“Un deseo mundial de hermandad”, es parte de la inspiración de la tercera encíclica escrita por el papa Francisco y presentada el 3 de octubre pasado.
En ocho años de pontificado, el papa Francisco ha escrito tres encíclicas (Lumen fidei, 29 junio 2013; Laudato si’, 24 mayo 2015; Fratelli tutti, 3 octubre 2020) (1) y cinco exhortaciones apostólicas (Evangelii gaudium, 24 noviembre 2013; Amoris laetitia, 19 marzo 2016; Gaudete et exsultate, 19 marzo 2018; Christus vivit, 25 marzo 2019; Querida Amazonia, 2 febrero 2020).
FINALIDAD E INSPIRACIÓN
El papa Francisco deja en claro que Fratelli tutti es su segunda encíclica social, siendo Laudato si’ su primera. La finalidad de su escrito no es resumir la doctrina sobre el amor fraterno, sino detenerse en su dimensión universal, es decir, un amor abierto a todos. “Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” (No 6). Es decir, es un llamado para que “reconociendo la dignidad de cada persona, podamos hacer renacer entre todos, un deseo mundial de hermandad” (No 8).
El documento pontificio refleja la preocupación del papa Francisco sobre la fraternidad y la amistad social que él ha ido expresando en reiteradas veces y en diversos lugares. “Quise recoger en esta encíclica muchas de esas intervenciones situándolas en un contexto más amplio de reflexión” (No 5). De hecho, casi el sesenta por ciento de las citas hacen referencia a sus intervenciones.
Con respecto a sus fuentes de inspiración, el primer referente es el pensamiento cristiano, con una explícita intención de diálogo con todas las personas de buena voluntad. “Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (No 6).
Otra vez, como en Laudato si’, encuentra en san Francisco de Asís su gran inspiración, porque “se liberó de todo deseo de dominio sobre los demás, se hizo uno de los últimos y buscó vivir en armonía con todos. Él ha motivado estas páginas” (No 4).
En el documento también se hace una referencia explícita al gran imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien el papa Francisco firmó el Documento sobre la fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común (Abu Dabi, 4 febrero 2019), el beato Carlos de Foucauld, Martin Luther King, Desmond Tutu y el mahatma Mohandas Gandhi. (cf. Nos 5 y 286).
También, fiel a su costumbre colegial, cita textos de algunas conferencias episcopales (Australia, Colombia, Congo, Correa, Croacia, Estados Unidos, Francia, India, México, Portugal, Sud Africa). Además, dialoga con la sociedad actual mediante la referencia a autores modernos, como Gabriel Marcel (No 87), Karl Rahner s.j. (No 88), Georg Simmel (No 150), Antonio Spadaro S.J. (No 158), Paul Ricoeur (Nos 102 y 164), René Voillaume (No 193). Alude también a la canción Samba de la bendición del disco Um encontró no Au bon Gourmet de Vinicius de Moraes (No 215) y a la película sobre su propia vida de Wim Wenders (El Papa Francisco – un hombre de palabra. La esperanza es un mensaje universal, 2018) (Nos 48 y 203).
ESTRUCTURA DE LA EXHORTACIÓN
La encíclica social consta de ocho capítulos y 287 párrafos. En el contexto del mundo actual se señalan algunos obstáculos que no favorecen la fraternidad universal (capítulo 1), se presenta el modelo del Buen Samaritano como un camino alternativo (capítulo 2). Esto implica la necesaria apertura hacia el otro (capítulo 3) que conlleva asumir nuevas perspectivas, como la complementariedad entre lo universal y lo local (capítulo 4), exigiendo, a la vez, una mejor política superando la tentación del populismo y el liberalismo (capítulo 5) mediante el diálogo y la amistad social que reconoce al otro en su diversidad (capítulo 6). Por tanto, hacen falta caminos de reencuentro, reconociendo la verdad y con una actitud de perdón que exige el cumplimiento de la justicia, como también el rechazo a la guerra como solución de los conflictos y la no aceptación de la pena de muerte (capítulo 7). En este camino de construcción de la fraternidad universal, las distintas religiones son una contribución indispensable al considerar a cada persona como una criatura de Dios (capítulo 8).
