Existen buenas razones para considerar que los constituyentes independientes electos más cercanos al estallido social corresponden a actores con capacidad de despliegue político y que cuentan con trayectoria y experiencia organizativa, además de sintonía ideológica.
La visión generalizada sobre el “estallido social” lo describe como una movilización sin liderazgos, sin estructura organizativa ni articulación ideológica. En efecto, tanto la idea de “estallido” o “revuelta” alude más a un alboroto o convulsión que a un sujeto colectivo desplegado política y estratégicamente: es decir, se descartó así su condición moderna y transformadora de “movimiento”.
Paradojalmente, hoy se sostiene que el reciente batatazo de los independientes en la elección de constituyentes es la expresión institucional electoral del “estallido social”. Incluso algunos le llaman “estallido electoral”. Si esta secuencia causal fuese cierta, ¿cómo es posible que un “espasmo”, “una pataleta” descabezada, de una “turba”, de “hordas”, se constituya en una real opción electoral y que además se imponga exitosamente?
Diversas “revueltas” en la historia han sido a la postre transformadoras e incluso revolucionarias. No obstante, la particularidad de este caso se expresa en que, un año y medio después, ni los actores ni los discursos de “la calle” han sido trastocados ni impostados; por el contrario, se han afianzado e incluso han permeado la política partidaria y a las élites.
Sin duda, es difícil hoy dimensionar las implicancias sociohistóricas del “estallido electoral”. Con todo, en este artículo serán abordadas críticamente dos ideas conservadoras arraigadas en el sentido común, en la élite y en la propia sociología política: primero, la supuesta incapacidad de “las masas” para darle sostenibilidad organizativa e ideológica a un movimiento de escala nacional y, luego, su aparente imposibilidad de desplegar un proyecto político propio con éxito en la arena electoral (1). No buscaré pronosticar cómo será la performance de los representantes de “la calle” en la Convención Constitucional. No obstante, cuestionar las caricaturas que abundan sobre ellos puede atenuar ciertas preconcepciones y desconfianzas ante estos nuevos actores(2).
El análisis más precipitado y prejuicioso del éxito de los independientes, y en particular de la Lista del Pueblo, atribuye a estos la misma desarticulación e inconsistencia política que se le imputó al movimiento de “el estallido”. Desde esta perspectiva tradicional, acostumbrada a la inercia partidaria, se levantan alertas y desconfianzas sobre un incierto cometido de los independientes en la Convención Constitucional, sobre una “amenaza populista”, sobre “el riesgo de confrontación” y una supuesta incapacidad política estratégica para la “construcción de alianzas”.
POSICIONES POLÍTICAS DE LOS CONSTITUYENTES
Mediante la revisión de los programas, posiciones y perfiles de los independientes se puede observar que no resaltan grandes excentricidades o posiciones ajenas tan distintas a las ya presentes en coaliciones o listas como Apruebo Dignidad (PC-FA) o la Lista del Apruebo (Ex Concertación). Así también, mediante un análisis estadístico desarrollado en base a las posiciones políticas de los constituyentes electos manifestadas en el ejercicio de Tu Match Constituyente del diario La Tercera (3), es posible identificar posiciones (los valores que se señalan en cada caso corresponden a una variación en la que los puntajes mayores se asocian a actores abiertamente de derecha y los menores, a actores de izquierda). Se identifica que, en promedio, la lista de Apruebo Dignidad es más distante ideológicamente de Vamos por Chile que los independientes (3). Concretamente, Apruebo Dignidad está, en promedio (-0,78 puntos en su posicionamiento ideológico), muchísimo más alejada de las posiciones de Vamos por Chile (1,62) que Independientes No Neutrales (0,19), e incluso más a la izquierda que la Lista del Pueblo (-0,60) y de los “Otros Independientes” (-0,33), aquellos externos a las dos listas independientes principales (INN y LDP). Si bien la mayor dispersión ideológica la manifiestan los “Otros Independientes” (desviación estándar de 0,77), es la Lista del Pueblo la que destaca por su homogeneidad ideológica, solo superada sutilmente por Vamos por Chile. La Lista del Pueblo –precisamente, aquella que se asocia a los discursos y actores del “estallido social”– es menos heterogénea ideológicamente que la lista del Frente Amplio junto al Partido Comunista (AD) y que la de la Ex Concertación (LA). En resumen, los independientes, y en particular la Lista del Pueblo, no son ni los más a la izquierda y ni los más dispersos en sus posiciones. Evidencia como esta no garantiza que los constituyentes tendrán exactamente estas posiciones en la Convención, pero, por cierto, cuestiona las caricaturas construidas en torno a ellos. Si fueran una “masa”, una “chusma inconsciente”, difícilmente tendrían estos índices de sintonía o articulación ideológica (4).
