Randy Schekman: «Conocer es la esencia del ser humano»

En esta íntima y emotiva entrevista, realizada con ocasión de los 70 años de Revista Mensaje, el premio Nobel de Fisiología 2013 conversa con un científico chileno acerca del oficio de los investigadores, los equipos colaborativos y los objetivos del conocimiento humano.

El nombre de Randy Schekman es uno particularmente influyente en el mundo de la biología celular: su investigación usando levaduras para entender cómo las células secretan sustancias se ha convertido en una pieza tan fundamental en la ciencia básica y aplicada, que lo hizo merecedor del Premio Nobel de Fisiología en 2013, junto a James Rothman y Thomas Südhof. Su trabajo científico ha influenciado nuestra comprensión de fenómenos tan diversos y concretos como la liberación de hormonas, la comunicación entre las neuronas en nuestro cerebro o las tecnologías para producir insulina humana en forma masiva y barata. Ha pasado más de la mitad de sus 72 años de edad como académico en la Universidad de California en Berkeley, desde donde además de formar a toda una generación de los más destacados biólogos celulares del mundo, ha dirigido dos de las revistas científicas más influyentes de su área, fundado otra —eLife—, que vino a revolucionar el ecosistema de las publicaciones científicas, y se ha convertido en una de las voces más persistentes en el movimiento por hacer de la ciencia algo más abierto, transparente y accesible para toda la humanidad. Le pregunto cuál de todos esos personajes es más genuinamente él:

—Bueno, ya sabes —comienza diciendo— he cambiado con la edad.

Apenas un par de minutos antes nos hemos sentado a conversar a través de la pantalla, él en su oficina en Berkeley, yo en Londres. No lleva hoy el poblado bigote que constituye uno de sus elementos característicos. También lo he notado distinto y preocupado.

—Ciertamente he tenido días mejores. Ayer supimos que durante el fin de semana Bob Lesch, quien ha sido nuestro administrador del laboratorio por 30 años, falleció en un accidente en motocicleta. Fue muy repentino para todos, muy duro.

Le propongo que conversemos otro día.

—No, está bien —me responde—. Como que me he ido acostumbrando a la muerte.

De alguna manera esa sombra cruza toda nuestra conversación, pero también le imprime a sus múltiples y revolucionarios frentes de trabajo una cierta necesidad de priorizar. Comenzamos hablando de su principal certeza actual: la importancia insustituible de la cooperación internacional y el acceso abierto al conocimiento científico para el progreso de la humanidad. Lo sabía desde mucho antes de la pandemia, pero de alguna manera el último año ha sido un catalizador tanto para las tecnologías que hacen posible la colaboración remota, como también para que el mundo vea los frutos más concretos de la ciencia: estrategias sanitarias basadas en evidencia, datos epidemiológicos globales, producción de vacunas en plazos nunca antes vistos.

—Al principio de mi carrera, todo se trataba de lograr cosas, tanto en términos de comprender, como también, tengo que confesarlo, en términos de reconocimiento. Y mi mentor del doctorado, que era un científico enormemente influyente y poderoso, era un modelo de ese tipo de enfoque. No hizo mucho más allá de la obsesión con su propio trabajo y de su departamento, así que ese fue mi modelo cuando empecé.

Ese científico era Arthur Kornberg, quien, junto a su propio mentor doctoral, el español Severo Ochoa, ya habían ganado el premio Nobel de Fisiología más de diez años antes que Randy se uniera a su laboratorio en Stanford.

—Sin embargo, cuando llegué a Berkeley —continúa diciendo—, vi otro modelo, un ciudadano científico. Esa persona era el jefe del departamento cuando llegué. Era un gran científico y estaba tan obsesionado con su propio trabajo como cualquier otro, pero también tenía una visión de la ciencia en la sociedad. Y yo abracé esa actitud, que tal vez también reflejaba mejor mi personalidad, no lo sé. Con el paso del tiempo y a medida que mi propio trabajo avanzaba, comencé a hacer otras cosas que, aunque no necesariamente disfrutaba, sentía que podía hacer, y así cambiar cosas que pienso que deberían cambiar. Mi sensación es que hoy hago cosas que creo que realmente pueden marcar la diferencia y evito aquellas donde no puedo. Algunas están más allá de mí, ya sea porque no tengo las habilidades, el interés o la capacidad. Pero las cosas que he abordado y a las que he dedicado tiempo, son aquellas en que siento que puedo marcar la diferencia. Ese soy yo.

