El respeto por la vida humana constituye una condición mínima y esencial para elaborar una escala de valores que respete la dignidad de las personas humanas: el rechazo ético a la eutanasia y al suicidio asistido subraya la necesidad de sostener que la vida humana es un valor en sí.
Desde mayo se encuentra en estudio en la Comisión de Salud del Senado el proyecto de ley que modifica la Ley N° 20.584, que “regula los derechos y deberes que tienen las personas en relación con acciones vinculadas a su atención en salud, con el objeto de permitir la muerte digna o eutanasia”. En concreto, la iniciativa legal se refiere a lo que comúnmente llamamos eutanasia, al aludir al “derecho a no padecer dolores o sufrimientos intolerables, a evitar la prolongación artificial de la vida y a solicitar la asistencia médica para morir”. Respecto de esta, en este artículo recordamos la postura oficial de la Iglesia católica y ofrecemos una reflexión ética sobre lo propuesto.
UNA LEY EN ESTUDIO
El proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados en abril pasado (1) establece que únicamente puede solicitar asistencia médica para morir quien haya sido diagnosticado de un problema de salud grave e irremediable. El texto precisa que debe tratarse de una enfermedad terminal, es decir, sin posibilidades de respuesta a tratamientos curativos, que le ocasiona sufrimientos físicos “persistentes e intolerables”, y que estos no pueden ser aliviados en condiciones que él considere aceptables.
Especifica en qué puede consistir y cómo debe concretarse la asistencia médica para morir, los requisitos para solicitarla —por ejemplo, ser mayor de 18 años y estar muy consciente en el momento de pedirla— y el modo en que debe hacerse —constancia por escrito y testigos—, así como se indican exigencias para actuar conforme a la ley.
Este proyecto de ley sobre muerte digna y cuidados paliativos introduce tres novedades: (a) la legalización de la eutanasia; (b) incluye en el concepto de eutanasia la enfermedad irreversible, que no necesariamente resulta ser terminal; y (c) la aceptación del suicidio asistido.
LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA CATÓLICA
La Congregación para la Doctrina de la Fe, en una carta publicada el 25 de junio de 2020 (Samaritanus bonus), sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida, resume y actualiza la postura oficial de la Iglesia católica con respecto al tema de la eutanasia.
La comprensión antropológica cristiana considera el ser humano creado a imagen y semejanza divina y que la vida es un don. La vulnerabilidad humana fundamenta la ética del cuidado, entendida como solicitud, premura, coparticipación y responsabilidad hacia las mujeres y hombres que están necesitados de atención física y espiritual. Frente a lo inevitable de la enfermedad, sobre todo si es crónica y degenerativa, si falta la fe, el miedo puede llevar a la petición de la eutanasia o del suicidio asistido.
“En la fe cristiana, el acontecimiento de la Resurrección no solo revela la vida eterna, sino que pone de manifiesto que en la historia la última palabra no es jamás la muerte, el dolor, la traición, el mal. Cristo resurge en la historia y en el misterio de la Resurrección existe la confirmación del amor del Padre que no abandona nunca” (cap. II). Después de todo, la respuesta cristiana al misterio del sufrimiento y de la muerte no es una explicación, sino una Presencia que se hace cargo del dolor, lo acompaña y lo abre a una esperanza confiada.
La Iglesia, al afirmar el sentido positivo de la vida humana como un valor ya perceptible por la recta razón, no recurre a un criterio subjetivo o arbitrario; se trata de un criterio fundado en la inviolable dignidad natural, ya que la vida es el primer bien porque es condición de posibilidad de todos los demás bienes. Es decir, “el valor inviolable de la vida es una verdad básica de la ley moral natural y un fundamento esencial del ordenamiento jurídico” (cap. III).
En la cultura actual, existen elementos que oscurecen una recta comprensión de la vida humana: (a) confundir el concepto de “muerte digna” con el de “calidad de vida”, de tal manera que la vida viene considerada digna solo si tiene un nivel aceptable de calidad y no se reconoce que la vida humana tiene un valor por sí misma; (b) tener una errónea comprensión de la “compasión”, llegando a la conclusión de que para no sufrir es mejor morir, cuando, en realidad, la compasión humana no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo en medio de las dificultades, en ofrecerle afecto, atención y medios para aliviar el sufrimiento; (c) la presencia de un individualismo creciente al considerarse radicalmente autónomo y sin reconocer que depende, en lo más profundo de su ser, de Dios y de los demás.
La postura de la Iglesia católica sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida es clara. Un principio básico es que la medicina debe aceptar el límite de la muerte como parte de la condición humana. Reconocer la imposibilidad de curar ante la cercana eventualidad de la muerte, no significa el final del obrar médico y de enfermería. Ejercitar la responsabilidad hacia la persona enferma significa asegurarle el cuidado hasta el final: curar si es posible, cuidar siempre.
