La humanidad ha sido llamada a una reflexión sustancial sobre la actual sociedad del riesgo global. Y esta nos puede llevar a una conversión inspirada en una “espiritualidad ecológica” que involucre responsabilidades en lo espiritual, lo institucional y lo público (1).
El Covid-19 ha obligado a la humanidad a afrontar una crisis global hasta hace poco inimaginable en el mundo contemporáneo de la globalización high-tech. Ha afectado a las escuelas, las iglesias, los estadios, los mercados y un largo etcétera, paralizando las actividades ordinarias y habituales de todas las organizaciones sociales, en todas las naciones y regiones del mundo. La pandemia ha hecho que nuestro desencantado mundo actual revele claramente la naturaleza vulnerable de la sociedad global. La humanidad ha sido llamada a una reflexión colectiva y sustancial sobre la actual sociedad del riesgo global, en particular sobre sus dimensiones socioeconómicas, políticas, ecológicas, culturales y espirituales.
Ulrich Beck, reputado sociólogo alemán, destaca la urgencia que implica ser capaces de realizar una reflexión de este tipo, cifrando en ella el remedio moral para los problemas de la sociedad del riesgo global (2). En este sentido, sus intuiciones están en sintonía con las preocupaciones que en la encíclica Fratelli tutti (FT) expresa el papa Francisco, quien reflexiona sobre problemas sociales globales, como el cambio climático, la crisis ecológica, la polarización cada vez más pronunciada, la exclusión de los pobres, las amenazas a la democracia y al bien común, etc. (3). Los procesos de modernización global han impuesto una visión limitada, que solo da importancia al crecimiento económico, promovido por la «racionalidad instrumental» y por el mito sagrado del «Estado moderno» bajo el régimen global del «capitalismo neoliberal». Para Beck, al concentrarse en la competencia entre naciones individuales y entre las naciones en su conjunto, la humanidad ha perdido de vista la más importante de las perspectivas globales, aquella que busca evaluar y resolver los problemas comunes.
Por otro lado, instituciones internacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMS), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), tendrían como objetivo terminar con la pobreza en las naciones más pobres. Sin embargo, la explicación de sus procesos de toma de decisiones «hoy ha sido cooptada por la economía y las finanzas» (FT 12), controlada por las naciones más poderosas que, a su vez, guiadas por sus propios intereses político-económicos e imponiendo un modelo cultural único, no logran conjurar los juegos ocultos de quienes operan en los mercados trasnacionales. Se instrumentaliza el bien común para favorecer los intereses de la economía global (cfr FT 12). Así las cosas, estas organizaciones no están en condiciones de desempeñar sino solo mínimamente el papel benéfico de «mano invisible» que podría poner remedio a las crisis mundiales. La emergencia provocada por el Covid-19 ha revelado la falacia del paradigma del laissez-faire, que exalta los mercados globales sin restricciones.
En Laudato si’ (LS), el papa Francisco nos muestra cómo debemos avanzar en el proceso de conversión ecológica. En su calidad de guía espiritual de la Iglesia, aborda con profundidad los problemas globales actuales y futuros, y extrae de ellos indicaciones sobre la dirección que debemos tomar para el bien de nuestra casa común, la casa de la humanidad. Con Fratelli tutti pone el énfasis en la fraternidad y la amistad social.
La crisis de nuestro modelo socio-político-económico nos interpela de dos modos diferentes: nos presenta un peligro y una oportunidad.
En nuestros tiempos se busca un «desarrollo lineal, que favorezca el crecimiento económico», apoyado principalmente por la ideología neoliberal y basado en un orden estructural del mercado internacional. Hoy, la estructura neoliberal de la economía está enfrentando una crisis mundial, mientras los Estados nacionales están empeñados en proteger sus mercados internos. Las estructuras industriales orientadas a procurar «mayor eficiencia y mayores ganancias» no pueden funcionar plenamente en el actual escenario de pandemia.
