Este país es considerado, por numerosos analistas, como una suerte de veleta que anticipa la dirección de los vientos que soplan en Sudamérica. En el pasado se señalaba que era el eslabón más débil de la región.
Las elecciones bolivianas burlaron todas las predicciones. Las encuestas anticipaban la victoria de Luis Arce Catacora, el candidato del Movimiento al Socialismo (MAS), colectividad del expresidente Evo Morales. La duda radicaba en si lograría acaparar más de 40 por ciento de los votos y establecer una diferencia superior al diez por ciento ante su más cercano rival. El 18 de octubre las urnas le dieron un éxito inesperado: la mayoría absoluta, con 55 por ciento de las preferencias y 26 puntos de diferencia sobre el expresidente Carlos Mesa, el segundo candidato más votado. El MAS obtuvo también la mayoría en las cámaras de senadores y diputados en la Asamblea Legislativa Plurinacional.
La asociación entre Arce y el hasta hace poco presidente Morales es estrecha. Fue su ministro de Economía y Finanzas durante el grueso de sus catorce años de gobierno, salvo una breve interrupción de dieciocho meses. Fue percibido como gestor clave del éxito económico: se cuadruplicó el producto interno bruto a 40.800 millones y la pobreza se redujo de 60 a 37 por ciento. En la memoria popular, la gestión de Arce quedó asociada a un período de bonanza. Los gobiernos de Morales multiplicaron los bonos, que incrementaron los ingresos de los sectores más postergados.
Según lo precisa el analista boliviano Fernando Molina, el gobierno del MAS destinó por concepto de la “Renta Dignidad” —entregada a todos a los mayores de 60 años—, 1.200 millones de dólares, beneficiando a 900.000 personas. Junto a las mujeres embarazadas y grupos de estudiantes, se benefició a un tercio de la población con montos que van de 28 dólares a 340 dólares por persona. El auge económico provino de los elevados ingresos por exportaciones que, en una década, pasaron de dos mil millones de dólares a frisar los diez mil millones. Fueron ingresos incrementados por los altos precios internacionales de las materias primas.
Arce desarrolló un perfil que lo acercaba más a un tecnócrata que a un líder político. Algo que le favorecía ante los embates unificados de sus rivales. Fernando Camacho, el candidato de la extrema derecha cruceña, lo descalificó señalando: “Luis Arce no es un candidato, es un títere del dictador Evo Morales”. El expresidente Jorge Quiroga, que terminó el segundo gobierno de Hugo Banzer (1997-2001), lo motejó como el “cajero del despilfarro”, por las elevadas inversiones en obras públicas. Más moderado, Carlos Mesa restó méritos a los logros de la gestión de Arce pues, a su juicio, no fueron “por mérito propio”, sino que la resultante de los altos precios de las materias primas, “que jamás gobierno alguno haya recibido” en el país. Además, denunció “el despilfarro y corrupción” que se materializaron en “palacios, aviones, lujos. El responsable, obviamente, era el presidente Morales, pero muy en particular su ministro de Finanzas”, afirmó Mesa.
A estos juicios descalificatorios se sumaban los del gobierno interino de Jeanine Áñez, que demonizó al MAS calificándolo de “partido narcoterrorista” y denunciándolo como una mezcla de autoritarismo indigenista, despilfarro y corrupción. En todo caso, su gobierno estuvo envuelto en negocios turbios por la compra de ventiladores para tratar el COVID, lo que tumbó al ministro de Salud.
LA DERECHA NO ATINÓ
Las posibilidades de la derecha de triunfar eran escasas. Por ello fue urdida la versión de que los comicios de octubre de 2019, que daban por vencedor a Morales, estaban viciados. La denuncia les abrió una ventana de oportunidad para impugnar la transparencia del proceso electoral. La agitación contra el presunto vencedor abrió semanas de agitación callejera, lo que condujo al amotinamiento de la Policía Nacional. Esto fue seguido por una conminación del ejército a Morales, ante lo cual este optó por apartarse e ir a Argentina.
La gestión de Áñez, carente de la legitimidad otorgada por las urnas, agudizó la polarización ante los mayoritarios sectores indígenas y populares. Además, la policía cometió ultrajes y en la represión de las protestas de Sacaba y Senkata dejó un saldo de treinta muertos y setecientos heridos.
En tanto, la campaña electoral de Mesa ignoró a las clases bajas urbanas, las que finalmente definieron la elección. Optó por el “voto útil” de las clases medias contra el MAS, estrategia no efectiva cuando Luis Fernando Camacho, líder de las protestas contra Morales el año pasado, optó por mantener su candidatura.
