Revista Mensaje N° 702. «Tomar consejo y construir consenso: ¿Un Sínodo sobre sinodalidad?»

El papa Francisco llama a toda la Iglesia a buscar un nuevo modelo, que supere relaciones desiguales, de superioridad y subordinación, asumiendo un diálogo que construya nuevos canales y estructuras eclesiales para el tercer milenio.

La Iglesia ha sido convocada a un Sínodo que lleva como lema Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. El evento se inaugurará el 9 de octubre de 2021 en Roma y el 16 de octubre en cada Iglesia particular. Será un proceso sinodal de dos años, culminando en la celebración de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en octubre de 2023. Con esta convocatoria, el papa Francisco invita a toda la Iglesia a discernir un nuevo modelo eclesial para el tercer milenio, que profundice el proceso de aggiornamento iniciado por el Vaticano II y responda a los cambios epocales y eclesiales que vivimos. En este contexto se sitúa la relevancia que tiene este Sínodo para discernir las reformas necesarias a la luz de la sinodalidad.

Quizás estemos ante el evento más importante de la actual fase de recepción del Concilio Vaticano II bajo el pontificado del papa Francisco. Se involucra un aproximado de 114 conferencias episcopales de rito latino, el Consejo de Patriarcas Católicos de Oriente, seis sínodos patriarcales de Iglesias orientales, cuatro sínodos archiepiscopales mayores y cinco consejos episcopales internacionales. Profundizando la eclesiología del Pueblo de Dios, y a la luz de un modelo de Iglesia de Iglesias, el Papa propone —como dijo durante la conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos— que «el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio«. Y lo hace en un contexto en el que urge, más que nunca, renovar la vida eclesial tomando consejos y construyendo consensos al estilo del viejo principio de la canonística medieval que reza: “Lo que afecta a todos, debe ser tratado y aprobado por todos”.

Esta práctica no es nueva en la Iglesia. Cabe recordar la regla de oro del Obispo San Cipriano, que puede ser vista como la forma sinodal del primer milenio y ofrece el marco interpretativo más adecuado para pensar los retos actuales: “Nada sin el consejo del presbiterio y el consenso del pueblo”. Para este obispo de Cartago, tomar consejo del presbiterio y construir consenso con el pueblo fueron experiencias fundamentales a lo largo de su ejercicio episcopal para mantener la comunión en la Iglesia. A tal fin, pudo idear métodos basados en el diálogo y el discernimiento en común, que posibilitaron la participación de todos, y no solo de los presbíteros, en la deliberación y toma de decisiones. El primer milenio ofrece ejemplos de una forma ecclesiae en la que el ejercicio del poder se entendió como responsabilidad compartida.

UNA IGLESIA DE LA ESCUCHA

Inspirado en este modo de proceder, el papa Francisco describe al nuevo modelo eclesial con las siguientes palabras: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha (…). Es una escucha recíproca en la cual cada uno tiene algo que aprender (…). Es escucha de Dios, hasta escuchar con él el clamor del pueblo; y es escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama» (1). El ejercicio de la escucha es indispensable en una eclesiología sinodal, pues parte del reconocimiento de la identidad de los sujetos eclesiales —laicos(as), presbíteros, religiosos(as), obispos, Papa— a partir de relaciones horizontales fundadas en la radicalidad de la dignidad bautismal y en la participación en el sacerdocio común de todos los fieles (Lumen Gentium 10). La Iglesia en su conjunto es cualificada por medio de los procesos de escucha en los que cada sujeto eclesial aporta algo que completa la identidad y la misión del otro (Apostolicam Actuositatem 6), y lo hace desde lo propio de cada uno (AA 29).

Tal modelo supone superar relaciones desiguales, de superioridad y subordinación, y pasar a la lógica de la «recíproca necesidad» (LG 32). Este es el espíritu de la Comisión Teológica Internacional al afirmar que «una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. En el ejercicio de la sinodalidad está llamada a articular la participación de todos, según la vocación de cada uno, con la autoridad conferida por Cristo al Colegio de los Obispos presididos por el Papa. La participación se funda en el hecho de que todos los fieles están habilitados y son llamados a que cada uno ponga al servicio de los demás los respectivos dones recibidos del Espíritu Santo» (2). Podemos decir que ser escuchados es un derecho de todos, pero tomar consejos a partir de la escucha es un deber propio de quien ejerce la autoridad.