El cuidado de la vida es la primera responsabilidad que el médico experimenta en el encuentro con el enfermo. Esta no se reduce a la capacidad de curar al enfermo; también cuando la curación es imposible o improbable, el acompañamiento médico, psicológico y espiritual, es un deber ineludible.
La eutanasia, sentencia la Iglesia, es “un crimen contra la vida humana” (cap. V), porque, con tal acto, el ser humano elige causar directamente la muerte de un ser humano inocente, al implicar una acción o una omisión que, por su naturaleza, o en la intención, causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. El valor de la vida, la autonomía, la capacidad de decisión y la calidad de vida no están en el mismo plano. Por tanto, “toda cooperación formal o material inmediata a tal acto es un pecado grave contra la vida humana” (cap. V).
El suicidio asistido aumenta la gravedad, porque hace partícipe a otro de la propia desesperación. Ayudar al suicida es una colaboración indebida a un acto ilícito. Sin embargo, no hay que confundir el rechazo ético a la eutanasia con la obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico. Tutelar la dignidad del morir significa tanto excluir la anticipación de la muerte como el retrasarla con el llamado “ensañamiento terapéutico”. Ante la inminencia de una muerte inevitable, por lo tanto, es lícito en ciencia y en conciencia tomar la decisión de renunciar a los tratamientos que procurarían solamente una prolongación precaria y penosa de la vida, sin interrumpir todavía los cuidados normales debidos al enfermo en casos similares.
Los cuidados paliativos son la expresión más auténtica de la acción humana y cristiana del cuidado, el símbolo tangible del compasivo “estar” junto al que sufre. La experiencia enseña que la aplicación de los cuidados paliativos disminuye drásticamente el número de personas que piden la eutanasia.
Para disminuir los dolores del enfermo, la Iglesia afirma la licitud de la sedación como parte de los cuidados que se ofrecen al paciente, de tal manera que el final de la vida acontezca con la máxima paz posible y en las mejores condiciones interiores. Sin embargo, la sedación debe excluir la intención de matar, incluso si con ella es posible un condicionamiento a la muerte en todo caso inevitable.
Por consiguiente, la Iglesia sostiene que “no existe el derecho al suicidio ni a la eutanasia: el derecho existe para tutelar la vida y la coexistencia entre los hombres, no para causar la muerte. Por tanto, nunca le es lícito a nadie colaborar con semejantes acciones inmorales o dar a entender que se pueda ser cómplice con palabras, obras u omisiones. El único verdadero derecho es aquel del enfermo a ser acompañado y cuidado con humanidad. Solo así se custodia su dignidad hasta la llegada de la muerte natural” (cap. V).
A la vez, en la práctica pastoral con estos enfermos, no es admisible ningún gesto exterior que pueda ser interpretado como una aprobación de la acción eutanásica, como, por ejemplo, el estar presentes en el instante de su realización, porque esta presencia solo puede interpretarse como complicidad.
El día 23 de diciembre de 2020, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile rechazó el Proyecto de Ley sobre eutanasia, señalando que atenta contra la dignidad esencial de la persona y que su aprobación “es un paso de máxima gravedad política y moral, porque implica una concepción —a nuestro entender— errada de la persona humana, de su dignidad y de sus derechos esenciales”. Expresa que “es muy importante distinguir la eutanasia de la renuncia a medios desproporcionados de tratamiento, acto por el cual se interrumpe el uso de vías que prolongan artificialmente la vida e incluso en ocasiones impiden dar un cuidado adecuado al enfermo” (2).
La Iglesia sostiene que la vida es un don y la eutanasia “es un acto intrínsecamente malo, en toda ocasión y circunstancia” (3). Por tanto, “no hay razón alguna que legitime moralmente un hecho tan grave como quitar voluntariamente la vida humana a ninguna persona ni bajo ninguna circunstancia, incluso en el caso de que ella misma haya dado su consentimiento”.
La práctica de la eutanasia atenta siempre contra los derechos inherentes y connaturales a todo ser humano. Es una forma moderna de violación de los derechos fundamentales. Con la eutanasia se oscurece el significado profundo de la dignidad humana, haciéndola aparecer como si condujese al bienestar subjetivo. De esa forma, la dignidad humana es reducida a un simple bien disponible como otros.
“La Iglesia ha estado y seguirá estando, Dios mediante, siempre cerca espiritualmente del sufrimiento que viven, tanto la persona que padece una enfermedad incurable como sus familiares, acompañándole en este doloroso proceso. Es necesario promover todas las instancias posibles de alivio, especialmente los cuidados paliativos, y trabajar para que estos servicios lleguen a la mayor cantidad de personas posibles, especialmente los más pobres” (No 6).