Por otra parte, han sido los estilos de vida contemporáneos los que han promovido y apoyado intereses nacionales miopes y los objetivos orientados al mercado, con el pretexto del “desarrollo económico”. Los seres humanos nos hemos convertido en el “depredador omnívoro” más dañino del planeta. En ausencia de un cambio significativo de nuestro estilo de vida, no podremos evitar otras crisis ecológicas, que nos llevarán a un caos ambiental cada vez más grave.
LA CONVERSIÓN ECOLÓGICA JUNTO A LA SOLIDARIDAD HUMANA
El papa Francisco ha hecho un llamado a la conversión ecológica en la encíclica Laudato si’, y ha completado sus contornos en la encíclica Fratelli tutti. En resumen, en un mundo cerrado sobre el que el Covid-19 proyectó sombríos nubarrones, el factor esencial para toda la humanidad es la conversión ecológica, entendida como conversión personal y colectiva al amor y a la misericordia del Creador: «Dios ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos» (FT 5).
Presentamos a continuación algunos escritos de los pontífices que ilustran las características de esta conversión ecológica. San Juan Pablo II, en su primera encíclica, Redemptor hominis (RH), advirtió que el ser humano parece a menudo «no percibir otros significados de su ambiente natural, sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y consumo» (RH 15). Posteriormente, en la Centesimus annus (CA), señaló que se habían hecho pocos esfuerzos para «salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana» (CA 38) e invitó luego a una conversión ecológica en la Audiencia General del 17 de enero de 2001.
Para el papa Francisco, la destrucción del medio ambiente humano es un asunto muy serio, no solo porque Dios ha confiado el mundo a los seres humanos, sino también porque la vida humana es ella misma un don que debe ser protegido de diversas formas de degradación. Cualquier aspiración a sanar y mejorar nuestro mundo exige cambiar profundamente los «estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad» (LS 5). En consecuencia, de lo que todos tenemos necesidad es de una «conversión ecológica», que implica dejar que se manifiesten los efectos del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea. Vivir nuestra vocación de custodios de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa (cfr LS 217).
Como creyentes, nosotros no estamos llamados a observar el mundo desde fuera (cfr Epístola a Diogneto), sino desde dentro, reconociendo los vínculos con los cuales el Padre nos ha unido a todos los seres. Al permitirnos desarrollar nuestras capacidades individuales, la conversión ecológica puede llevarnos a una mayor creatividad y entusiasmo, a fin de resolver los problemas del mundo y de ofrecernos a Dios «como sacrificio vivo, santo y agradable a él» (Rm 12,1). No interpretamos nuestra superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino más bien como una capacidad diferente, que a su vez impone una seria responsabilidad que proviene de nuestra fe (cfr LS 220). «Diversas convicciones de nuestra fe […] ayudan a enriquecer el sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz» (LS 221).
Las observaciones del papa Francisco que hemos recordado reaparecen en su nueva encíclica, Fratelli Tutti, a propósito del modo en que la cultura global, cada vez más inquietante, explota a los marginados en la pandemia: «No se advierte que el supuesto derrame no resuelve la inequidad, que es fuente de nuevas formas de violencia que amenazan el tejido social. Por una parte, es imperiosa una política económica activa orientada a “promover una economía que favorezca la diversidad productiva y la creatividad empresarial”, para que sea posible acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos. […] La fragilidad de los sistemas mundiales frente a las pandemias ha evidenciado que no todo se resuelve con la libertad de mercado y que, además de rehabilitar una sana política que no esté sometida al dictado de las finanzas, “tenemos que volver a llevar la dignidad humana al centro y que sobre ese pilar se construyan las estructuras sociales alternativas que necesitamos”» (FT 168). «Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén “los otros”, sino sólo un “nosotros”. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender» (FT 35). En síntesis, esta crisis global causada por el Covid-19 nos impulsa a salir de nosotros mismos para encontrar a nuestros vecinos, especialmente los marginados, más allá de las fuerzas del mercado y de la mentalidad dualista, en los horizontes fundamentales del organismo social y ecológico.