TRANSFORMACIÓN DE LOS PATRONES CLÁSICOS
La segunda ilusión explicativa sobre la irrupción de estos nuevos actores, asociada a la anterior, pero menos explícita, descansa en la idea de que la alta convocatoria de los estallidos “social” y “electoral” responde a una sintonía mecánica, espontánea y populista/demagógica con las “audiencias”. Sin embargo, lo observado en la última elección de constituyentes muestra cierta transformación de los patrones clásicos de adhesión electoral. Por un lado, la ciudadanía y los nuevos electorados parecen cada vez menos sensibles al tradicional y costoso marketing político (virtual o de las palomas photoshopeadas, e impersonales del “vota por mí y mis promesas”), mientras premian y legitiman propuestas cargadas de credibilidad y experiencia comunitaria. Por ejemplo, la exitosa Lista del Apruebo gastó en marketing digital de Facebook 23 veces menos que Vamos por Chile ($15 millones y $352 millones, respectivamente), diez veces menos que la Lista del Apruebo ($156 millones) y cuatro veces menos que Apruebo Dignidad ($35 millones) (5). Emergen formas más críticas en los electorados, que ya no se limitan al rol de consumidor de una política vertical. La nueva cultura política antielitista parece hoy valorar cada vez más las trayectorias de trabajo comunitario, las biografías de compromiso social y político. Aquellos austeros constituyentes independientes que derrotaron a las campañas millonarias de los partidos tradicionales llevaban aquí ventaja, por decirlo así, en el branding político. Y por otro, reemplazaron la clásica construcción de redes clientelares “verticales” y ad-hoc, por vínculos “horizontales” más interactivos y permanentes con los territorios y las comunidades. Tal es el caso de los numerosos constituyentes independientes electos que contaban con trayectorias de activismo en sus territorios. El 47% de los constituyentes independientes explicitan en sus perfiles públicos trayectorias de activismo social, por ejemplo, ecologista, feminista, estudiantil o comunitario.
Al respecto, destaca en la Lista del Pueblo una cargada tendencia al activismo medioambiental, con 83% de sus constituyentes activistas con vinculación a organizaciones abiertamente ecologistas. Este tipo de militancia podría representar una conexión permanente con los territorios y comunidades que difícilmente hoy podría ser superada por un esporádico puerta a puerta o un jingle radial.
El éxito electoral de los constituyentes independientes respondería más a trabajo asentado, a redes preestablecidas, a extensas trayectorias y fuerza política acumulada, que a un golpe de suerte. Incluso parece responder más la legitimidad que le otorgan sus trayectorias de trabajo político y comunitario que a lo novedosas o subversivas de sus ideas, que no son necesariamente más audaces que las del bloque Frente Amplio-Partido Comunista; e incluso, en el caso de la de Independientes No Neutrales, están a veces más a la derecha que la ex Concertación.
UNA RUPTURA SOCIOLÓGICA
Ciertamente, estamos frente a un cambio telúrico de nuestra cultura política y, desde el “estallido social”, ante una ruptura consumada entre los partidos y la sociedad civil movilizada (descrita históricamente por Salazar (6), y desde el 2011-2012 por Garretón(7)). La burocratización y elitización de los partidos en las últimas tres décadas genera hoy una ruptura más sociológica que ideológica con los partidos. Si bien la política hoy parece más abierta a discursos antineoliberales-posmaterialistas y se discuten derechos de tercera y cuarta generación, lo que parece subvertirse con esta elección de constituyentes es la homogeneidad socioeconómica de nuestros representantes. Así, por ejemplo, menos de un tercio de los constituyentes fueron formados en colegios particulares y muy pocos provienen de los tradicionales colegios de la élite (8). En definitiva, el actual proceso constituyente estaría compensando la escasa legitimidad social de su origen (“Acuerdo por la Paz y La Nueva Constitución”) con una inédita presencia de actores históricamente subrepresentados en nuestra política patriarcal, colonial y elitista. Es que el electorado no solo premió esta vez las trayectorias de compromiso social, sino que también dejó de inclinarse por representantes de la élite, priorizando el voto por “vecinos” y actores realmente presentes en la vida local.
OPORTUNIDADES DE RECONSTRUCCIÓN
Se abren, sin duda, oportunidades para realineamientos, pero también reales posibilidades de reconstruir la comunidad política y una nueva manera de organizarnos y definirnos como sociedad. El éxito de este proceso constituyente depende hoy tanto del cómo como del (por) qué; depende tanto de los modos como de los contenidos. Una nueva politicidad, fraguada desde las asambleas estudiantiles y territoriales, desde las organizaciones barriales y comunitarias, desde la redefinición de las identidades y las familias, desde las economías alternativas, y de una creciente deliberación democrática, enriquece nuestra política, pero descoloca y se interpreta como una amenaza, sobre todo cuando los medios, la élite y los analistas sociales no conocemos de cerca y en detalle quiénes son los portadores de esas nuevas banderas.
Asimismo, los constituyentes de partidos de izquierda y de centro izquierda deberán superar los posibles resquemores de colaborar ahora con colegas desconocidos que no estudiaron en sus mismos colegios o universidades, y que tampoco comparten círculos de privilegios, y tendrán que reconocer en ellos potenciales aliados con quienes sí tienen mucho en común a nivel ideológico-político.
