Para no seguir normalizando lo que viven unas veinte mil personas en nuestro país y entender su realidad, Hogar de Cristo propone un Modelo Integrado de Servicios, política revolucionaria, que parte por un techo: Vivienda Primero.
Marie-José Fleury, psiquiatra canadiense, experta en políticas sociales, hace notar que las personas en situación de calle enfrentan problemas múltiples y requieren servicios diversos: alimentación, alojamiento, vestimenta, cuidados médicos, tratamientos para trastornos mentales o de consumo de alcohol y otras drogas. Y sostiene que, como no existe una única organización capaz de lidiar con todos esos frentes, estas personas a menudo “caen por las grietas” del sistema.
Eso, en Canadá, un país mucho más desarrollado que el nuestro.
Como hace notar Paulo Egenau, el director social nacional del Hogar de Cristo, en una reciente y difundida columna: “En Chile, hay entre 16.500 y 20 mil personas viviendo a la intemperie y no es exagerado decir que en su mayoría han caído por las grietas de un sistema que funciona con servicios fragmentados que no se comunican entre sí ni se centran en las personas. Esas personas que se arrebujan debajo de cartones en los rincones de la ciudad, mientras el resto los mira como si formaran parte del paisaje urbano”.
El psicólogo recalca enfáticamente que “una de las expresiones más severas de la pobreza y de la exclusión social es concebida como algo normal por la mayoría. Pero, tras su aparente cotidianeidad, se esconde una auténtica emergencia social, que la pandemia ha aumentado, tal como ha hecho con la pobreza”.
TRAYECTORIAS INCLUSIVAS
El 20 de julio pasado, la fundación presentó en un seminario online la cuarta publicación de la serie Del Dicho al Derecho, titulada “Trayectorias inclusivas para personas en situación de calle”. El título contiene una palabra clave: trayectorias, centrando así la aproximación al tema en el recorrido existencial de las personas. De cada una de ellas, porque para resolver la realidad de quienes viven en la calle se requiere, como sostiene Paulo Egenau, dejar de mirar el tema como “normal”. Las personas en situación de calle son una de las expresiones más severas de la pobreza y de la exclusión social y requieren respuestas del Estado, mucho más allá de las necesarias medidas paliativas, clásicas del invierno.
El texto presentado por Hogar de Cristo detalla un Modelo Integrado de Servicios para la Inclusión de las Personas en Situación de Calle —MISE, lo han llamado sus creadores—, el que aspiran se convierta en política pública. Una política capaz de ofrecer servicios integrados y de calidad, tanto para la emergencia como en las intervenciones promocionales. Hoy la atención está centrada en la oferta —de albergues, frazadas, café y sopa caliente—, lo que se propone es enfocarse en las personas y en sus vidas marcadas por la exclusión, buscando integrarlas a la sociedad con pleno uso de sus derechos. (El texto completo de la publicación se puede descargar en www.hogardecristo.cl/publicaciones/)
Como grupo y en términos gruesos, estas veinte mil personas son en su mayoría, hombres (84,3%), su edad promedio es 46 años, el 95,6% vive solo y el promedio de permanencia en la calle es de 6,9 años. En la mayoría de los casos, la causa de su situación se explica en una acumulación de problemas, que se refuerzan unos con otros hasta alcanzar un punto de inflexión. No es trivial que en el 63,6% de los casos los conflictos con la familia sean el gatillante que explica la vida en la calle.
También es habitual que sea consecuencia de un cúmulo de adversidades en la infancia, adolescencia y/o adultez temprana. Un cuarto de las personas que vive en calle pasó en algún momento por el Sename, otras tantas han estado en recintos carcelarios y muchos en instituciones psiquiátricas.
VIVIENDA PRIMERO
La pregunta es: ¿Cómo terminar con una emergencia social que nos parece normal?