SIMBIOSIS: EL ORGANISMO SOCIAL EN LOS NUEVOS HORIZONTES
Muchos científicos están convencidos de que superaremos esta pandemia con una potente vacuna. Sin embargo, tenemos que considerar la existencia de los virus de manera más reflexiva. De acuerdo a nuestros científicos, los virus han sobrevivido en la Tierra por varios miles de millones de años, mientras que los humanos hemos vivido en ella poco más de dos millones de años (4). Los seres humanos tendemos a imaginarnos en el centro del mundo, pero necesitamos un antídoto contra ese antropocentrismo tan venenoso y arrogante. La simbiosis nos exige vivir con todas las criaturas del cosmos: las demás criaturas y grupos étnicos no son objetos de explotación para satisfacer a nuestras sociedades acomodadas.
¿Cómo podemos hacer revivir y reconstruir adecuadamente la Tierra para que sea nuestro hogar? Émile Durkheim, sociólogo atento a la moral, analizó las potentes dinámicas de la solidaridad, concentrándose en el aspecto sagrado que se deriva de la sociedad sui generis a la que pertenecen las personas. La política contemporánea se divide en base a diferentes coaliciones a las que «yo» pertenezco o no, y lanza una infinidad de incitaciones al odio a la parte contraria. En el contexto posmoderno, estas políticas identitarias, fundadas en la homogeneidad social y la similitud de estilos de vida, se transforman en el lugar sagrado de una cerrada guerra política que no tiene ninguna sensibilidad espiritual de autotrascendencia. Es cierto que estas tendencias sociales pueden dar voz a marginados que en regímenes tradicionales y patriarcales serían sofocados, pero una política basada solamente en la identidad puede desembocar en todo tipo de facciones partidistas agresivas e incapaces de dialogar con otros y de trascender, así como de dar espacio a respuestas reflexivas.
En los contextos socioculturales, en sí misma la autoconciencia no puede sino favorecer nuestro interés propio; sin embargo, ella también puede abrir una nueva fusión de horizontes mediante la comprensión recíproca que sobrepasa el propio interés, orientada a la «plenitud de la vida» en una era secular (5). Necesitamos a Dios como del «Totalmente Otro» (6), que no podemos poseer y de quien no podemos apropiarnos, para abrir el espacio reflexivo del sentido último de nuestra vida en simbiosis. Por lo tanto, al enfrentar estas crisis ecológicas, no debemos renunciar a una aproximación holística, histórica y global, en lugar de dejarnos guiar por las facciones posmodernas (7) o ser capturados por el totalitarismo.
Esbozar un paradigma del organismo social orientado a la simbiosis en la era post-Covid, nos abre los ojos y nos deja en condiciones de mirar con simpatía a toda la creación, en la perspectiva de la mirada amorosa y misericordiosa de Dios. La primera imagen del organismo social sostenida por darwinistas sociales como Herbert Spencer, carecía de una comprensión crítica y reflexiva de las conexiones jerárquicas e inicuas entre el todo y sus partes. Los teóricos contemporáneos no están de acuerdo en la clasificación jerárquica de los organismos sociales. Especialmente en la era post-Covid, debemos desarrollar una concepción que apunte a un organismo social en el cual podamos mantener unidas la espiritualidad y la responsabilidad.
ESPIRITUALIDAD ECOLÓGICA Y RESPONSABILIDAD REFLEXIVA
En Laudato si’, el papa Francisco nos exhorta a buscar una nueva vía para la conversión ecológica. En el contexto bíblico, «conversión» no solo significa metanoia (es decir, cambio de mentalidad), sino también shuvah (es decir, cambio holístico, que involucra mente y cuerpo). Además, el lugar de la conversión no queda relegado al interior del corazón humano, sino que comprende también el Planeta, en el que los seres humanos interactúan, crean o destruyen —a la vez— la vida de otras criaturas.