Este reto también se aplicará a la inversa para los independientes (incluyendo tal vez a los constituyentes de los pueblos originarios), que tendrán que colaborar con actores con ideas comunes, pero desconocidos, a quienes quizás nunca han visto en el fragor de la lucha social (sin calle). La construcción de confianzas y la validación mutua entre actores independientes y partidarios se asoma, por cierto, como un desafío significativo, pero abordable dada la sintonía ideológica descrita.
Quizás no representan estos nuevos actores independientes una real amenaza para el ordenamiento institucional, pues podrían votar por una administración política similar (más o menos presidencialismo, por ejemplo(9)), pero lo que sí es claro es que podrían instalar nuevas pautas sobre cómo hacer política, revirtiendo asimetrías en la manera de ejercer el poder, de canalizar el conflicto social y la convivencia en el país.
Por cierto, se trata de representantes y no de autoridades, pero incidirán inevitablemente en nuestra política más allá de la redacción de la Carta Magna (y ya lo están haciendo con acciones articuladas y declaraciones públicas). Habrá que ver cómo mantienen su articulación e interlocución con la ciudadanía durante su participación en la Convención y, por sobre todo, cómo logran capitalizar la adhesión conquistada de cara a las próximas elecciones parlamentarias y presidenciales, trastocando a fondo a los partidos vigentes, que en las últimas elecciones de gobernadores mostraron aún cierta vigencia y reservas de oxígeno.
Respecto a la proyección en la política institucional, por un lado, los constituyentes independientes tienen el desafío de dar sostenibilidad tanto a sus plataformas y estructuras de movilización como a sus experiencias comunitarias, poniéndolas al servicio de proyectos colectivos; y por otro, enfrentan el reto de propiciar constitucionalmente espacios para la inclusión, la diversidad y la independencia en la vida electoral próxima del país. El riesgo de burocratización y cierre del sistema político no puede desestimarse a mediano plazo, por mucho que la política en la calle y los territorios continúe enriqueciéndose y abriéndose a nuevas expresiones. El reciente triunfo de los independientes y del activismo social en la arena electoral no debe transformarse en una excepción histórica, sino en un catalizador de una apertura sin regresiones para los movimientos y los nuevos liderazgos locales. Afortunadamente, como describí anteriormente, se trata de actores políticos con trayectorias, experiencia organizativa y, por sobre todo, con sintonía ideológica entre sí y con una ciudadanía que hoy parece premiar la credibilidad y condenar la burocratización y la elitización en el oficio de la política. MSJ
(1) Una profunda crítica al pensamiento conservador y antipopular de la sociología y la filosofía política puede encontrarse en el ya clásico libro Giner, S. (1976). Mass society. New York: Academic Press.
(2) Este artículo no abordará el tema de los constituyentes indígenas, pues el mecanismo de escaños reservados configura un fenómeno con otros alcances y aristas. El autor preparará un próximo análisis al respecto.
(3) Se alude al cálculo desarrollado por Jorge Fábregas sobre posiciones ideológicas de los constituyentes en base a datos de La Tercera, y se ajusta con información actualizada en diversos portales. El puntaje calculado corresponde a posiciones relativas, en función de la cercanía o distancia en la manera en que los constituyentes respondieron en Tu Match Constituyente de La Tercera. Si bien el puntaje, en estricto sentido, corresponde básicamente a distancias ideológicas, coincidentemente, los puntajes mayores se asocian actores abiertamente de derecha y los menores, a actores de izquierda. Para mayores detalles de la metodología, se puede revisar Fábregas, Jorge: “Y cambió también lo profundo”. Ciper Académico. 18 de mayo de 2021. Recuperado en https://www.ciperchile.cl/2021/05/18/y-cambio-tambien-lo-profundo/
(4) En esta misma línea, pero sin la reciente evidencia electoral y estadística arriba descrita, en mi artículo “Actores y proceso político en la Primavera chilena” (Revista Mensaje, diciembre de 2019) ya esbocé críticas a las interpretaciones “líquidas” y psicologicistas del “estallido social”. Recuperado en https://www.mensaje.cl/edicion-impresa/mensaje-685/actores-y-proceso-politico-en-la-primavera-chilena/
(5) Chile Decide. “¿Rindió el dinero gastado en las campañas? Las nuevas claves tras la megaelección”. 18 de mayo de 2021. Recuperado de https://www.decidechile.cl/prensa-1/rindi-el-dinero-gastado-en-las-campaas-las-nuevas-claves-tras-la-megaeleccion
(6) Salazar, G. (2012). Los movimientos sociales en Chile. Trayectoria histórica y proyección política. Santiago de Chile: Uqbar Editores.
(7) Garretón, M. A. (2016). “La ruptura entre política y sociedad. Una introducción”. En Garretón, M.A. La gran ruptura. Institucionalización política y actores sociales en el Chile del siglo XXI. Santiago de Chile: LOM.
(8) La Tercera. “Así piensa la nueva Convención: 10 claves sobre las posturas de los elegidos para escribir la Constitución”. 18 de mayo de 2021. Recuperado en https://www.latercera.com/investigacion-y-datos/asi-piensa-la-nueva-convencion/
(9) cit.
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Comentario Nacional publicado en Revista Mensaje N° 700, julio 2021.