UN MARCO AXIOLÓGICO
El rechazo ético a la eutanasia y al suicidio asistido subraya la necesidad de sostener que la vida humana es un valor en sí, es decir, no sólo es fundamental para que posibilite la realización de otros valores, sino es también fundante de ellos. El respeto por la vida humana constituye una condición mínima y esencial para elaborar una escala de valores que respete la dignidad de las personas humanas.
Es importante distinguir entre una acción eutanásica, que busca directamente matar a otra persona (adelantar su muerte), y una acción u omisión que no impide el desenlace del proceso natural de la muerte (no retrasar la muerte). En el segundo caso, se está frente a la condición humana.
Obviamente, los cuidados paliativos, dentro del horizonte de una ética del cuidado, constituyen una herramienta poderosa para aliviar el dolor y acompañar a la persona enferma. En el fondo, responden mejor a la finalidad de “cuidar”, sin limitarse al “sanar”. Por consiguiente, es esencial mejorar su acceso universal en la salud pública y privada.
El tema de la eutanasia y del suicidio asistido implica necesariamente una comprensión determinada del ser humano, porque, en el fondo, la pregunta básica es: ¿tiene uno derecho absoluto sobre la propia vida? ¿es uno dueño de su vida? Al afirmar que la vida es un don, se está diciendo que uno no es dueño sino administrador de algo que se le ha dado. La creatura acepta su condición de tal frente al Creador, quien le llama a la existencia acorde a un plan divino.
La experiencia muestra que no hay nada más propio ni nada más ajeno que la propia vida. Sólo uno puede vivir su vida (nadie puede vivirla por uno), pero, a la vez, constituye una vivencia muy frágil (la pandemia ha dejado en claro esa fragilidad de la condición humana).
Esta experiencia, a nivel cristiano, abre al horizonte de lo trascendente donde uno se descubre criatura. Así, la vida se convierte en don y vivir se traduce en una experiencia de administración: gestionar un don recibido al servicio de los demás. Uno se descubre como administrador de la propia vida, pero no dueño, y la autorrealización más profunda se realiza en la fidelidad al Creador.
Pero, entonces, ¿qué pasa con la libertad individual? En primer lugar, es preciso deshacer el mito de la autonomía, de la plena libertad del individuo. El ser humano es un ser social y el relato de su vida se teje en interacción con otros, dentro de un contexto cambiante. De nuevo, la pandemia ha mostrado cuánto dependemos los unos de los otros. Cuidarse es cuidar al otro y cuidar al otro es cuidarse.
Por consiguiente, salvo en una comprensión neoliberal (la propia libertad comienza donde termina la del otro), la libertad individual está condicionada por varios factores. El derecho a matar, o a matarse, contradice la ética porque no asume la auténtica antropología de un ser relacional y supone la soberbia de la presunción de la autosuficiencia.
LA ALTERNATIVA CRISTIANA
La Iglesia no pretende imponer su visión sobre la sociedad, como tampoco decirle al Estado lo que tiene que legislar. En una sociedad pluralista, donde existen distintos pensamientos y varios agentes de producción de significado, la Iglesia ofrece a la sociedad su ideal ético de manera razonable y fundamentada.
En este sentido, el pluralismo es una riqueza, con tal que se dialogue con un profundo respeto por la libertad responsable de cada pensamiento. Sin descalificaciones ni juicios superficiales, el diálogo ayuda a buscar la verdad entre todos sin caer en una uniformidad, sino en posturas pensadas, discernidas y fundamentadas.
Sin renunciar a sus ideales éticos, la Iglesia no pretende juzgar ni condenar las situaciones concretas: “Se recuerda que la necesidad de posponer la absolución no implica un juicio sobre la imputabilidad de la culpa, porque la responsabilidad personal podría estar disminuida o incluso no existir” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Samaritanus bonus, cap. V).
La Iglesia tampoco renunciará a su pastoral de acompañamiento de manera respetuosa y acogedora (cf. Francisco, Amoris laetitia, 19 marzo 2016, Nos 234, 300), fiel a una ética del cuidado que forma parte importante de los cuidados paliativos. MSJ
(1) El texto en trámite legislativo está en la página web de la Cámara de Diputados: https://www.camara.cl/legislacion/ProyectosDeLey/tramitacion.aspx?prmID=12093&prmBL=11577-11
(2) La declaración se puede leer en la página web del episcopado chileno: http://www.iglesia.cl/41718-proyecto-de-eutanasia-atenta-contra-la-dignidad-esencial-de-la-persona.html
(3) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, El buen samaritano, capítulo V (14 de julio, 2020).
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 700, julio de 2021.