Sin embargo, la escucha también tiene otra dimensión. A través de ella se genera un proceso de reconfiguración de los modelos teológico-culturales de la organización eclesial. El Papa explica que se escucha a un pueblo, en un lugar y en un tiempo «para conocer lo que el Espíritu «dice a las Iglesias» (Ap 2,7)» y encontrar modos de proceder acordes a cada época. Lo recordó el Sínodo para la Amazonia, al decir que la Iglesia «reconfigura su propia identidad en escucha y diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio» (Querida Amazonia 66). Y lo hace, como sostiene el Concilio, discerniendo «de qué modo puedan compaginarse las costumbres, el sentido de la vida y el orden social con las costumbres manifestadas por la divina revelación» (Ad Gentes 22).

Un Sínodo como el actual puede ser apreciado como el inicio de un proceso que puede llevar a «una acomodación más profunda en todo el ámbito de la vida cristiana» (AG 22) porque «los vínculos de historia, lenguaje y cultura, que en ella plasman las comunicaciones interpersonales y sus expresiones simbólicas, trazan el rostro peculiar, favorecen en su vida concreta el ejercicio de un estilo sinodal» (CTI, Sin. 77). De ahí la importancia de comprender que la sinodalidad es el modo más adecuado para la génesis de los procesos de identidad y reconfiguración teológico-cultural de la Iglesia, según los tiempos y las culturas, bajo el modelo de Iglesia como Iglesia de Iglesias presidida por el Obispo de la Iglesia de Roma y en comunión entre todas ellas.

UNA FORMA MÁS COMPLETA DE SER IGLESIA

La escucha no es un fin en sí mismo. Ella se realiza en el marco de un proceso mayor, cuando “toda la comunidad, en la libre y rica diversidad de sus miembros, es convocada para orar, escuchar, analizar, dialogar y aconsejar para que se tomen las decisiones pastorales más conformes con la voluntad de Dios” (CTI, Sin. 53). A partir de esta serie de relaciones y dinámicas comunicativas se va generando el ambiente propicio para tomar consejos y construir consensos que luego se traduzcan en decisiones. Es importante tener en cuenta todas las acciones a la hora de emprender un proceso de escucha: «Orar, escuchar, analizar, dialogar y aconsejar», porque la finalidad de este camino no es simplemente encontrarnos, oírnos y conocernos mejor, sino trabajar en conjunto «para que se tomen las decisiones pastorales». Este es uno de los aspectos que definen el sentido y la meta de un proceso sinodal y, en este Sínodo sobre sinodalidad, la Iglesia se plantea avanzar en la búsqueda de una «más completa definición de sí misma» —recogiendo las palabras de Pablo VI al abrir la segunda sesión del Concilio—.

Sin este horizonte en mente, se puede correr el riesgo de limitar la comprensión y el ejercicio de la sinodalidad a una mera práctica afectiva y ambiental, sin que se traduzca efectivamente en cambios concretos que ayuden a superar el actual modelo institucional clerical. Por ello, es importante destacar que el actual Sínodo ha creado una Comisión Teológica asesora de todo el proceso. Es un hecho novedoso que recupera la colaboración que debe existir entre la teología y el magisterio. Y dentro de dicha comisión se ha conformado una subcomisión para elaborar propuestas de reforma del derecho canónico. Si lo escuchado no se traduce en nuevos canales y estructuras eclesiales —en palabras de Francisco, «mediaciones concretas»— quedará develado, una vez más, un modelo eclesial en el que se da una «insuficiente consideración del sensus fidelium, la concentración del poder y el ejercicio aislado de la autoridad, un estilo centralizado y discrecional de gobierno, y la opacidad de los procedimientos regulatorios» (3).

UN EVENTO QUE SE CONVIERTE EN PROCESO

Coherente con el tema que aborda, y con el fin de palpar el sentir de toda la Iglesia universal, el actual Sínodo deja de ser un evento y se convierte en un proceso que comienza con una primera fase diocesana. Desde una eclesiología de las Iglesias locales, se parte del primer nivel en el ejercicio de la sinodalidad, como lo ha manifestado el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos: “Considerando que las Iglesias particulares, en las cuales, y a partir de las cuales existe la una y única Iglesia católica, contribuyen eficazmente al bien de todo el cuerpo místico, que es también el cuerpo de las Iglesias (LG 23), el proceso sinodal pleno solo existirá verdaderamente si se implican en él las Iglesias particulares” (4).

Para comprender lo que esto implica, podemos hacer memoria de las palabras de Mons. De Smedt, una de las voces más importantes del Concilio, quien decía que «el cuerpo docente [obispos] no descansa exclusivamente en la acción del Espíritu Santo sobre los obispos; sino que también [debe] escuchar la acción del mismo espíritu en el pueblo de Dios. Por lo tanto, el cuerpo docente no solo habla al Pueblo de Dios, sino que también escucha a este Pueblo en quien Cristo continúa Su enseñanza» (5).