UNA MISIÓN COLABORATIVA

El más importante de esos esfuerzos de Randy Schekman es hoy desplazar el modelo de investigación científica desde uno basado en investigadores con su propio laboratorio (“que también ha sido bueno” —dice— “porque al fin y al cabo las grandes ideas individuales provienen de mentes individuales, y se puede construir sobre ellas”) hacia un sistema donde los incentivos estén alineados para la colaboración a gran escala.

—Solo durante el tiempo de mi carrera, la ciencia se ha vuelto tan compleja que ningún investigador o su equipo pueden dominar todos los aspectos técnicos del proceso de descubrimiento: las técnicas que involucran computación a gran escala, las técnicas que involucran visualización, incluso microscopía, que se ha vuelto tan sofisticada que si las personas que se especializaron en un tipo y quieren hacer algo usando alguna otra tecnología tendrán que colaborar con otra gente. Y eso es bueno, es natural. Aun así, la estructura de recompensas en la ciencia académica no se ha ajustado a esa necesidad de colaboración.

Ese es uno de los frentes en que Schekman ha decidido que puede hacer la diferencia, liderando una iniciativa llamada Aligning Science Across Parkinson’s (ASAP, la misma sigla que se usa en inglés para decir “lo más pronto posible”), desde donde busca coordinar grandes equipos multidisciplinarios en todo el mundo con el objetivo de avanzar más rápido que nunca en descubrir cómo funciona la enfermedad de Parkinson.

—La historia de esto es, bueno, que la enfermedad de Parkinson es un desastre mundial —dice, como para que todos entendamos su urgencia—. Hay al menos 6 millones de personas en todo el mundo que sufren Parkinson, una enfermedad inevitablemente fatal. Por supuesto, la enfermedad puede avanzar rápidamente o tardar décadas, pero es inevitablemente fatal. Y, lamentablemente, esto me ha afectado personalmente. Mi esposa tenía la enfermedad de Parkinson, que fue diagnosticada a fines de la década de los 1990s, fue decayendo gradualmente hasta que finalmente sufrió demencia y murió hace unos cuatro años. Mi investigación no se ha centrado particularmente en eso, pero yo estaba al tanto de lo que estaba sucediendo en el área debido a que algunos de los genes que están mutados en formas familiares de Parkinson son algunos de los mismos que descubrimos trabajando en el proceso básico de secreción en levaduras. Entonces, naturalmente, me interesé bastante tanto profesional como emocionalmente, a medida que su salud empeoraba. Luego, cuando murió, se me acercó un representante de una importante organización filantrópica que apoya la investigación del Parkinson y ha contribuido mucho dinero a la Fundación Michael J. Fox, una organización que apoya la ciencia y a grupos de pacientes de Parkinson en los EE.UU.

Ese donante es Sergey Brin, el cofundador de Google. Su madre, Eugenia, fue diagnosticada hace más de 20 años, lo que lo motivó a hacerse los exámenes genéticos que revelaron que lleva una de las mutaciones asociadas a formas familiares de la enfermedad de Parkinson. Desde entonces ha contribuido a financiar el avance de la investigación en el área y decidió contactar al profesor Schekman para dirigir esta iniciativa porque, como complemento a la investigación clínica que hace la Fundación Michael J. Fox, se dieron cuenta de que había una brecha de conocimiento fundamental sobre los mecanismos de la enfermedad que era urgente cerrar para que la búsqueda de tratamiento no ocurriera a ciegas.

—La enfermedad de Parkinson ha andado por ahí como síndrome desde hace doscientos años —señala Schekman—, y aunque algunas cosas han logrado modificar hasta cierto punto el trastorno del movimiento, no hay nada que cambie el resultado inevitable de la enfermedad. Él se dio cuenta de que lo que nos falta es comprensión básica del nivel molecular y celular, por lo que estaba dispuesto a comprometer una gran suma de dinero.

Pero Randy Schekman está usando esta oportunidad para abordar un desafío todavía más grande: quiere saber si cambiar la manera de trabajar y las políticas de incentivos acelera el descubrimiento y permite enfrentar desafíos que por su complejidad hasta ahora han sido inabarcables.

