Al estudiar la evolución y el origen del hombre se adelantó a su tiempo. Amplió los horizontes de la evolución para aplicarlos a toda la creación, formulando cuatro ideas principales que intentan explicar lo que es propio de lo humano, y que cambian la historia evolutiva del planeta.
Hace más de cincuenta años, siendo estudiante de medicina, leí El fenómeno humano de Pierre Teilhard de Chardin. Acababa de terminar el curso de Biología del primer año, que nos enseñó, entre otras materias, el fundamento de la evolución, para intentar explicar el posible origen del ser humano. Confieso que esta lectura me cautivó porque, si bien larga y expositiva, Teilhard instruía un hilo conductor audaz y profundo que calzaba perfectamente con lo que aproveché de ese curso. Además, Teilhard presenta un escenario de la aparición del Homo sapiens de manera irradiada, como nunca lo imaginé y que recuerdo vívidamente. Recientemente, releí El fenómeno humano y de nuevo me fasciné con su talante y autoridad de científico-paleontólogo, y por esto me he decidido a compartir aspectos de mi fascinación y a reconocer, abiertamente, su muy particular fusión de ciencia con teología y mística.
Soy neurocientífico y católico. Las ideas de evolución que profeso, y enseño, en nada empañan ni se riñen con mi fe. Al contrario, en El fenómeno humano encontraron un vigor vivencial que me permite comprender que la creación y el universo viven en un continuo proceso evolutivo, como lo escribe Teilhard. Todo evoluciona, pareciera que no hay nada en el planeta ni en el Universo profundo que escape a esta fuerza vital. El Fenómeno humano, al igual que otros de sus libros, se basa en sus investigaciones en terreno y en años de profundas reflexiones. Es justamente en reconocimiento a su pensamiento original y a sus ideas de vanguardia en temas de la evolución de la materia y el Universo, que la Academia de Ciencias Francesa lo incorpora como uno de sus insignes miembros, a pesar de que no fue un académico universitario. Esta es una pública admisión de un científico excepcional, maestro en el pensamiento lógico deductivo.
DE SACERDOTE A CIENTÍFICO
Cuarto de once hermanos, sus padres sembraron lo que serían sus profundas pasiones, que lo animaron siempre. Entró a la Compañía de Jesús en 1899 y, durante sus años de formación como seminarista jesuita, su curiosidad por la naturaleza lo acompañó siempre. Durante sus estudios teológicos cursados en Inglaterra se vinculó con el Dr. C. Dawson, quien despertó su interés por la paleontología y geología. Se ordenó sacerdote en 1911 y manifestó a sus superiores ansias por cultivar las Ciencias Naturales. La Compañía gestionó su admisión al Museo de Historia Nacional de Francia, en París (1912), donde conoció al Dr. M. Boule, famoso por la exhumación del primer esqueleto completo de un Homo neanderthalis. Trabajó con él un par de años, consolidando su pasión por la paleontología. A partir de 1914, consciente de servir a la patria, interrumpe estas investigaciones para participar en la Gran Guerra como cabo-camillero. Por su valentía y audacia, es condecorado con la Medalla al Mérito Militar y Legión de Honor.
Terminado el conflicto bélico, y con la convicción de dedicarse a la investigación, ingresó a La Sorbona y se graduó en tres licenciaturas: Botánica, Zoología y Geología. Además, en 1922 defendió su tesis doctoral “Mamíferos del Eoceno inferior francés” con lo que completó su formación científica. Durante sus años universitarios realizó docencia, pero no en forma continuada. En 1923 realizó su primer viaje a China, donde participó en excavaciones y se incorporó al equipo de investigaciones del profesor H. Breuil, también sacerdote, con quien estudió los restos del Homo erectus pekinensis, pariente cercano del Pithecantropus, en línea evolutiva directa del Homo sapiens. Sus descubrimientos lo llevan a concluir que este homínido ya usaba herramientas de piedra y conocía del fuego. Realizó numerosos viajes a China hasta 1946, dedicado a la investigación, la reflexión, al desarrollo de sus ideas y a la escritura de sus libros. El fenómeno humano fue escrito entre 1936-1938, con posibles revisiones posteriores, y es considerado el corazón de su obra científica. Por sus contribuciones, ingresó a la Academia de Ciencias de Francia en 1951, lo que selló su reconocimiento como científico. Falleció en Nueva York en 1955 a días de cumplir los 74 años. Obediente y fiel a la Iglesia, Teilhard decidió publicar de manera póstuma sus escritos. Nombró albacea a Jeanne Mortier, secretaria personal, para que, a su muerte, hace 66 años, publicara sus escritos. Esto ocurrió en los años inmediatamente posteriores a su defunción.
