A veinticinco años de su muerte, recordamos la obra y la relevancia de este poeta clave de la generación del 50.
Este 2021, se cumplen veinticinco años de la partida de Jorge Teillier, quien naciera en Lautaro el 24 de junio de 1935 y falleciera un 22 de abril de 1996 en Viña del mar. Sus restos descansan en La Ligua.
Jorge Teillier llega a la ciudad de Santiago a los 18 años y comienza a publicar en la década del cincuenta, buscando una voz propia y haciendo un prolijo trabajo con la palabra y el lenguaje (1). Además de un poeta muy activo en las publicaciones y revistas de su tiempo, estamos en presencia de un gran lector de la tradición literaria francesa, inglesa, norteamericana y oriental. Encuentra en poetas como Holderlin, Rilke y Tralk una importante inspiración, y entre los chilenos establece una temprana amistad con Enrique Lihn, la cual deviene en una compleja relación por motivos más personales que literarios.
Jorge Teillier pertenece a una generación de poetas que “ya no se sitúan en el centro del universo con el yo desorbitado y romántico al estilo Huidobro (…) Neruda o Pablo de Rokha, sino que son observadores cronistas, transeúntes, simples hermanos de los seres y las cosas” (2). Su temprano traslado por motivos de estudios fue el germen de su distancia hacia el individualismo de la vida moderna. Para él, lo central de la poesía se juega en el estilo de vida. En una de sus conversaciones expresa que “el valor literario da lo mismo. El valor de vivir es lo que importa” (3). Toda su obra está atravesada por “el descentramiento del sujeto (obliterado o marginado), la convicción de lo humano como carencia, la nostalgia por el dominio perdido, la consustancialidad de la muerte y la maravilla, la imaginación de los mitos de la aldea, la paradoja de una realidad que se sueña a sí misma, la amenaza de la temporalidad y el drama de la memoria” (4).
Su temprana conciencia poética lo lleva a definir la poesía desde la nostalgia de lo cotidiano. “La poesía es un respirar en paz/ para que los demás respiren,/ un poema es un pan fresco,/ un cesto de mimbre” (5). Aunque gran parte de su proyecto poético resiste frente a un enemigo común, como es el paso del tiempo, para él “la poesía no cambia el mundo, pero su belleza equilibra la miseria del mundo” (6).
LA GENERACIÓN DEL 50 Y LA POESÍA LÁRICA
El acercamiento a cualquier obra poética debe contemplar su contexto. En los políticos tiempos de los años cincuenta, la poesía chilena es conducida por el movimiento La mandrágora, el cual lleva las riendas de la poesía en el país. A nivel cultural, se vive en 1954 la emergencia de los poemas y antipoemas de Nicanor Parra (7). Son los tiempos de Efraín Barquero, Delia Domínguez, Carlos de Rokha, Jorge Teillier, Armando Uribe y Rolando Cárdenas. Estamos en presencia de una generación y una época muy fructífera.
Justamente en esta generación del 50 podemos reconocer una tensión entre la vanguardia política y la vanguardia estética. Sus principales exponentes no solo buscan describir la realidad, sino también construir un mito mediante la reivindicación de la identidad rural y local. Su lenguaje no llega a las masas, ya que el discurso mítico no encaja dentro del discurso partidista de su tiempo, puesto que su pretensión es ayudarnos a recordar eso que queríamos olvidar. En este sentido, sus voces son poco grandilocuentes y no son funcionales a los relatos políticos de la época.
Los versos de Jorge Teillier, junto a varios de los representantes de la generación del 50, constituyen un canto que cultiva el lamento, la melancolía, la nostalgia por la tierra perdida. En su corpus poético, están unidos el lenguaje y el territorio, en una clave nostálgica. Teniendo presente el principio nerudiano, podemos sostener que la poesía es un “modo de residir en la tierra”. Estamos en presencia de una vanguardia en un nivel estético, en cuanto busca una transformación a nivel del lenguaje que denomina la realidad de otro modo (8).
Jorge Teillier es el poeta lárico por excelencia (poesía del refugio, en el mundo natural o en la aldea). La poesía lárica es una poesía nostálgica, que encuentra su fuente en las deidades protectoras, en contraposición a los penares. Su nostalgia está orientada al futuro, a lo que aún no nos sucede. En la mitología romana, el Lar protege del extraño que invade a la comunidad. En este sentido, la poesía lárica busca proteger a una comunidad de su propia deshumanización.