La respuesta es clara: no centrarse en la oferta de programas, dispositivos, albergues, camas, frazadas y café que repartir, como se hace hoy, sino en las personas, poniéndolas al centro. Ahí está la clave.
Como señala Paulo Egenau: “Se requiere el compromiso de la sociedad en su conjunto para contactarnos con la realidad que viven las personas en situación de calle. Este contacto es la herramienta más eficaz para superar los prejuicios asociados y avanzar hacia espacios comunitarios de colaboración, lo que hace imperativo convocar a la sociedad para que se implique en esta misión”.
Al seminario online en que se presentó el MISE, fueron convocados desde la ministra de Desarrollo Social y Familia, Karla Rubilar, hasta el experto argentino en políticas integradas para abordar el sinhogarismo, Santiago Bachiller, entre otros destacados especialistas.
Bachiller dijo sobre la publicación: “Es un documento súper serio, hecho por gente que conoce mucho el tema, porque trabaja en los territorios y con las personas. Es una verdadera tesis de doctorado, y lo que más me gusta es que tiene el mérito de la autocrítica. Eso nunca lo vas a encontrar en los gobiernos, porque siempre están desbordados por las urgencias y eso los lleva a intentar mostrar sólo éxitos. La urgencia del día a día no permite reflexionar. Ese ejercicio es valioso, honesto y muy valorable. Tiene, sin duda, alcances latinoamericanos”.
Bachiller fue investigador del proyecto Red Calle de países latinoamericanos para el desarrollo de políticas de atención a las personas en situación de calle, una convocatoria de la Unión Europea para iniciativas de cooperación Sur-Sur, que se desarrolló entre 2016 y 2019. O sea, sabe de qué habla.
En ese sentido, sostiene: “Comparativamente con otros países de la región, Chile tiene un desarrollo mucho mayor en este plano. Pero aún no pasa del asistencialismo a políticas sociales de protección de derechos, eso que en países como Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda se inició en los años 90, con el modelo Housing First, creado en Nueva York por Sam Tsemberis. Acá los gobiernos tienden a hacer declaraciones respecto de estos temas, pero no pasan de ahí. No se comprometen con programas centrados en derechos. Parte del problema reside en que las políticas públicas son políticas gubernamentales, más no políticas de Estado. Es decir, dependen de la coyuntura política”.
Santiago Bachiller menciona al psicólogo griego estadounidense Sam Tsemberis, creador del modelo Housing First, que en Chile está instalado desde 2019 como Vivienda Primero o Vivienda con Apoyo. Lo financia el Ministerio de Desarrollo Social y lo opera Hogar de Cristo y otras fundaciones; y ya beneficia a 353 hombres y mujeres en situación de calle en distintas comunas del país. Y lo mencionamos porque el pilar central del MISE es la vivienda, una de “las piedras angulares” que facilitan las trayectorias de inclusión.
En la medida que una vivienda permanente o semipermanente permite satisfacer necesidades que no podrían ser cubiertas de otro modo, se posibilita la construcción de rutinas estables en la vida de las personas.
Es importante comprender que la vivienda en el MISE constituye el punto de partida, por eso Hogar de Cristo ha estado empeñado en potenciar este programa y abrir caminos o soluciones que conduzcan en definitiva a la vivienda.
El experto argentino es más que elocuente sobre este punto, cuando afirma: “Condenamos y estigmatizamos a las personas en situación de calle porque beben, orinan o tienen sexo en la calle, omitiendo un hecho fundamental: les hemos quitado la posibilidad de contar con un espacio privado”. Un espacio propio es la base para postular a un trabajo, resguardarse en caso de enfermedad —como lo ha demostrado la pandemia—, seguir un tratamiento médico, y qué decir de esas actividades básicas y cotidianas, como las que enumera el doctor en sociología.