Hoy en día, la Iglesia y los líderes laicos deben hacer frente a su propia responsabilidad espiritual, institucional y pública, especialmente en nuestra sociedad posecular (8). En las sociedades civiles, la esfera pública es esencialmente el terreno en el cual se obtiene la hegemonía: es un reflejo de los signos de los tiempos. La Iglesia, que está al servicio de toda la humanidad, tiene el deber de escuchar los diversos discursos de las sociedades humanas en la esfera pública. Por otra parte, su objetivo va más allá de estas batallas mundanas en el sector público. Por lo tanto, su visión escatológica lleva a tratar las cuestiones humanas históricas y públicas bajo perspectivas trascendentes.
La conversión implica siempre una responsabilidad moral y social. En el contexto bíblico, el perdón de los pecados conlleva constantemente la llamada al cuidado amoroso o a la responsabilidad moral de cara a los marginados, como en la parábola del Buen Samaritano (cfr Lc 10,30-37) (9). En nuestra opinión, en una perspectiva orientada a la praxis, la espiritualidad ecológica puede conllevar las siguientes tres dimensiones de la responsabilidad (10).
1. La «responsabilidad espiritual» es necesaria en nuestra relación directa con Dios a nivel individual y comunitario. Podemos ejercitarla y desarrollarla solo en el contexto de la oración contemplativa y en la confrontación sincera con Dios. La responsabilidad espiritual capta el sentido profundo de los bienes seculares y señala la justa y sana relación que se necesita mantener con estos, ayudándonos así a vivir más libres y felices. Cada persona debe dar cuenta de cierto grado de responsabilidad en cuanto sujeto de discernimiento, y, además, cada uno de nosotros debe asumir la responsabilidad de algunos aspectos del proceso decisional en el discernimiento común.
2. La «responsabilidad institucional» es necesaria en todos los asuntos institucionales de la Iglesia y de las sociedades. El poder es un elemento relevante en el proceso de toma de decisiones. Escuchar a los marginados del pueblo de Dios y dejarse guiar por el Espíritu Santo es siempre fundamental para construir una conciencia colectiva dotada de responsabilidad institucional, que fortalezca los derechos humanos e impida la prepotencia depredadora ejercida sobre los más débiles. La responsabilidad institucional debe dedicar mucho tiempo y energía a escuchar voces diferentes y discordantes, buscar la restauración de relaciones confiables que superen la indiferencia y el antagonismo, y esforzarse por encontrar un terreno común más significativo para toda la humanidad. Por lo tanto, la responsabilidad institucional es un medio para actualizar la sinodalidad, no solo en las estructuras de gobierno de la Iglesia, sino también en las instituciones y gobiernos seculares.
3. La «responsabilidad pública» está influida por el «espíritu de los tiempos» (Zeitgeist) y lo refleja en la esfera pública de las sociedades humanas, donde la comunicación racional y de mentalidad abierta, como sostiene Jürgen Habermas, puede enriquecer la sociedad civil y la democracia y aportar soluciones a los problemas recurrentes. Del mismo modo, el mundo contemporáneo —en el que internet, las redes sociales, la inteligencia artificial y muchos otros medios conectan estrechamente a las personas y anulan las distancias geográficas—, exige niveles más elevados de responsabilidad pública.
Fundamentalmente, la responsabilidad humana debería ser iluminada y enriquecida por la misericordia de Dios, es decir, por el modo en el que los seres humanos reflexionamos y seguimos en el mundo el Camino, la Verdad y la Vida con la ayuda del Espíritu Santo. Por un lado, quienes guían a la Iglesia deberían ser hombres de oración, espirituales y sensibles a la acción del Espíritu Santo, cuya voz es como el viento (cfr Jn 3,8) en el pueblo de Dios en el tiempo de la crisis causada por el Covid-19; por otro, los líderes seculares deberían ser tenidos por responsables de sus decisiones, en cuanto actores sociales que tienen y ejercitan el poder y la autoridad al interior de las empresas o de los gobiernos.