No siendo el único poeta lárico, será la principal voz de ese sujeto caído y alienado, que nos habla del ocaso de un mundo pueblerino. Su imaginario poético critica el mundo urbano desde una voz alejada de las grandes denuncias. De alguna manera, su obra es una poesía de vuelta a casa, una poesía anti-heroica. El sujeto de esta poesía lárica es un sujeto que está caído, expresión de ese mundo moderno que va en degradación. Por este motivo, esta corriente poética ya no cree en la belleza moderna, sino que explora la posibilidad de una “belleza nueva”.
UN BREVE RECORRIDO POR SUS IMAGINARIOS POÉTICOS
Entrando sigilosamente en algunos de los versos de Jorge Teillier, podemos reconocer que muchos de sus poemas están cargados de memoria, recuerdo y nostalgia. Para configurar esa clave, se utilizan imaginarios poéticos simples y permanentes como el fuego, los rieles, la estación, el vino, el pan, la lluvia, entre otros. En el poema “Sentados frente al fuego”, se percibe una nostalgia intangible y se habla de un mundo que se ha ido perdiendo. La voz del poema es la voz de una comunidad, que conecta con el pasado, con el fin de encontrar sentido al tiempo presente.
Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas (9).
El bellísimo poema “El Aromo” condensa el mundo de la infancia ligando la tierra con el vino, la conversación, el encuentro. Este es el diálogo de la poesía lárica. El primer día de escuela es una experiencia vital, no es solo un recuerdo del pasado, es una memoria viva. Al igual que en la teología cristiana, el acto de la memoria es un acto comunitario. En el poema, es la comunidad la que recuerda su primer día de escuela y el vino es parte esencial de ese recuerdo, de esa nostalgia de lo sencillo, de esa pobreza que mira al futuro con esperanza.
El aromo es el primer día de escuela
es una boca manchada de cerezas
una ola amarilla de donde nace la mañana
un vaso de vino en la mesa de los pobres.
Por su parte, en el poema “Un hombre solo en una casa sola” se puede percibir la soledad y el pesimismo de Teillier. En este poema, la desesperanza de aquel hombre que, ya sin fuerzas, no tiene deseos de encender el fuego y no quiere escuchar la palabra futuro. En estos versos, podemos apreciar el hablante decaído de la poesía lárica sin heroísmos.
No tiene deseos de encender el fuego
Y no quiere oír más la palabra Futuro
El vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
Y a él no le importa estar dormido o despierto (10).
El recuerdo de la infancia y sus amores, simbolizados en la estación, coexisten con un presente más sombrío. El recuerdo de la infancia enamorada contrasta con un presente más solitario.
Sí, esta es la estación que descubrimos juntos.
-Yo llenaba esas manos de cerezas
Esas manos llenaban mi vaso de vino
Ella mira el fuego que envejece (11).
En muchos de sus versos se evoca al paso del tiempo, al recuerdo del pasado lleno de repetición, con sus atardeceres, sus tardes de lluvia, con las historias que se repiten. En el poema “Blue”, se habla de esta cotidianidad que se repite una y otra vez y de un futuro que solo es un espejismo:
Siempre llegaré al mismo puente.
A mirar el mismo río
Iré a ver películas tontas
Abriré los brazos para abrazar el vacío
Tomaré vino si me ofrecen vino
Tomaré agua si me ofrecen agua
Y me engañaré diciendo:
Vendrán nuevos rostros
Vendrán nuevos días.
La nostalgia por la pérdida de la aldea, en contraste con la frialdad de la vida en la ciudad, acompaña gran parte de la poesía de Teillier, quien confiesa que nunca debió haber “dejado atrás el país de techos de zinc y cercos de madera”(12). El vagabundear por las calles del pueblo permite recuperar la música de la infancia perdida. El anhelo del retorno al bar del pueblo, donde están los amigos y los amores de la infancia, hace que la vida se convierta en una permanente batalla contra el paso del tiempo.
Y con el orgullo de siempre
Digo que las amadas pueden ir de mano en mano
Pues siempre fue mío el primer vino que ofrecieron
Y yo gasto mis codos en todos los mesones (13).
En “Un jinete nocturno en el paisaje”, encontramos la imagen del abuelo solo en medio del campo, hablando con los pinos y espantando a los gorriones, hasta que el vino irrumpe para iluminar la noche y acompañar la soledad, mientras el pan es signo de la vida, del día que nace, signo de la resurrección.