Se comienza advirtiendo contra algunas tendencias del mundo actual que impiden el desarrollo de la fraternidad universal, porque “la distancia entre la obsesión por el propio bienestar y la felicidad compartida de la humanidad se amplía hasta tal punto que da la impresión de que se está produciendo un verdadero cisma entre el individuo y la comunidad humana” (No 31). En un segundo momento presenta la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 25-37) como camino de rehacer una comunidad “a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído, para que el bien sea común” (No 67).
En el tercer capítulo se sostiene que el ser humano solo se reconoce a sí mismo en el encuentro con el otro, “salir de sí mismo para hallar en otro un crecimiento de su ser” (No 88), y, por tanto, se requiere una opción por la solidaridad, que no se limita a algunos gestos de generosidad sino que se proyecta a “pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos… [de] luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (No 116).
La afirmación de hermandad plantea concretamente una serie de retos que descolocan y obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones. Así, en el capítulo cuarto se plantea la situación de los migrantes y la necesidad de establecer “en nuestra sociedad el concepto de plena ciudadanía y renunciar al uso discriminatorio de la palabra minorías, que trae consigo las semillas de sentirse aislado e inferior” (No 131). Por tanto, se insiste en una complementación entre lo universal y lo local. “Las dos cosas unidas impiden caer en alguno de estos dos extremos: uno, que los ciudadanos vivan en un universalismo abstracto y globalizante […]; otro, que se conviertan en un museo folklórico de ermitaños localistas, condenados a repetir siempre lo mismo, incapaces de dejarse interpelar por el diferente y de valorar la belleza que Dios derrama fuera de sus límites” (No 142). Esta complementación consiste en un fecundo intercambio que “termina beneficiando a todos” (No 137).
En el quinto capítulo se afirma que actualmente la política suele asumir formas que dificultan la marcha hacia un mundo distinto. Por tanto, “para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común” (No 154). Se señala el peligro del populismo, aunque insiste en la importancia de considerarse un pueblo, cuando “se responde a exigencias populares en orden a garantizarse votos o aprobación, pero sin avanzar en una tarea ardua y constante que genere a las personas los recursos para su propio desarrollo” (No 161); como también del liberalismo, porque “el mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” (No 168).
En el mundo actual hacen falta el diálogo y la amistad social. En este capítulo seis se explica que “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar” (No 198). Su ausencia refleja que ninguno, en los distintos sectores de la sociedad, está preocupado por el bien común. El debate público, en cuanto supera las mutuas descalificaciones, tiene que ser un espacio donde toda la ciudadanía cabe, llegando a ser “un permanente estímulo que permite alcanzar más adecuadamente la verdad, o al menos expresarla mejor” (No 203).
En el capítulo siete se recuerda que en esta etapa de la historia se necesitan caminos de reencuentro para “cicatrizar las heridas” y “generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (No 225). No se trata de volver al pasado, anterior a los conflictos, porque “sólo desde la verdad histórica de los hechos podrán hacer el esfuerzo perseverante y largo de comprenderse mutuamente y de intentar una nueva síntesis para el bien de todos” (No 226). La construcción de una amistad social implica “la búsqueda de un reencuentro con los sectores más empobrecidos y vulnerables” (No 233). Es que “cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Si hay que volver a empezar, siempre será desde los últimos” (No 235).
En el octavo capítulo se expresa la convicción de que “las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad” (No 271). En este último capítulo se hace un llamado solemne, recordando la declaración en conjunto con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb: “Las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre. Estas desgracias son fruto de la desviación de las enseñanzas religiosas, del uso político de las religiones y también de las interpretaciones de grupos religiosos que han abusado —en algunas fases de la historia— de la influencia del sentimiento religioso en los corazones de los hombres” (No 285).
UN CAMBIO EN LA MIRADA
Mons. Víctor Manuel Fernández, Arzobispo de La Plata, afirma que para entender el documento pontificio “no es tan importante buscar una lógica siguiendo el orden de los capítulos, sino más bien tratar de reconocer los ejes de fondo que atraviesan todo el documento, que aparecen y reaparecen aquí y allá” (2).
Creo que el hilo conductor de este largo documento pontificio es la necesidad urgente de cambiar la manera de ver al otro. No basta reiterar que todos somos hermanos, sino comprometerse de hacer del otro, y de todo otro, un hermano. Esto requiere un cambio de mentalidad, porque “todo esto podría estar colgado de alfileres, si perdemos la capacidad de advertir la necesidad de un cambio en los corazones humanos, en los hábitos y en los estilos de vida” (No 166). Esto no significa ni implica detener el progreso sino darle un rumbo más humano. “Abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces nuevos” (No 179).