LA ESTRATEGIA DEL MAS
Arce y sus asesores apostaron, en cambio, por los barrios periféricos, por los pobres y los empobrecidos del coronavirus. El voto masivo del mundo rural y las poblaciones marginales urbanas dieron un respaldo decisivo a Arce. Un segundo enfoque fue disipar el temor a que el MAS buscará eternizarse en el poder. Arce prometió gobernar solo un mandato, cinco años, y que no habrá persecución política.
El proceso electoral dejó al descubierto la debilidad política y electoral de los competidores de derecha del MAS, fragmentados y enfrentados entre sí. El candidato de centroderecha Carlos Mesa no logró articular un proyecto de país, ni un discurso electoral capaz de seducir a los indecisos del Occidente boliviano. El candidato de la derecha empresarial, Fernando Camacho, tampoco logró convencer a los indecisos del Oriente del país. Hasta una semana antes de las elecciones, en su bastión electoral, en el departamento de Santa Cruz, había 28 por ciento de indecisos, que representan 7,5 por ciento del padrón electoral total. Son personas de sectores pobres, que fueron excluidas por los empresarios a los que representa el líder cruceño, y que fueron violentadas en las movilizaciones que lideró este empresario contra Morales hace un año. En la elección, en rechazo a la élite empresarial, optaron por el MAS, que obtuvo allí un 35 por ciento de los votos.
Está a la vista que los adversarios del MAS subestimaron el potencial electoral de este partido y de su candidato. La subestimación se debió a la incapacidad de estos grupos políticos, que representan a las elites tradicionales, de reconocer al MAS como una expresión efectiva de los sectores sociales indígenas y de los estratos más pobres del país.
IMPACTO INTERNACIONAL
Bolivia es considerada, por numerosos analistas, como una suerte de veleta que anticipa la dirección de los vientos que soplan en Sudamérica. En el pasado se señalaba que era el eslabón más débil de la región. En esta oportunidad, Washington fue un opositor activo al gobierno del MAS. Morales se define a sí mismo como un antiimperialista y, en forma recurrente, denunció maniobras estadounidenses para minar y dificultar su gobierno.
Apenas tres días antes de los últimos comicios, un par de altos funcionarios del Departamento de Estado, en Washington, hablaron con algunos periodistas bajo reserva. Uno de ellos señaló: “La forma en que el Tribunal Electoral y el gobierno anterior (el de Morales) administraron las elecciones quedó correctamente cuestionada por la manera en que fue llevada a cabo, y despertó serias dudas sobre el conteo de los votos. El gobierno de Estados Unidos y muchos otros observadores, tanto dentro como fuera de Bolivia, llegaron a conclusiones similares” (Departamento de Estado vía teleconferencia, octubre 15, 2020).
La voz cantante de las denuncias realizadas contra las elecciones de octubre del año pasado corrió por cuenta de Luis Almagro, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA). Otros organismos estadounidenses, como una comisión del Massachusetts Institute of Technology (MIT), estimaron, sin embargo, que los resultados reflejaban la voluntad de los electores, algo ratificado hasta cierto punto por los últimos cómputos. Consultado Arce sobre el papel de Almagro, señaló: “Después de haber generado todos esos eventos que dieron lugar al golpe de Estado, que provocaron muertos, por supuesto que estoy de acuerdo (con exigir la renuncia)”.
El periódico New York Times escribió el 7 de junio que “el análisis de la OEA contenía serios errores”. Por su parte, investigadores de Election Data and Science Lab concluyeron que era muy posible que Morales había ganado en la primera vuelta y que su victoria era legítima. “Como especialistas en elecciones justas, consideramos que la evidencia estadística no respalda los alegatos de fraude en la elección de octubre (2019)”, señalaron los autores del estudio en un artículo publicado en el Washington Times.
Respecto de la relación bilateral chileno boliviana, es temprano para expresar algún augurio. El presidente Sebastián Piñera informó que se comunicó telefónicamente con Arce para desearle éxito. Ambos coincidieron en reencaminar las relaciones bilaterales para “establecer una buena vecindad”. “Felicito a @LuchoXBolivia por su elección como Presidente de Bolivia. Recién conversamos por teléfono para desearle éxito en su gestión. Estoy seguro de que trabajaremos con voluntad para avanzar hacia una nueva etapa en nuestra relación bilateral y fortalecer la integración regional”, planteó Piñera.
La respuesta de Arce: “Agradecido por la comunicación y deseos de éxito del presidente @sebastianpinera. El triunfo es de nuestro pueblo. Reencaminaremos las políticas de unidad entre los pueblos de la región para establecer una nueva vecindad”.
Más allá de las palabras de buena crianza, es la hora para explorar la posibilidad de una normalización de las relaciones entre ambos países. Una buena señal sería reestablecer los vínculos diplomáticos al nivel de embajadores. MSJ
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Fuente: Este artículo es el Comentario Internacional de Revista Mensaje N° 694, noviembre de 2020.