—Nuestra visión es hacer equipos que en su núcleo tienen a investigadores principales que ya han trabajado colaborativamente, han publicado artículos y han escrito proyectos juntos, y que entienden todas las idas y vueltas que implica ser genuinamente colaborativo y no andar preocupados por dónde están sus nombres en la lista de autores, o tonterías así, que solo importan cuando las recompensas se centran en el individuo. Así que se les pide que traigan un grupo de 4-5 investigadores principales, no necesariamente de Parkinson, sino neurociencias, bioquímica y biofísica, para explorar el tipo de cuestiones básicas que deberíamos estudiar. Ahora tenemos una red de 21 equipos que cubren alrededor de un centenar de investigadores principales en 60 instituciones y 11 países diferentes. Y están permanentemente juntos en forma virtual: tienen reuniones de laboratorio juntos, comparten ideas, se les pide que pongan su trabajo en repositorios abiertos apenas estén listos y después insistimos en que publiquen en revistas de acceso abierto. Así que este es un gran experimento acerca de si conectando a muchas personas talentosas en tiempo real se puede enfrentar un problema realmente difícil y lograr un progreso que no sería posible individualmente.

Igual como le ocurrió cuando llegó a Berkeley, el enorme poder de la colaboración apareció en su vida a través de un encuentro personal y una colaboración que duraría décadas con Lelio Orci, el monumental morfólogo italiano avecindado en Suiza que falleció durante 2019.

—Nunca tuve aversión a colaborar y me llevaba bien con la gente. Pero tuve, temprano en mi carrera, esta maravillosa colaboración, hablábamos a diario y fue mágico. (Orci) tenía un enfoque técnico muy diferente al mío, pero queríamos hacer los mismos descubrimientos y lo hicimos. Publicamos muchos artículos juntos, y nunca nos preocupamos por el nombre de quién iba dónde, fue mágico. Entonces, me di cuenta: ¡hombre, si esto de alguna manera se pudiera replicar a una escala mayor, sí que se podría progresar!

Cuando mira alrededor, Schekman se da cuenta de que no todos tienen esta disposición a la apertura, y reconoce que hay algunos científicos celosos y extremadamente competitivos. Pero más que achacárselo a su naturaleza, cree que se trata de poner las recompensas en el lugar correcto (“necesitamos medir de alguna manera los productos de la colaboración y darles por lo menos el mismo peso que a aquellos basados en ideas y esfuerzos personales”), premiar la circulación del conocimiento y desincentivar que los grupos guarden los recursos para ellos mismos por miedo a que otros les ganen la novedad. Reconoce que una parte importante del problema es la industria de las publicaciones, en particular las revistas más prestigiosas, y cómo hacen a la ciencia funcionar con una lógica de estrellato y movida por la vanidad.

—Me encantaría poder hacer más en términos de eliminar la obsesión de la gente con estas llamadas revistas de alto perfil —agrega—. Pero esa es una batalla que no creo que pueda ganar.

Le pregunto si los repositorios de manuscritos y las revistas de acceso abierto, como la que él mismo ha fundado, terminarán haciendo cambiar el modelo de todas las revistas científicas:

—Van a lucrar igual —responde—. El problema es que los científicos quieren este tipo de reconocimiento y pagarán más dinero. Así que van a gastar más dinero de su fondo de investigación, o me temo que hasta de sus propios bolsillos, para publicar un artículo en la revista Nature, o en Cell, o en Science. Simplemente lo harán, los conozco. Así que todas estas revistas se convertirán al modelo de acceso abierto, pero le traspasarán el costo de sus ganancias a los autores, que seguirán pagando porque eso beneficia a sus carreras.

LAS FUERZAS EN CONTRA DE LA RAZÓN

A pesar de los egos, la vanidad y la competencia, Randy Schekman mantiene su profunda convicción en la naturaleza colaborativa de la ciencia moderna. Ve a la comunidad científica como una de las pocas donde la desconfianza en las instituciones no ha penetrado con fuerza, al menos desde el punto de vista de los investigadores, quienes no tienen problema en cooperar con colegas en países con los que hay rivalidades o tensiones geopolíticas. Cree que esto se debe en parte a que la comunidad científica es naturalmente abierta y a los científicos nos gusta hablar sobre lo que hacemos, compartir intereses. Le pregunto si cree que parte de ese espíritu de colaboración podría transferirse a otros ámbitos de la sociedad si la comunidad científica adquiriera un rol de mayor liderazgo político.

—No —responde categórico—. Yo solía pensar eso, pero la política está tan polarizada en casi todas partes, que creo que ahí juegan fuerzas que son más fuertes que la razón.

A pesar de que en el pasado la ciencia tuvo mucha influencia en Washington y reconoce que los presupuestos para investigación siguen siendo muy generosos, cree que hay “una nueva cepa de ignorancia” que se está apoderando del país:

—Como los que hacen activismo contra la vacunación, cuando los hechos son innegables. Hay suspicacias sobre la ciencia y eso podría llevar a cualquier cosa.

—¿Crees que hay en esas fuerzas una intención deliberada de restarle valor a la verdad?

