Tiene una gran vigencia hoy la necesidad de renovar nuestro concepto de paternidad y asumir que se trata de un concepto que siempre nos debe mover a la acción.
En el número anterior de Mensaje afirmábamos que paternidad no es patriarcado y que es preciso ir más allá de este, hacia formas renovadas de paternidad. La irrupción de las mujeres en la vida pública en el siglo XX, con su nueva actitud, ha abierto posibilidades para una transformación de la figura vigente de masculinidad. Ello hace posible una renovada paternidad. Su desarrollo no carece de obstáculos, entre los cuales cabe mencionar la ausencia de una renovada visión y práctica paternal. Se trata de una oportunidad. A continuación, propongo algunas reflexiones para una paternidad posible en este contexto (1).
ACTIVIDAD PERSONAL
El término “paternidad” es un sustantivo, pero un verbo expresaría mejor lo que ella es. En efecto, la paternidad consiste en paternizar, en realizar actos paternales. La paternidad no es algo hecho (como una cosa), sino algo que está haciéndose. Su ser es activo: es un ejercicio, una praxis. Nunca es algo terminado, hecho del todo: su presencia convoca a la acción. La paternidad es un hacer, una experiencia. Hay que distinguir entre cosas y actos. Y la paternidad pertenece a estos últimos. Tiene la seriedad de la responsabilidad por lo que hacemos. Comienza por el acto de hacerse presente del padre, de aparecer en la vida de cada hijo (presencia auditiva, táctil, visual).
Llamamos “paternidad” a un conjunto de acciones vitales. Surge una pregunta: los actos paternos, ¿son actos biológicos o metabiológicos? Por un lado, la paternidad no es solo construcción cultural: hay una naturaleza somática dispuesta para la paternidad. Desde este punto de vista, la paternidad posee un nexo con la procreación y formación de individuos de la especie. Pero ella —la paternidad—no es algo biológicamente determinado, sino abierto a la electividad humana. De las disposiciones biopaternales no se siguen linealmente funciones prácticas especializadas. La paternidad no está determinada biológicamente. Ella no es un hecho, algo biológico y natural, sino un suceso, algo electivo, social e histórico, que posee un sentido. Es un campo de usos ya establecidos y de posibilidades ofrecidas a la creatividad. La paternidad es una novedad evolutiva y social, algo eminentemente personal. En la paternidad se da una interacción entre hormonas y voluntad, tradiciones y vínculos. Lo humano es una unidad sistémica personal. El sentido de la paternidad implica toda una antropología, una visión del ser humano.
Este carácter metabiológico de la paternidad se muestra con claridad en la existencia de los padres adoptivos. Desde el punto de vista jurídico, hay igualdad de deberes y derechos para los padres biológicos y adoptivos. La ley les reconoce como igualmente padres. En realidad, la paternidad biológica es paternidad en la medida en que es electiva, pues implica reconocimiento y ejercicio. La paternidad tiene su principio en los actos, no en las solas notas biológicas (2).
VINCULACIÓN
Al reflexionar sobre la paternidad, resulta claro que ella es un modo fundamental de vinculación. Recuerdo el momento en que, en el asiento trasero de un taxi, viajábamos de la clínica a la casa con nuestra hija en los brazos. Su dependencia desarmaba; sus posibilidades, de algún modo, se nos entregaban; sentíamos nuestra ignorancia: ¿cómo hacerlo bien? Constataba entonces una conexión y una tarea. La gestación es, al unísono, gestación de la hija o hijo y del padre. La gestación del padre, impelida por la del hijo o hija, trae una novedad en la misma relación entre mujer y varón. Nace una nueva dinámica.
Como vinculación fundamental, la paternidad no es un suceso aislado. Ella forma parte de la estructura básica y compleja de la familia, “estructura ósea de la historia” (3). En este punto, pienso que lo crucial está en los modos de la vinculación familiar, más que en las características de su estructura, aunque no se puede desconocer la mutua influencia entre estructuras y modos de vinculación (4). Hoy hay más diversidad de estructuras familiares en la sociedad chilena. Esto no es necesariamente un obstáculo para el establecimiento de buenos vínculos paternales, aunque tampoco haga la tarea más fácil (5). Una superación de las formas patriarcales supone atender a las maneras de vinculación y a las prácticas. Dado que un dispositivo de la época patriarcal consistió en la especialización de las funciones paternales y maternales, una manera de superar esa rigidez es poner el foco en las funciones parentales (de madres y padres, agregadamente) y disponerse a consensuar con apertura las tareas y roles en cada proyecto familiar, según condiciones y preferencias personales y contextuales. Esto supone, claro está, amor, buena disposición y esfuerzo, empatía, respeto, condiciones sociales y libertad, conocimiento de sí mismos de padre y madre, y conocimiento creciente de la hija o hijo. La escuela ha de ayudar a la formación de estas disposiciones y las políticas públicas harían bien en integrar en sus diseños estas perspectivas. Cabría preguntarse cómo la inmigración y las culturas ancestrales pueden enriquecernos con sus formas de vinculación familiar.
