Se lo ha definido como un músico de jazz, pero siempre, y sobre todo en los últimos años, se rebeló ante esta y ante toda otra forma de clasificación.
En 2011 Chick Corea celebró en grande su cumpleaños número 70. Lo hizo de la única manera en que era esperable que lo hiciera: tocando con sus amigos. La celebración fue larga: cuatro semanas, en las que protagonizó 48 presentaciones, con 10 bandas y 27 músicos. El lugar elegido para la fiesta fue, cómo no, el legendario club de jazz Blue Note, en Nueva York. Todo quedó registrado en un excelente documental titulado, simplemente, Chick Corea: The Musician. La gran celebración no fue más que una reunión extendida de este gran artista con representantes de diversas etapas de su larga y fecundísima trayectoria musical. La selección debe haber sido difícil, tomando en cuenta la inmensidad y la contundencia de la discografía de Corea. Ella refleja no solo su talento superlativo, sino también su curiosidad insaciable y su apertura a la novedad permanente de la buena música, que irrumpe, implacable, por derroteros siempre imprevisibles.
Se lo ha definido como un músico de jazz, pero siempre, y sobre todo en los últimos años, se rebeló ante esta y ante toda otra forma de clasificación. Es cierto: se inició y se destacó en sus inicios como pianista de grandes exponentes del jazz, en diversos clubes de Nueva York. Pero él mismo ha relatado el intenso intercambio que a él le tocó presenciar entre esos jazzistas de la vieja guardia y exponentes de la música latina, lo que más tarde cristalizó en todo un nuevo estilo, con exponentes como Dizzy Gillespie, y toda la tradición del así llamado latin jazz, del que ya hemos hablado en estas páginas. De hecho, recuerdo que mi primer contacto con la música de Chick Corea fue a través del álbum My spanish heart, de 1976. Después de almorzar con mi entonces profesor de música, el gran Carlos Figueroa López, en su inolvidable casa de Avda. El Salto, nos aprestábamos a comenzar la clase, pero él se tomó el tiempo para mostrarme el flamante vinilo y hacérmelo escuchar por unos minutos. No sé si me abrió el mundo, pero sí, al menos, el oído; y desde entonces no he dejado de escucharlo.
TEXTURAS Y DIMENSIONES SIN LÍMITES
No voy a aburrir a los gentiles lectores de estas líneas con la descripción de momentos importantes de mi vida en que la música de Chick Corea ha estado presente. Solo quisiera testimoniar que ella tiene tal riqueza, que puede acompañar al oyente en los momentos más diversos, abarcando texturas y dimensiones sin límites. Esto es —lo reitero— manifestación de un genio musical curioso y abierto con respeto a lo nuevo y a lo distinto a los espacios ya conocidos y seguros. Cuentan que en sus inicios cautivó a Miles Davis, por lo que, siendo muy joven, se consagró como “su” pianista. Este comienzo lo pudo haber dejado por siempre como un simple “músico de jazz”. Pero eso no pasó. Porque ya a comienzos de los setenta impactó a todos con el grupo Return to Forever y su apuesta por una suerte de fusión de la tradición propiamente jazzística, en cuanto a la armonía y al arte de la improvisación, con las cadencias y la rítmica de la música brasileña. Solo un par de años más tarde, Corea haría una nueva y profunda refundación del proyecto e incluso del grupo mismo, con un giro radical hacia la fusión pura y simple con el rock.
Chick Corea tampoco se durmió en esos laureles, ni en ningún otro. La celebración de su cumpleaños número 70 y el documental que la registró, así lo reflejan. En piano solo o en dúo (en este caso, con Herbie Hancock, otro grande), en agrupaciones acústicas clásicas (la célebre Akoustic Band y otros tríos) o en la vanguardia de lo electrónico (la Elektric Band, versión “conectada” de la anterior, pero abierta a horizontes más amplios), en la música de fusión (el ya mencionado proyecto Return to Forever), pero también en la balada, en obras con sección de cuerdas y, últimamente, nuevamente en el diálogo con el mundo de lo latino (Antidote, su último gran proyecto, lanzado en 2019), Chick Corea nos evidencia, sin declararlo, que, como ha dicho una colaboradora suya, en rigor él no ha sido meramente un músico. Él es la música. Y por eso no puede morir. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 697, marzo-abril de 2021.