—No lo entiendo. Algo de eso es religioso, pero no todo. Existe una potente cepa de fundamentalismo allá afuera que rechaza lo moderno. A pesar del avance de la ciencia que nos ha ayudado tecnológicamente y en medicina, ellos están dispuestos a rechazar algo tan obviamente importante como ser vacunados solo por hacer un punto. Hay muchos fundamentalistas en este país que apoyarían a Trump en cualquier cosa que haga, y es solamente porque él sabe bien cómo manipularlos y tienen la certeza de que hará políticas conservadoras que favorezcan su visión del universo. Y esto va más allá de la razón. No hay nada que pueda discutirse racionalmente con esas personas y eso es realmente peligroso. Muy peligroso. No es solo en los Estados Unidos, es una cepa que se está extendiendo por todo el mundo. ¡Y esto no es nuevo!, ya ha sucedido antes. El mundo ya ha estallado antes con una gran conflagración basada en una ideología política irracional y ahora estamos en un punto de inflexión. Pero también estamos en un punto de inflexión en términos de una explosión de conocimiento de enorme valor que podría usarse para mejorar la salud humana. Y también un punto de inflexión en la energía que podría cambiar por completo la dependencia del petróleo. Sin embargo, también existen poderosas fuerzas económicas en contra de eso.

Le pregunto dónde están puestas sus esperanzas para superar este momento de la historia:

—Mi esperanza es que las fuerzas oscuras no prevalezcan en este país. Que Trump eventualmente se convierta en un artefacto de la historia. Pero la gente que lo apoya está haciendo todo lo posible para subvertir el proceso electoral. Por supuesto, yo nunca había visto esto en mi vida, y si me hubieras dicho hace diez años que esto era posible no lo hubiera creído. Pero está pasando y estamos impotentes. Así que tenemos que movilizar a las personas de nuestro lado para que crean en la razón y asegurarnos de que voten.

—Claro, votar es el mínimo…

—Pero mira Irán. Las fuerzas de la oscuridad continúan prevaleciendo allí y acaban de elegir un nuevo líder que es todo lo retrógrado que se puede ser, y los clérigos controlan los votos. Entonces, Irán es un lugar peligroso. China también podría ser peligrosa, pero al menos en China, más allá de su política, abrazan la ciencia. No hay duda de que abrazan la ciencia, y realmente están invirtiendo enormemente en ciencia, por lo que mi línea de comunicación permanece abierta con mucha gente en China. Di un seminario en línea en un instituto de investigación Iraní hace unos meses, y estaban sedientos de conocimiento. Evité la política en mi discusión, pero estoy seguro de que estos académicos están desesperados por tener contacto.

Schekman lista varios ejemplos de cómo la carrera por el poder y el discurso demagogo del expresidente Donald Trump ha ido degradando la convivencia y la racionalidad del diálogo en todo el espectro político, incluso entre los propios Conservadores. Pero tiene fe en las comunidades, al menos en aquellas con herramientas suficientes como para organizarse, compartir conocimiento y elegir democráticamente su destino, y es crítico de cómo las redes sociales pueden alterar esa capacidad de formar comunidades diversas.

—Los medios de comunicación están tan poderosamente fragmentados, que la gente puede simplemente desconectarse, y escuchar solamente una cámara de eco que amplifica sus propias creencias. Antes de eso, antes de internet y todo, había personas respetadas, que eran moderadas, tenían gran influencia, y podían expresar una opinión. Esto es de antes de tu tiempo, pero durante la Guerra de Vietnam, que fue por supuesto un tiempo de gran agitación política en este país, había un comunicador en la televisión nacional, Walter Cronkite, que era muy influyente y la gente lo veía en los noticieros de la noche, y ya sabes, era muy equilibrado. Y entonces, en cierto punto, estaba en una transmisión desde Vietnam y dijo básicamente: “Esto es un desastre y un esfuerzo perdido. Es un fracaso. No va a ninguna parte”. Y tuvo impacto real, casi como las protestas masivas en contra de la guerra, y ayudó a formar opinión pública sobre Vietnam. Pero esos líderes ya no se encuentran en este país. No hay voces moderadas que impongan respeto y a cualquiera que intente ser moderado le gritan y lo callan desde el otro lado.

—¿Y los científicos, los intelectuales, los académicos?