El nexo de la paternidad con la maternidad en el seno familiar nos lleva a pensar los roles en el seno de la común parentalidad. Madre y padre pro-crean a un nuevo individuo único, a quien van transmitiendo la humanidad, de modo que ese singular miembro de la especie dé más de sí. Es un proceso de capacitación humana (6). La vinculación no es solo medio; es también el contenido principal de la transmisión. Son los vínculos los que humanizan. La novedad humana, en el horizonte de la evolución, radica en que todo se estructura desde los principios de vinculación y transmisión. Este elemento de comunicación marca la vida social e histórica.
¿UN RASGO DISTINTIVO?
En el seno de la parentalidad, la paternidad es una experiencia propia, un modo singular de sentir, expresarse y relacionarse con hijos e hijas, con la madre y con el mundo (7). ¿Tiene la paternidad un rasgo distintivo respecto de la maternidad? Me parece muy complejo responder esta interrogante, pues sabemos de diferencias importantes entre culturas, subculturas y unidades familiares. Se ha sostenido que el padre es el extraño que abre la relación madre-hijo, o el ajeno al vínculo de interioridad corporal y sentimental madre-hijo, o el tercero que separa la fusión materno-filial. En estas concepciones, la madre aportaría interioridad; el padre, socialidad exogámica, un horizonte más allá. Pero, ¿es así en términos tan universales? ¿No serán estas concepciones, en buena medida, expresiones del dualismo patriarcal (madre/padre, interioridad/exterioridad, mundo privado/mundo público, fusión afectiva/distinción racional)? El desafío actual que enfrentan padres y madres en el ámbito de la parentalidad no es simplemente realizar bien unos roles predeterminados. Estamos en una época de innovación y de ensayo de nuevas posibilidades. Ayudar a formar la vida interior y la vida social de los hijos es una tarea conjunta que admite combinaciones diferentes en los roles.
Desde la perspectiva psicosocial, madre y padre transmiten una estructura constitucional básica al niño y niña, una matriz profunda. Es una estructura relacional, en la cual se asientan vivencias, vínculos y esquemas a lo largo de la vida. Esta matriz es como un lente, un sello o un filtro, desde el cual se siente el mundo, se comprende la realidad y se orienta la vida. La vida da oportunidades para remendar lo que haya de daño en esta matriz, sobre todo en el ámbito de las relaciones más cercanas y significativas.
En suma, ser padre no es una especialización funcional, sino un principio fundamental de vinculación. La paternidad es un polo dinámico al interior de la familia, que a su vez es comunidad de transmisión de humanidad. Madre y padre cuidan al hijo. Esta es una singular comunidad que hace posible su crecimiento. La tarea es conjunta.
Ahora bien, la transmisión de humanidad no es algo solamente imitativo. En realidad, ella es una alteración bidireccional: nace una absoluta alteridad de ser único, que, a su vez, transforma a los padres. Lo que sucede no es simplemente una re-producción, sino una co-transformación, la cual va en todos los sentidos posibles dentro de este triángulo social primordial. En lo que respecta al padre, se entrega a los hijos, y estos le llevan más allá. La entrega a los hijos es el envío en que consiste la paternidad. Es algo misivo, no funcional. En este envío, hay una experiencia de gestación y formación del padre. En buena medida, los hijos e hijas le enseñan las vías concretas que ha de recorrer. MSJ
(1) En adelante, recojo y reviso algunas ideas de: Fernando Vidal, La revolución del padre. El padre que nace y crece con sus hijos, Mensajero, 2018.
(2) A mi juicio, una legislación que acepte la adopción por parte de parejas homosexuales con Acuerdo de Unión Civil es compatible con este carácter personal de la paternidad. Pero no forma parte del foco de estas líneas desarrollar este punto.
(3) Fernando Vidal, La revolución del padre. El padre que nace y crece con sus hijos, Mensajero, 2018.
(4) En este sentido, investigaciones norteamericanas han mostrado que, por ejemplo, en el tema de la transmisión de las creencias religiosas de madres y padres a hijos e hijas, el factor clave es la relación (el modo de vinculación), y no la estructura familiar.
(5) Es posible ser buen padre, incluso, con hijos “contra-el-padre”.
(6) Dar más de sí y capacitación son conceptos fundamentales para pensar la historia en la filosofía de Xavier Zubiri. Ya el proceso de evolución natural es un dar de sí para el filósofo, y la capacitación para dar de sí es lo característico de la vinculación intergeneracional humana.
(7) Se desarrolla aquí una visión paternal del mundo. Ella es una legítima y parcial perspectiva sobre lo real. Ella tiene que integrarse con la de otros puntos de vista, también parciales, como el materno, el juvenil, etc. Una sociedad marcada por los ideales de autonomía individual y tensionada por la exigencia de superación del patriarcado, como la nuestra, tiene más dificultades para relevar su aporte. Es como si ser padre estuviera ausente, como si la mirada paternal fuera la de un ojo ciego.
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 697, marzo-abril de 2021.