UN CIENTÍFICO MADURO
Con su “experiencia de campo” y sólida formación científica, Teilhard estaba preparado para la reflexión y confrontación de ideas. Atento a los desarrollos de sus contemporáneos en física y sicología, pendiente de los descubrimientos paleontológicos, genera una serie de ideas y reflexiones que plasma en El fenómeno humano. Teilhard describe cuatro ideas principales que intentan explicar lo que es propio de lo humano, y que cambian la historia evolutiva del planeta.
1. Evolución de la materia y de la vida, un afán continuo. El concepto de evolución (del latín, evolutio) fue usado para distinguir los procesos biológicos que dan cuenta de cómo una especie se transforma en otra. Para Charles Darwin, este concepto se aplica a temas biológicos más que a actividades humanas. En cambio, para Teilhard, la evolución va más allá de la vida y abarca otros aspectos, como la materia y el propio Universo.
Se basó en ideas de la naciente astrofísica y de su contemporáneo Georges Lemaitre, sacerdote belga, quien propuso que el universo está en expansión. Lemaitre fue quien primero postuló el “súper átomo”, concepto que dio origen, años más tarde, a la expresión “Big Bang” para ilustrar la génesis del Universo. Esta visión, no completamente aceptada en la década de los años treinta, indujo a Teilhard a pensar que el Universo y su inmensa masa de galaxias está en constante evolución y se abre a las profundidades siderales de lo infinito. Esta idea lo llevó a sugerir que la materia misma, las partículas y subpartículas atómicas “evolucionaron” a través de miles de años hasta conformar los átomos como los conocemos hoy. Teilhard expande el concepto de Darwin e infiere que este es un proceso que no se detiene y que continuará evolucionando, incluso luego de la aparición del Homo sapiens. Estos postulados lo llevan a proponer que tanto la materia como el Universo y los seres vivos evolucionan, idea que abarca al Universo entero. Propone que la evolución es inherente a la materia, abarca todas las esferas de la creación, es parte inseparable de la dinámica de la materia y la vida. Al respecto, escribió “creo en el Universo que es una evolución”: aún más, “creo que la evolución va hacia el Espíritu”, demostrando una fusión de ciencia, mística y teología. Estas ideas fueron conceptualmente muy audaces para su época.
2. Ley cósmica de la complejidad-consciencia. Si el Universo se expande, y en sus inicios fue infinitamente pequeño, es plausible plantear que, así como el Universo sufre una expansión universal, de la misma forma con la materia ocurre algo similar. Desde un punto de la fisicoquímica, la materia tiende a un ordenamiento molecular, celular, desde lo más simple a lo complejo. La evolución de la vida ocurre desde individuos unicelulares a pluricelulares, sedimentando el concepto de la complejidad que implica un grado creciente de ordenación de moléculas y trillones de células en la especie humana. Unido a esto, Teilhard liga el concepto de la complejidad de la materia con el concepto que esta asume consciencia de su devenir. La organización hacia lo complejo por medio de un ordenamiento progresivo no es más que la expresión de la fuerza evolutiva de la materia, que reafirma el supuesto de que esta complejidad devendrá en otras formas y expresiones que llegan a una toma de consciencia final (psique).
3. Noosfera, un aporte al acontecimiento del Homo sapiensnaciente. El continuo ordenamiento hacia lo complejo evoluciona hacia el Homo sapiens, como la cúspide del “Árbol de la Vida”. Así, aparece la primera especie animal que reflexiona, piensa y puede cambiar físicamente su entorno ecológico propio del “fenómeno de lo humano”. Esta mayor complejidad crea el pensamiento en todas sus formas como valor original de la especie. La conformación cerebral más compleja permite la expresión de emociones y explica lo que las neurociencias modernas llamarán las bases de la conducta y el desarrollo sicológico profundo, incluyendo las manifestaciones de afectividad. Además, como resultado del pensamiento abstracto, nace la capacidad de anticipar y prever el futuro, lo que se considera una ventaja evolutiva inédita. Estas propiedades le conceden al grupo zoológico humano una superioridad no solo cualitativa, y a la larga numérica, sino funcional y vital.
Estas propiedades finalmente potencian que el Homo sapiens se transforme en miles de años en la especie dominante mejor adaptada del planeta. Teilhard usa el término noosfera, (del griego noos (intelecto espiritual, inteligencia) y spheros (ambiente)), para referirse a que los humanos dotan a sus comunidades de un ambiente de intelectualidad y pensamiento que permitirá transformar su entorno y dominar a las otras formas de vida existentes, fruto de la inteligencia, como capacidad adaptativa.