—Todo lo que podemos hacer es seguir educando a la gente. Aquellos entre nosotros los científicos que sean más hábiles en la discusión pública, deben tomarse más tiempo, simplemente para contar las cosas como son. Sin necesidad de invocar para nada a la política. Si yo doy charlas sobre ciencia a una audiencia amplia, no necesito recurrir a ninguna ideología política, solo tienen que querer escuchar. Uno pensaría que con las enfermedades neurodegenerativas, por ejemplo, que están aumentando en todo el mundo y sin ninguna solución a la vista, la gente querría escuchar. Pero mira este episodio reciente con un medicamento que fue aprobado oficialmente en los EE.UU. para tratar el Alzheimer: ¡Es un precedente terrible porque este medicamento es completamente ineficaz! Pero es un reflejo de la desesperación con una enfermedad que a medida que envejecemos aumenta en frecuencia y consecuencias económicas. Uno pensaría que la gente, sea cual sea su punto de vista político, querría asegurarse de que este tipo de investigación continúe. Así que la única esperanza que tengo es que mientras el ser humano siga sufriendo, va a tener que buscar algo basado en la razón para poder avanzar, y no solo en la fe ciega. La fe ciega o la oración no lo harán por sí solos.

—Si tenemos fe, también necesitamos tenerla en la humanidad y en nuestra capacidad de progresar…

—Yo no soy una persona religiosa, pero las personas que lo son entienden, al menos las que yo conozco, que nuestra creencia es en un Dios que ha dado poder a los seres humanos para que lleven adelante su propio proyecto y no descansen en milagros. Tengo amigos conservadores, familiares conservadores que entienden y basan sus decisiones en la razón. No son partidarios ciegos de Trump y la demagogia. Entonces, tengo que creer que hay conservadores cuyas elecciones se basan en la razón, y no seguirán a estos demagogos ridículos.

Cuando le pido que deje un mensaje para el futuro, se ríe y me dice que ese es el problema de haber ganado un Nobel, que la gente cree que el premio incluye una varita mágica y una bola de cristal. Yo le insisto en que no espero que adivine, sino que interpele a las futuras generaciones y eche al mar un mensaje en una botella.

—Mi mensaje es que, a pesar de los notables logros científicos y las oportunidades para aplicaciones prácticas, me gustaría que después de mucho tiempo la gente y los académicos todavía sigan valorando el conocimiento como un bien en sí, y nos mantengamos enfocados en comprendernos a nosotros mismos y nuestro lugar en el universo, sin preocuparnos en absoluto por las aplicaciones prácticas.

No rechaza las aplicaciones, por supuesto, las ve como inevitables —“habrá emprendedores allá afuera que podrán utilizar ese conocimiento con ventajas prácticas, y eso está muy bien”—. Pero tiene sus esperanzas puestas en una ciencia que ante todo responda a lo que Carl Linnaeus escribiera hace casi 300 años en la página del Systema Naturæ dedicada al Homo sapiens: “Hombre, conócete a ti mismo”. Cuando se lo digo, sonríe y asiente.

—Fíjate que di una entrevista justo después del Nobel con un reportero del Washington Post. Él quería saber qué hacía yo y qué me emocionaba, y después hablamos sobre cómo entender que el proceso de secreción en levaduras era aplicable a eucariotas superiores. Le dije: “Bueno, por ejemplo, ayudé a una empresa de biotecnología a diseñar un modo de expresar el gen de la insulina humana en levaduras… y ahora eso es un tercio del suministro mundial de insulina humana”. Y él dice: “¡Guau!, ¿hiciste alguno de esos experimentos en tu propio laboratorio?”. Le dije: “No, ¿por qué?”. Y me preguntó: “¿Por qué no habrías de experimentar con secreción de insulina en levaduras en tu laboratorio?”. Y yo: “Pues porque no me diría nada sobre cómo funciona el proceso”. Él no lograba entenderlo y siguó dándole vueltas hasta que dijo: “Ah, entonces eso es lo que tenemos aquí: alguien tan concentrado en entender el proceso que las aplicaciones prácticas le son irrelevantes”. Y yo no pensé que fueran irrelevantes. Simplemente no era lo que quería hacer en mi laboratorio, porque eso no hacía progresar el conocimiento que quería obtener.

Hace una pausa, y concluye:

—Mi esperanza es que sea esa obsesión, si se quiere llamar así, la que siga disponible para los académicos en el futuro. Porque aún tenemos tantísimo por saber y tantas herramientas nuevas con las que comprender. Para mí, esa es la esencia del ser humano. MSJ

_________________________
Randy Schekman. Biólogo celular e investigador científico estadounidense. Premio Nobel de Fisiología 2013.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

logo

Suscríbete a Revista Mensaje y accede a todos nuestros contenidos

Shopping cart0
Aún no agregaste productos.
Seguir viendo
0