Tres días después de cada luna llena, cuando la luminosidad de la superficie de ese satélite terrestre ha empezado a decrecer, Raquel Aguilar sale de su casa en la localidad de Yaldad —ubicada a siete kilómetros de Quellón— y se interna en los bosques remotos para recolectar la materia prima de su obra.
Ese momento de la mengua, como dice la artesana, es el más adecuado para ir en busca de la quilineja, una planta trepadora que crece al amparo de árboles como la luma, el canelo y la tepa. A medida que el tallo sube, surgen raíces aéreas que llegan a medir catorce metros y bajan hasta el suelo. Las raíces son el objetivo de los recorridos de Raquel Aguilar, que usa esas tiras fibrosas para tejer, a mano, piezas de cestería de múltiples formas.
Una selección de esas figuras puede verse en la exposición que presenta actualmente y hasta fines de diciembre en el Centro Cultural Montecarmelo. Se trata de la primera muestra que realiza la artista, quien hace dieciocho años, mientras se desempeñaba en diferentes empleos, comenzó a tejer con lana y fibra de manila y junquillo. “La cestería era entonces un hobby”, cuenta Raquel Aguilar (39), quien está, en el presente, dedicada a tiempo completo a la artesanía y a la creación de obras de quilineja.
UNA TRADICIÓN RECUPERADA
Proveniente de una familia de pequeños agricultores, la autora recuerda que su primer contacto con esa planta se produjo en la enseñanza básica, cuando estudió las tradiciones perdidas de la cultura huilliche. “Escritos españoles de 1600 hablan de cómo los nativos usaban en sus embarcaciones amarras hechas de quilineja”, comenta la cestera, cuyos bisabuelos y abuelos tenían la costumbre de fabricar con esas raíces utensilios cotidianos como canastos y sogas para los botes.
Sus padres interrumpieron esa tradición y ella la retomó a partir de su experiencia escolar, que incluyó la elaboración de pelotas de linao, juego característico de los huilliches. Ya cuando decidió especializarse en ese material, Raquel Aguilar inauguró un universo de objetos y criaturas en el que conviven cestos, aves, caracolas, personajes mitológicos, un traje de trauco para un disfraz y grandes mamíferos acuáticos.
“Hubo una crisis provocada por la marea roja y la necesidad económica abrió una puerta que hizo que creciera el oficio de la cestería, que era lo que tenía a mano”, recuerda la artesana, que aprendió de manera autodidacta a trabajar la quilineja.
“Nadie me enseñó. Empecé a armar y desarmar canastos, a conocer la fibra, la planta, y su hábitat. Todo ha ocurrido en conexión con la naturaleza, con los bosques, y también con la mitología”, dice.
La exhibición, que cuenta con el apoyo de INDAP —del cual son usuarios tanto ella como sus padres— permite conocer parte del imaginario que ha creado la autora: incluye pájaros diversos —algunos con sus nidos— cestos, las mencionadas caracolas, árboles, una ballena y su cría, y una representación de Tentén y Caicai, serpientes terrestre y marina, respectivamente, que tanto en la oralidad mapuche como en la chilota se enfrentan hasta dar origen a una geografía equilibrada.
En la propuesta de Raquel Aguilar coinciden el rescate de una costumbre ancestral —a través de su propia obra y de los talleres y clases que da para promover su recuperación— y un afán de concientización acerca del bosque nativo. “El ritmo de la deforestación en Chiloé equivale a una cancha de fútbol por día. Me interesa visibilizar el tema de la conservación”, comenta la artista.
Los árboles de los cuales ella saca la quilineja son centenarios y se encuentran en zonas remotas donde existen peligros. Hay veces en que se ha desorientado y perdido por horas entre canelos y lumas, y en una ocasión cayó por un barranco. Para evitar riesgos de ese tipo, hoy la artesana siempre va acompañada por su esposo a buscar las raíces de esa planta, de la que destaca cualidades como su resistencia al agua.
“Por eso la usaban en el mar, no le aparecen hongos. Su color permanece en el tiempo, además, y es liviana, fácil de encontrar y flexible. Es una fibra que te atrapa, una vez que la descubres. Voy imaginando y creando piezas nuevas, tejiendo solo manualmente, sin ningún instrumento, y con la técnica tradicional de la cestería chilota. Considero que hay en la quilineja una riqueza que me llegó como un regalo, no la busqué, y es con lo que espero dejar huella”, dice Raquel Aguilar, reconocida, el año pasado, con el Sello de Excelencia a la Artesanía por su serie de caracolas, inspirada en la práctica chilota de recolectar moluscos para la alimentación diaria. MSJ
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Fuente: Artículo publicado en Revista Mensaje N° 705, diciembre de 2021.