4. El paso social o la ascensión colectiva de la reflexión. Finalmente, para Teilhard, en palabras más actuales, la noosfera dota a las nacientes comunidades de Homo sapiens de un perfil y potencial formidable. Esta permitirá comunidades humanas altamente organizadas con mecanismos de comunicación y trabajo en equipo, lográndose una especialización en las faenas familiares y de la comunidad, superior a las desarrolladas por otros grupos de simios y homínidos. Esta organización social, unida a la capacidad de comunicación, pensamiento abstracto, permite el uso de herramientas, lenguajes simbólicos para la expresión oral y escrita, expresiones artísticas, entre otras manifestaciones. En palabras de Teilhard, “el grupo zoológico humano” se dirige, en realidad, mediante la ordenación y convergencia de todas las reflexiones elementales terrenales, hacia un punto crítico de reflexión colectivo y superior que permite el contacto entre el pensamiento y la materia, el punto omega” que es la convergencia de todo lo creado.
MENSAJE ESENCIALES Y PROYECCIONES
Sin duda, Teilhard se adelantó a su tiempo y amplió los horizontes de la evolución para aplicarlo a toda la creación, ya que la materia tiende a un estado de complejidad y al hacerlo adquiere “consciencia”. La calidad científica del pensamiento de Teilhard es, además de aguda, visionaria. Por un lado, goza de una capacidad reflexiva excepcional la que, unida al correcto uso del método científico, le permite hilvanar hebras desconectadas. Así logró una síntesis imaginativa y genuina, lo que demuestra su poderosa y excepcional agudeza intelectual conceptualmente a la vanguardia de muchos contemporáneos. Cuando El fenómeno humano fue escrito, posiblemente a finales de la década de los treinta, no se conocían detalles de las bases químicas de las mutaciones del genoma ni tampoco había la claridad actual sobre la expansión del Universo y la evolución de las partículas y subpartículas atómicas.
Todas las evidencias actuales concuerdan en que la evolución prebiótica se inició en los océanos, a partir de moléculas sencillas y ancestrales, para llegar a un nivel de organización ultraestructural maravillosamente sorprendente, como es cada célula, el principio común de todas las formas de vida, desde bacterias a plantas y animales. Esta tendencia a la complejidad macromolecular regala estabilidad a la organización celular y se ancla en los postulados de la termodinámica que, sin dudas, Teilhard conoció. Esto, en analogía con la formación de galaxias, que tiende a explicar la complejidad del Universo con proyecciones hacia límites inéditos y quizás infinitos. Teilhard propone que algo similar ocurrió con la evolución de la vida, desde seres unicelulares a seres multicelulares con notable especialización, dependiendo del tipo celular.
Un postulado muy relevante es la idea visionaria de Teilhard de que el Homo sapiens irrumpió en la vida del planeta de manera no lineal, sino más bien irradiada, como abanico. No surgió el Adán triunfante en un entorno geo-ecológico único, sino que el Homo Sapiens es el resultado de varias especies de homínidos a lo largo de miles de años. Posiblemente, al igual que como ocurrió con la evolución de tantas otras formas de vida, hubo un abanico de especies que en el lapso de millones de años experimentan cambios físicos y anatómicos que causan rasgos característicos y que sustentaron la especie humana Así, durante millones de años los homínidos se transforman en bípedos, evoluciona la anatomía de la cadera, aumenta de tamaño la masa cerebral y sus circunvalaciones, dominan el uso de herramientas, del lenguaje simbólico, etc. Estos homínidos primitivos conviven durante miles de años con otras especies de homínidos, probablemente en el África central. Lentamente, adquieren propiedades relevantes adicionales que los transforman en la especie dominante, con una forma de organización social, desplazando de esta manera a otros homínidos, como el Homo neanderthalis, Pithecantropus y/o Sinantropus, con quienes posiblemente compartieron nichos ecológicos comunes. Esta visión de Teilhard, tan marcadamente darwiniana, le causó más de algún roce con la Iglesia que sustentaba una visión victoriosa y quizás hasta apoteósica para explicar la aparición del Adán.
Finalmente, me parece relevante indicar que las ideas contemporáneas de Sigmund Freud relacionadas con la mente humana y sus estados de consciencia e inconsciencia, que culminan en las neurociencias modernas, sin duda avalaron y nutrieron el concepto de noosfera. Más aun, la fuerza mística de Teilhard anticipa que la complejidad apunta a la consciencia y al espíritu, y a la idea de que la evolución culminará en el ser humano pensante y centro de la noosfera, capaz de cambiar el planeta, como nos resulta tan obvio hoy. MSJ
* El autor agradece a los jesuitas José Arteaga y Juan Ochagavía por haberlo alentado a concluir esta tarea y por sus ayudas en múltiples modificaciones al texto inicial. / [email protected]
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 701, agosto de 2021.