LA IGLESIA COMO FARO
En tiempos históricos de crisis, la Iglesia ha desempeñado papeles clave y «liminales». Dos grandes papas, Gregorio y León, demostraron un importante liderazgo en épocas de grandes plagas, en la Alta Edad Media. En medio de las oscuras sombras que amenazan a la humanidad tras la pandemia del Covid-19, nosotros, como Iglesia, debemos tener consciencia de nuestra misión de ser «sal y levadura» del mundo y debemos caminar en la alegría del Evangelio.
Aunque en la fase más aguda de la pandemia la participación en la misa se vio limitada, la Iglesia destacó la dignidad de los marginados y la importancia de nuestra casa común.
En el oscuro horizonte del mundo actual, la «Oración al Creador» del papa Francisco (11) ilumina la necesidad de los seres humanos de discernir y de proceder hacia una «nueva, normal» sociedad global del riesgo. MSJ
(1) Este texto es un extracto del artículo titulado “Por una conversión ecológica: El Covid-19 y la sociedad del riesgo global”, publicado en la versión en español de la Civilta Cattolica: www.laciviltacattolica.es/2021/07/23/por-una-conversion-ecologica/?ct=t
(2) Cfr U. Beck, La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad, Barcelona, Paidós, 2006; Id, La sociedad del riesgo global, Madrid, Siglo XXI, 2006; Id, La metamorfosis del mundo, Barcelona, Paidós, 2017; Id, World at risk, Cambridge, Polity, 2009.
(3) Como sociólogo, Beck, en su libro Poder y contrapoder en la era global (Barcelona, Paidós, 2004) destaca el papel de los contrapoderes en los juegos de poder globales que se desarrollan en las empresas, los Estados nación y los movimientos civiles. Sin embargo, el Papa invita a todos los seres humanos a convertirse para recibir la misericordia de Dios. Pide una reforma institucional con miras a un mundo mejor en el que la dignidad de cada ser humano y el bien común puedan buscarse plenamente.
(4) Cfr E. Yong, I Contain Multitudes: The Microbes Within Us and a Grander View of Life, New York, Harper Collins, 2016 (en español: Yo contengo multitudes: Los microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida, Madrid, Debate, 2021).
(5) Cfr C. Taylor, La era secular, Barcelona, Gedisa, 2014.
(6) Judith Butler, en Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad, siguiendo a Emmanuel Lévinas, afirma que el «Otro» significa un símbolo de relaciones éticas ilimitadas, mientas que el «otro» indica al resto de los seres humanos. Sin embargo, nosotros proponemos a Dios como el Padre misericordioso y el fundamento último de la trascendencia humana, en cuanto «Totalmente Otro», donde lo Inmanente puede realmente encontrar lo Trascendente en la alegría del Evangelio.
(7) Las facciones posmodernas están estrechamente ligadas al «“deconstruccionismo”, donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero». Como resultado, «se alienta también una pérdida del sentido de la historia» (FT 13).
(8) Cfr J. Habermas, «Secularism’s Crisis of Faith. Notes on Post-Secular Society», en New Perspectives Quarterly 25 (2007/4) 17-29.
(9) El amor, enraizado en el corazón de todos los seres humanos como imago Dei, puede superar cualquier política identitaria particularista: al amor no le importa si el hermano herido es de aquí o es de allá. Porque es el «amor que rompe las cadenas que nos aíslan y separan, tendiendo puentes; amor que nos permite construir una gran familia donde todos podamos sentirnos en casa. […] Amor que sabe de compasión y de dignidad» (FT 62).
(10) Estas tres dimensiones fueron descritas en S. Oh, «Tasks for the Catholic Church in Korea on the Path of Pope Francis», en Catholic Theology and Thoughts, vol. 81, julio 2018, 235-269.
(11) Es la oración compuesta por el Papa que concluye la encíclica Fratelli tutti.
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje 702, septiembre de 2021.