MORIR EN LA CALLE
Un segundo elemento crucial del MISE es que el modelo amplía y fortalece la red de apoyos y servicios para esta población, con programas de salud física y mental especializados, además de intervenciones en educación, trabajo, habilidades sociales, tratamiento del consumo problemático del alcohol y otras drogas, entre otros aspectos.
Otro desafío que plantea este modelo corresponde a la intersectorialidad, uno de los aspectos más críticos de la política social en Chile. Para avanzar hacia un modelo de servicios realmente integrado, es crucial superar la fragmentación entre las distintas políticas, programas y servicios para las personas en situación de calle. Así, los esfuerzos de un ministerio deben estar alineados y directamente relacionados con las iniciativas de otros ministerios y servicios involucrados; no sirven los esfuerzos aislados que no se comunican entre sí. Esto es fundamental para desarrollar acciones preventivas eficientes y eficaces, considerando que un alto porcentaje de las personas en situación de calle ha egresado de instituciones, como residencias de protección para niñas, niños y adolescentes, recintos penitenciarios y hospitales psiquiátricos.
Que un porcentaje significativo de personas en situación de calle tenga experiencias de prisión o de internación, no habla mal de ellas, aunque ciertamente contribuye a que sean estigmatizadas. “Ese dato solo permite inferir el fracaso de las instituciones de reinserción social, pues cuando una persona abandona una cárcel y no tiene dónde ir, terminará en la calle”, dice con lógica aplastante el experto argentino Santiago Bachiller. Y agrega: “En todos los países, siempre hay un ministerio al que le toca hacerse cargo y los demás miran para el lado y así no se puede hacer un buen trabajo. En Chile, ha sido el Ministerio de Desarrollo Social y ahora, de manera medio timorata, el de Vivienda y Urbanismo se ha empezado a acercar al tema a propósito de Vivienda Primero”.
TRABAJADORES CON VOCACIÓN DE ACOMPAÑAR
MISE plantea otro requerimiento clave: contar con trabajadores con vocación para acompañar a las personas de manera individual en sus procesos de cambio y superación, teniendo en cuenta la acumulación de experiencias adversas y largas historias de deterioro biopsicosocial que arrastran. Y a la vocación deben agregar una formación profesional idónea.
En términos políticos, ya se dijo: es imperativo el compromiso estatal con la superación de la situación de calle, más allá del gobierno de turno. En palabras de Paulo Egenau: “Una sociedad que se concibe como humanitaria y cercana al desarrollo no puede tolerar que alguno de sus miembros viva en la calle, y mucho menos que muera en ella”.
Otra gran debilidad de las actuales intervenciones es que suponen que todas las personas que llegan a la situación de calle son iguales. Y por eso, como dice gráficamente Santiago Bachiller, “ofrecen productos enlatados”. Entregan las mismas respuestas a un joven con problemas de consumo que escapó de un hogar violento que a un inmigrante; a una mujer que reside en la calle con sus hijos que a un hombre que deambula por la ciudad en solitario y padece un problema de salud mental.
No discriminar frente a estas diferencias, es seguir dejando la llave abierta, afirma, metafórico, el experto argentino: “Cuando se rebalsa la bañera, podemos tomar un balde y quitar toda el agua posible, pero si no cerramos el grifo, nuestros esfuerzos permanentemente serán desbordados: por más que contemos con excelentes programas de inclusión social, la cantidad de gente que sale será menor respecto de la que llega o incluso reincide en la situación de calle. Si realmente queremos acabar con la situación de calle, en vez de conformarnos con la gestión de este flagelo social, debemos regular mercados que expulsan o precarizan la vida de millones de personas, como el de la vivienda o el trabajo, debemos garantizar un sistema de salud y de educación de calidad y accesible a todos los sectores sociales, apostar por un sistema impositivo menos regresivo…”.
En suma, debemos ir a las múltiples causas del problema, como indica el Modelo Integrado de Servicios (MISE), que propone el Hogar de Cristo, con foco en las personas y sus singularidades. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N°702, septiembre de 2021.