El Centro Cultural La Moneda presenta una retrospectiva del artista brasileño Ernesto Neto, reconocido por la elaboración de esculturas inmersivas de grandes dimensiones, orgánicas, flexibles e incluso aromáticas.
Convertido en artista luego de que fracasara en su intento por estudiar astronomía —reprobó el curso de admisión, según ha contado—, Ernesto Neto ha venido desarrollando desde los años ochenta una obra que con el tiempo se ha expandido en todos los aspectos: el uso de materiales, las referencias, los significados y la relación con el espectador.
La producción del autor, que nació en 1964 en Río de Janeiro y creció junto al mar —«mirando a los pescadores hacer sus propias redes»—, se ha vuelto reconocible en casi cuarenta años por la elaboración de esculturas que en un principio fueron figuras de estilo minimalista, moldeadas en hierro, y luego se transformaron en estructuras cada vez más complejas, flexibles y orgánicas, dependientes de la voluntad y habilidad para el juego del espectador.
Neto, uno de los exponentes más destacados de la escena artística de Brasil, ha construido estos volúmenes con diversos elementos y en diferentes dimensiones, algunas monumentales, como puede verse en la exposición que ofrece actualmente en el Centro Cultural La Moneda. La muestra, que abarca la carrera completa del artista, se estrenó en la Pinacoteca de Sao Paulo durante el primer semestre del año pasado y después se trasladó al Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA).
Bajo el título «Soplo», la retrospectiva reúne más de setenta piezas, entre las que se encuentran fotografías, dibujos y las mencionadas esculturas, que son las más sobresalientes y atractivas. No solo destacan por sus tamaños, colores y formas, sino también porque están hechas para que el público se interne en ellas o las active a través del contacto. Es decir, su propósito es que el visitante explore las posibilidades de sus sentidos, los vínculos que su cuerpo es capaz de establecer.
Con nombres como Lo sagrado es el amor, Mientras nada sucede y Tres cantos y una danza, algunas incluso tienen olor: uno de los rasgos que distingue el trabajo de Neto es que ha experimentado con los materiales a través de los años y ha integrado hasta las especias (entre ellas, la cúrcuma, el azafrán y el clavo) a sus figuras tentaculares, arbóreas, ovaladas y triangulares, representaciones de la anatomía humana, en ciertos casos. También las piedras, el plomo y el cuarzo son parte de los objetos que el autor incorpora o introduce en sus volúmenes —elaborados con poliamida o tejidos a crochet—, de manera que estos se tensan al máximo, pero sin romperse.
“Desde el comienzo de su trayectoria, Ernesto Neto viene investigando y ampliando radicalmente los principios de la escultura. Gravedad y equilibrio, solidez y opacidad, textura, color y luz, simbolismo y abstracción son las bases de su práctica artística, un continuo ejercicio sobre el cuerpo colectivo e individual, sobre el equilibrio y la construcción en comunidad”, afirma Jochen Volz, director de la Pinacoteca de Sao Paulo y curador de la exposición junto a Valeria Piccoli.
El crochet es una de las marcas de fábrica de la propuesta de Neto. El artista aprendió la técnica de dos mujeres a las que, confiesa, fue siempre muy apegado —su madre y una de sus abuelas— y considera una gran pérdida para los hombres que esta práctica haya quedado confinada dentro de la cultura de los quehaceres femeninos: «Fue no entender la grandiosidad de las mujeres, ni lo que significa sacar el algodón de la tierra y hacer un hilo. El tejido es una continuación del cuerpo, es una segunda piel. En la idea de que de un hilo salga una trama tejida hay una poesía muy grande», ha comentado.
METÁFORAS DE LA TRAMA SOCIAL Y COMUNITARIA
Neto propone en sus instalaciones, metáforas de la trama social y comunitaria, la «vivencia» de parte del público de una especie de ritual donde es posible la vinculación con el pensamiento, la intuición, los otros y la naturaleza, un tema sensible en todo el mundo y por supuesto en Brasil, especialmente en el Amazonas. En esa región, el autor ha convivido en los últimos años con la tribu huní kuin, cuya cosmovisión, centrada en la observación del firmamento y la interpretación de los estímulos de la selva, ha influido la filosofía del escultor (el 2017, en la Bienal de Venecia, presentó en conjunto con ese pueblo originario una pieza que consistía en una tienda ceremonial).
«Ellos nos pueden ayudar a ampliar nuestro espacio de espiritualidad, de conexión con la naturaleza y con la tierra. La tensión es constante en la vida, y el equilibrio es delicado. Si forzamos de más, las telas se rasgan. Estamos rasgando nuestro espacio de confianza. Este problema de violencia institucional que sucede en todo el continente americano es muy peligroso, porque después de que algo se rasga, todo el tejido se rompe. Es difícil volver a coser la trama. Tenemos que registrar que hay cosas a las que la tierra está diciendo que no», sostiene el autor. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 695, diciembre de 2020.