relaciones sociales serán cada vez más débiles”. En resumen, el miedo al otro corre el riesgo de anteponerse a la compasión. Y expresó su escepticismo sobre el impacto de la pandemia en las relaciones entre las personas que, en su opinión, tienden a encerrarse cada vez más en sí mismas: “Ya estaban muy basadas en el consumismo y en el individualismo asociado a él, para aquellos que pueden permitírselo, ahora la pandemia ha exacerbado esta actitud”. Y pone el ejemplo de cuando la gente pudo salir de su estrecho aislamiento: la gente asaltó literalmente los grandes almacenes. “Temo que nuestras relaciones se aplanen en un nivel de pragmatismo, utilitarismo y búsqueda exclusiva de bienes materiales, sin dejar demasiado espacio para la empatía y los estilos de vida basados en la gratuidad. Me temo que esto ocurrirá sobre todo si no hemos promovido un esfuerzo pastoral por parte de la Iglesia capaz de devolver la atención a los valores de la justicia social”. “Desgraciadamente, la Iglesia se ha visto afectada por las dificultades generales que todos estamos viviendo. Debería aprovechar más los numerosos jóvenes de los movimientos eclesiales. Hay sacerdotes y parroquias que lo hacen, pero es necesario revigorizar el compromiso —sugiere además— y redescubrir el impulso de los años 80”.
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Fuente: www.vaticannews.va