¿Qué recibimos en Pentecostés?

Reflexión sobre el día en que se cumplió la promesa de Cristo a los apóstoles, de que el Padre enviaría al Espíritu Santo para guiarlos en su misión.

Hermanos en Jesucristo:

Después de la Ascensión del Señor se cumple la promesa del envío del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, cuando a los Apóstoles “se les aparecieron unas lenguas como de fuego (…) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2,3-4). El fuego simboliza el fruto del Espíritu Santo en la Iglesia y en los fieles. El fuego ilumina, comunica calor e inflama. De hecho, los Apóstoles reciben nueva iluminación del misterio de Cristo, su corazón arde con la fuerza del amor de Dios y salen a anunciar el Evangelio inflamando a otros para que crean en el Señor.

Cristo nos ha prometido no solo su permanente presencia en la Iglesia, sino que también la del Espíritu Santo: “Yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre” (Jn 14,16). El Espíritu Santo viene de Cristo, nos es dado constantemente por Él y a la vez hace presente a Cristo. “Porque hay (…) un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús” (1 Tm 2,5), también el Espíritu Santo nos llega siempre por Cristo, Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia. La Palabra de Dios nos muestra que la acción del Espíritu Santo tiene como fruto comunicarnos a Cristo.

El Espíritu Santo hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo y a todos nosotros nos hace ser miembros de Él al ser incorporados por el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. Por el Espíritu Santo, Cristo se constituye en el fundamento de la vida cristiana y de la misión de la Iglesia de hacer presente en la historia los frutos de la redención de Cristo, según sus palabras: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,18).

El tiempo de Pascua debe estar marcado especialmente por la oración y la escucha de la Palabra de Dios en la comunidad de los creyentes. Así esperaron los primeros discípulos la venida del Espíritu Santo en Pentecostés: “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1,14). La actitud más apropiada para recibir el Espíritu Santo es la de la humildad.

Hay que pedir al Señor que nos dé un corazón como el de la Virgen María. A Ella le dice el ángel: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35). Como en María, el Espíritu Santo engendra a Cristo en el creyente que no pone obstáculos a su acción. Así lo expresa San Pablo: “Es Cristo quien vive en mí”. La gracia del Espíritu Santo hace que en cada cristiano surja la “la creación nueva” (Gál 2,20.6,15), a imagen de Cristo.

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Fuente: Comunicaciones Villarrica / www.iglesia.cl

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