A lo largo de esta primera fase diocesana, los obispos no solo deben escuchar al sino también en el pueblo de Dios, como parte integrante de él y, junto a él, discernir y elaborar decisiones pastorales. Siguiendo el texto de Lumen Gentium 12, recogido en Episcopalis Communio 5, es la totalidad de los fieles, «desde los obispos hasta los últimos fieles laicos, [que] presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres». Lo que está en juego no es el sentir de cada obispo, sino el sentir de toda la Iglesia o, mejor dicho, el sensus ecclesiae totius populi. Por ello, cada Iglesia particular debe proceder «sirviéndose de los organismos de participación previstos por el derecho, sin excluir cualquier otra modalidad que juzguen oportuna» (EC, disp. canónica 6).

EL PASO DE LA SINODALIDAD AFECTIVA A LA EFECTIVA

Quizás uno de los retos más importantes para la jerarquía eclesiástica será la creación de mediaciones y procedimientos para el involucramiento de todos los fieles y el establecimiento de las modalidades de participación. Haciendo uso de las palabras de Severino Dianich, «la normatividad actual, entre la atribución a todos los fieles de la tarea de evangelización (…) y su llamada a una participación activa en la liturgia eucarística (…), no confiere a los fieles laicos ningún papel específico capaz de determinar la vida de la comunidad (…). Los fieles [laicos] no tienen ninguna instancia en la que, al expresar su propio voto deliberativo, se pueda decidir algo colegialmente» (6). Este sentir fue discernido en el 2007 por los obispos latinoamericanos en la Conferencia de Aparecida y propusieron que “los laicos participen del discernimiento, la toma de decisiones, la planificación y la ejecución” (Aparecida 371) de toda la vida eclesial.

Si el modo de proceder de una Iglesia sinodal «tiene su punto de partida y también su punto de llegada en el Pueblo de Dios» (Episcopalis Communio 7), y si «la sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia que, a través de ella, se manifiesta y configura como Pueblo de Dios» (CTI, Sin. 42), entonces hay que hacer lo posible para que este Sínodo dé paso a una auténtica sinodalización de toda la Iglesia. Por ejemplo, será clave discernir los modelos de decisión en la Iglesia. Quizás articular uno en el cual la elaboración de las decisiones (decision-making) sea vinculante a los pastores (decision-taking), porque ellos mismos habrán participado del proceso de escucha y discernimiento, tomando consejos y construyendo consensos. Y es que cualquier modelo decisional debe tener en cuenta que “la dimensión sinodal de la Iglesia se debe expresar mediante la realización y el gobierno de procesos de participación y de discernimiento capaces de manifestar el dinamismo de comunión que inspira todas las decisiones eclesiales” (CTI Sin 76).

¿Seremos capaces de concebir procesos sinodales en los que se elaboren decisiones entre todos(as) para que la autoridad competente, habiendo participado como un fiel más de todas las etapas del proceso, y confiando en que el Espíritu Santo ha hablado a través del Pueblo de Dios, ratifique dichas decisiones? Creemos que este es el espíritu expresado por el cardenal Grech al afirmar que «el Sínodo de los Obispos es el punto de convergencia del dinamismo de escucha recíproca en el Espíritu Santo (…). No es solo un evento, sino un proceso que implica en sinergia al Pueblo de Dios, al Colegio episcopal y al Obispo de Roma, cada uno según su función» (7), y en diversas fases (diocesana, nacional, continental, universal). El gran reto será, pues, el de crear una cultura del consenso eclesial, capaz de manifestarse en estilos, eventos y estructuras sinodales que den cauce a un nuevo modo eclesial de proceder para la Iglesia del tercer milenio. MSJ

(1) Francisco, Discurso en la Conmemoración del 50 Aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos http://www.vatican.va/content/francesco/en/speeches/2015/october/documents/papa-francesco_20151017_50-anniversario-sinodo.html
(2) Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia (2 de marzo de 2018) n. 67: http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_20180302_sinodalita_sp.html De ahora en adelante lo citaremos: CTI, Sin.
(3) Alphonse Borras, «Sinodalità ecclesiale, processi partecipati e modalità decisionali», Carlos María Galli – Antonio Spadaro (eds.), La riforma e le riforme nella Chiesa, Queriniana, Brescia 2016, 208.
(4) Carta de presentación del itinerario sinodal aprobado por el papa Francisco en la audiencia concedida al cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo de los Obispos, el 24 de abril de 2021.
(5) Emile-Joseph De Smedt, The priesthood of the faithful, Paulist Press, NY 1962, 89-90.
(6) Severino Dianich, Riforma della Chiesa e ordinamento canonico, EDB, Bologna 2018, 69-70.
(7) Cf. Alocución del cardenal Mario Grech al Santo Padre en el Consistorio para la creación de nuevos cardenales, el 28 de noviembre de 2020.

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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 702, septiembre 2021.

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