El vino es un joven bonachón y alegre
Sucede que quiere iluminar la noche
y baja a las aldeas, envuelto en una manta
La mañana tiene olor a pan amasado.
La ropa recién lavada dice adiós en los patios (14).
En el también hermoso poema “Despedida”, que leyeron en su funeral, el poeta se despide de sus amigos, de sus fracasos, de las muchachas que amó, de la lluvia y la memoria. El texto está en clave de palabra definitiva y final.
Me despido de los amigos silenciosos
a los que solo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino,
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda (15).
Volver a recorrer algunos versos de Jorge Teillier, en estos tiempos sombríos, nos lleva a constatar que estamos en presencia del referente de una generación que, si bien lentamente se va apagando, ha marcado la historia de la poesía chilena. Su relevancia y actualidad no se pueden poner en cuestión.
Otro de sus principales referentes nos dejó solo hace algunos meses. El 29 de junio de 2020, se apagó la vida de Efraín Barquero. Se dijo en ese entonces que había muerto el último poeta de la generación del 50. Aunque esto no es tan preciso, ya que aún viven algunos exponentes, sí podemos sostener que las partidas de Teillier y Barquero producen una pérdida en esa voz poética, cotidiana y nostálgica que representa parte de esta generación.
En su poesía hay una mística del arraigo, una poesía encarnada en medio de la realidad. La defensa de la aldea es, al final de cuentas, la defensa de algo profundamente humano. En este retorno a la aldea, al “dominio perdido”, el poeta trae consigo una responsabilidad ética con la memoria de las cosas. Y volver a la aldea es volver al origen, a lo primogénito, que tiene un valor de trascendencia para la propia vida.
Pues lo que importa no es la luz que encendemos día a día,
sino la que alguna vez apagamos
para guardar la memoria secreta de la luz (15). MSJ
(1) Dentro de sus principales publicaciones, está Para ángeles y gorriones, que contiene poemas de tres etapas diferentes. Los trenes de la noche y otros poemas, en 1964, Poemas secretos en 1965 y Muertes y maravillas en 1971. Las crónicas del forastero son de 1968; Para un pueblo fantasma de 1978 y Hotel Nube de 1996, entre otras muchas importantes obras.
(2) Rioseco, Marcelo, Jorge Teillier o la utopía política de la aldea, University of Oklahoma, 56.
(3) Cf. http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/colecciones/BND/00/RC/RC0000824.pdf
(4) Rioseco, Marcelo, Jorge Teillier o la utopía política de la aldea, University of Oklahoma, 56.
(5) Teillier, Jorge. El poeta de este mundo. Cf. https://www.sech.cl/el-poeta-de-este-mundo-jorge-teillier/
(6) Teillier, Jorge. Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética, Cf. https://www.uchile.cl/cultura/teillier/poeticas/1.html
(7) Hay que precisar que Nicanor Parra comenzó a publicar en los años treinta. Su primera obra fue Cancionero sin nombre en 1937. No obstante, serán los Poemas y antipoemas los que ejercerían una gran influencia en la generación de los años cincuenta.
(8) Si la vanguardia juega con el tiempo futuro, teniendo una fuerte carga utópica, queriendo traer el futuro al presente, la obra de Teillier quiere traer el pasado al presente. Sus versos son un ejercicio de memoria cotidiana, que busca e intenta traer el mito perdido de la infancia al mundo presente.
(9) Teillier, Jorge. Para ángeles y gorriones, “Sentado frente al fuego”, 1956. Cf. https://www.uchile.cl/cultura/teillier/antologia/angelesygorriones/6.html
(10) Cf. Teillier, Jorge, Los dominios perdidos, 1992.
(11) Ibid.
(12) Teillier, Jorge. Para un pueblo fantasma, “Pequeña confesión”, 1978. Cf. https://www.uchile.cl/cultura/teillier/antologia/pueblofantasma/8.html
(13) Teillier, Jorge. Para un pueblo fantasma, 1978. Cf. www.uchile.cl/cultura/teillier/antologia/pueblofantasma
(14) Teillier, Jorge, Para ángeles y gorriones, 1956.
(15) Teillier, Jorge, El árbol de la memoria, 1961.
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 699, junio de 2021.