Hace casi diez años, conocí a la Compañía de Jesús haciendo un voluntariado en Bolivia con las religiosas de Jesús María. Fue una experiencia inolvidable en la que veía cómo Jesús acompañaba a su pueblo, sobre todo a las personas que más sufren. Allí empecé a sentir que Dios me llamaba a seguir a Cristo más de cerca. Fue entonces cuando comencé un periodo de discernimiento vocacional junto con otros jesuitas.
Este proceso fue para mí como un baile. Ciertamente, en una coreografía una persona señala la figura y otra recibe la marca. Ahora bien, el receptor no es una marioneta, sino que ha de aceptar y realizar la indicación con libertad. Si se dan estas condiciones, la compenetración entre los dos bailarines sorprende al espectador. Pues bien, de esta manera me fui sintiendo durante todo este tiempo. Dios me iba marcando los pasos que me llevaban hacia el noviciado, pero siempre esperó y me animó a que yo también hiciese mía esta elección.
Ahora se acerca la ordenación diaconal que recibiré junto con otros once compañeros más. Vivo este acontecimiento con mucha ilusión. Es un regalo inmerecido que Dios nos hace para poder responder a su llamada en el servicio a los más necesitados. También deseo trabajar en el anuncio del Evangelio y poder hacerlo presente entre aquellos que aún no conocen a Jesús. La responsabilidad es inmensa y, a veces, da algo de miedo. Sin embargo, estos años que he vivido dentro de la Compañía me han ayudado a apasionarme por la persona de Jesús, a confiar más en él y a crecer en la certeza de que nunca me dejará solo. Con mucha alegría espero que la música continúe, que siga el baile y que el ritmo no pare.
Deseo trabajar en el anuncio del Evangelio y poder hacerlo presente entre aquellos que aún no conocen a Jesús. La responsabilidad es inmensa y, a veces, da algo de miedo.
Fuente: https://pastoralsj.org / Imagen: Pexels.