Esta hermandad será auténtica en la medida que se privilegia, entre todos, la inclusión de los excluidos de la sociedad. Esto es respetar la dignidad de toda y cada persona humana. Por tanto, aunque una persona sea poco eficiente, aunque haya nacido o crecido con limitaciones, este hecho “no menoscaba su inmensa dignidad como persona humana, que no se fundamenta en las circunstancias sino en el valor de su ser. Y cuando no se respeta este principio fundamental, “no hay futuro ni para la fraternidad ni para la sobrevivencia de la humanidad” (No 107).
El mismo papa Francisco presenta como su tema central al amor fraterno y “detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos” (No 6). Su deseo es: “Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer, entre todos, un deseo mundial de hermandad… Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (No 8).
Este deseo se hace más urgente en el contexto del mundo actual, porque “la soledad, los miedos y la inseguridad de tantas personas que se sienten abandonadas por el sistema” (No 28). Por tanto, el tema central es el amor universal en un contexto mundial adverso. “La historia da muestras de estar volviendo atrás. Se encienden conflictos anacrónicos que se consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados, resentidos y agresivos” (No 11). Es que “en el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas”, porque “impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada, hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de una ilusión: creer que podemos ser todopoderosos y olvidar que estamos todos en la misma barca” (No 30).
El respeto por la dignidad humana no solo exige asegurar el acceso a las condiciones mínimas de sobrevivencia, sino de dignidad. Al respecto, surge la importancia decisiva del tema del trabajo. Lo más significativo no es repartir sino asegurar el trabajo. Así, el papa Francisco alienta “la creación de fuentes de trabajo diversificadas” (No 123) y promueve el esfuerzo y la creatividad para “acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos” (No 168). El mejor camino hacia una existencia digna consiste en “siempre permitirles una vida digna a través del trabajo, mientras la ayuda con dinero “debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias” (No 162).
UN GRITO QUE INTERPELA
La profesora Anna Rowlands, el día de la presentación oficial en el Vaticano, dijo: “En la simplicidad de esta llamada, Fratelli tutti es un desafío devastador para nuestra vida ecológica, política, económica y social. Pero, sobre todo, es una proclamación de una verdad alegre e imposible de erradicar, que se presenta aquí como un manantial inagotable para un mundo fatigado”.
Sin desconocer las dificultades imperantes de la realidad, se hace un llamado a caminar en la esperanza. “A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, en las próximas páginas quiero hacerme eco de tantos caminos de esperanza. Porque Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien” (No 54). Tener esperanza no significa negar la realidad. “Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes viajantes que pasan de largo. Y si extendemos la mirada a la totalidad de nuestra historia y a lo ancho y largo del mundo, todos somos o hemos sido como estos personajes: todos tenemos algo de herido, algo de salteador, algo de los que pasan de largo y algo del buen samaritano” (No 69).
La gran tentación consiste en admirar el texto y la palabra oportuna, pero, en el fondo, no creer en su viabilidad y posibilidad real. ¡Es un sueño! ¡Bonito y digno, pero no es realista! Esta consideración es autocondenatoria, porque todo depende de nosotros, de nuestra opción y ganas para crear comunidad, de nuestra convicción de hacer del otro un hermano.
El mismo papa Francisco advierte contra la tentación de que no se puede hacer nada. “El engaño del todo está mal es respondido con un nadie puede arreglarlo, ¿qué puedo hacer yo? De esta manera, se nutre el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto: así obra la dictadura invisible de los verdaderos intereses ocultos, que se adueñaron de los recursos y de la capacidad de opinar y pensar” (No 75). MSJ
(1) Lumen fidei tiene la firma del papa Francisco, pero el estilo es de Benedicto XVI. De hecho, completa la trilogía de encíclicas comenzada por Benedicto sobre la caridad y la esperanza (Deus caritas est, 25 diciembre 2005; Spe salvi, 30 noviembre 2007).
(2) Víctor Manuel Fernández, “Siete ejes de fondo en Fratelli tutti”, en Religión Digital, 4 octubre 2020.
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 694, noviembre de 2020.