¿Qué efectos ha tenido la pandemia en la educación?
“La pandemia ha sido, sin duda, el fenómeno más disruptivo que ha afectado a los sistemas educativos modernos. Ha forzado la interrupción de las clases presenciales y obligado a transitar a un modelo online, o híbrido, que era desconocido y para el cual la mayor parte de los sistemas educativos no estaban preparados. Si bien esto ha permitido un cierto nivel de innovación en el sector tecnológico-educativo, el desarrollo de nuevas plataformas y metodologías en el agregado la pandemia ha sido, en mi opinión, muy perjudicial para los niños y jóvenes del país”, señala Ingeniero Civil de la Universidad Católica y Doctor en Economía en la Universidad de Maryland (USA). Trabaja en el Centre for Skills de la OCDE en París, liderando proyectos que buscan dar una mirada estratégica y multisectorial a problemas en las áreas de educación y mercados laborales. Ha trabajado en proyectos con países como Eslovaquia, Portugal, Malasia, Tailandia, México y actualmente lidera un proyecto sobre aseguramiento de la calidad de la educación de adultos en países OCDE. Ha sido profesor universitario y consultor del Banco Mundial y del BID.
—Mientras la mayor parte del mundo desarrollado intentó acortar las pérdidas de clases presenciales, limitando el cierre de las escuelas, en Chile me parece que no se le tomó el peso a las consecuencias negativas que esto podía traer. Pese a los esfuerzos de las autoridades y las recomendaciones de muchos organismos internacionales, los colegios se mantuvieron cerrados por un periodo muy largo. Como resultado de esto, el impacto en el aprendizaje ha sido enorme y las consecuencias se van a sentir por mucho tiempo. Además de los ya evidentes rezagos en el aprendizaje, esto ha significado un gran retroceso en materia de equidad. El cierre de colegios ha afectado desproporcionadamente más a los alumnos de familias de bajo nivel socioeconómico, que tienen un menor acceso a internet y computadores, y que se desenvuelven en entornos mucho menos favorables para afrontar los desafíos de la educación a distancia.
Todo esto se va a traducir en un aumento de las brechas educativas por nivel socioeconómico que puede tardar años en subsanarse. Y aquí no estamos hablando solamente de menores niveles de desempeño escolar, si no que también un efecto en el desarrollo de habilidades socioemocionales, prácticas, de mayores niveles de deserción escolar y un deterioro de la salud mental.
—¿Qué debilidades debemos resolver y qué fortalezas cultivar?
Creo que en el corto plazo debemos buscar recuperar el tiempo perdido producto de los cierres de las escuelas y apoyar a los alumnos que se han visto mayormente afectados. Es decir, debemos evitar que esta disrupción producto del Covid tenga un impacto permanente en los alumnos y tomar medidas remediales rápidamente.
Pensando en el largo plazo, Chile tiene aún desafíos muy importantes. Creo que uno de ellos es el fortalecimiento de la educación pública, que pasa, por ejemplo, por dar mayor autonomía a los equipos directivos, mejorar la gestión de los establecimientos y de los servicios locales, quitar trabas administrativas y aliviar la burocracia, y sin duda pasa también por mejorar la formación inicial y continua de los docentes. Creo que en esto último se han dado pasos importantes, como por ejemplo con los cambios que se han introducido a la carrera docente, pero aún queda mucho trabajo por delante.
En otro ámbito, Chile debe subirse al carro de la educación temprana en serio y ofrecer educación parvularia de calidad sobre todo a la población más vulnerable.
Finalmente, y algo que estamos empujando mucho desde la OCDE, es el de invertir en el aprendizaje a lo largo de toda la vida. Ya no podemos ver a la educación como una actividad reservada a los jóvenes en los primeros 18 años de vida. Este cambio de paradigma pasa, por ejemplo, por potenciar la educación dual, ofrecer mayores oportunidades de aprendizaje en conjunto con el sector productivo y reconocer aprendizajes previos. Muchos países están haciendo un gran progreso en esta línea y Chile no puede quedarse atrás.
Todos estos cambios son complejos y requieren no solo más recursos, sino que también voluntad política y trabajar en conjunto con la sociedad civil y el sector productivo. Lamentablemente, no veo que hoy estos factores se estén conjugando de la mejor manera y, además, creo que Chile tiene poco espacio para hacer inversiones importantes en educación. En los últimos años, parte importante de los aumentos del gasto público en educación han ido a financiar políticas cuyo retorno social es más bien acotado, como la gratuidad universitaria. En este contexto, veo que hay muy poca holgura financiera como para impulsar reformas profundas en los niveles donde realmente se necesitan.
—¿Qué experiencias exitosas se pueden destacar y que son posibles de imitar?
Creo que Chile no debe caer en la tentación y en el simplismo de importar modelos que son aparentemente exitosos en otras latitudes. Idealizar algunos países o modelos e imitarlos a rajatabla no es el camino. Hay factores culturales, institucionales e idiosincráticos que explican gran parte del éxito de ciertos modelos y que dificultan su implementación en otros contextos.
Pienso que Chile tiene la suficiente capacidad institucional para construir sobre lo existente y hacer mejoras incrementales inspiradas en otros modelos. El camino del éxito creo que es siempre el de introducir reformas de manera gradual, con buenos sistemas de monitoreo y evaluación, para así escalar aquello que resulta exitoso. En este sentido, la cooperación internacional es clave. De hecho, desde la OCDE, por ejemplo, damos soporte técnico a los países y buscamos ser una plataforma para que los países miembros conversen y aprendan de las experiencias de otros.
—Con respecto a la tecnología, ¿qué ha demostrado la pandemia con respecto al aporte real de esta en la educación?
Sin duda que la tecnología ha servido muchísimo durante la pandemia. Ha ayudado a mitigar los efectos negativos de los cierres de las escuelas y ha permitido dar continuidad a los estudios de miles de estudiantes. Una situación similar hace 20 o 30 años hubiese sido aún más desastrosa. Sin embargo, también hemos podido evidenciar las limitaciones de las tecnologías para fines de instrucción. En primer lugar, como aún persisten desigualdades de acceso a la tecnología, no todos pueden beneficiarse de la misma manera, lo que va en desmedro de aquellos de menor nivel socioeconómico, con el consecuente riesgo de incremento en las brechas de aprendizaje. Luego, creo que la tecnología ha demostrado ser más efectiva en algunos niveles que en otros. Por ejemplo, es muy difícil sustituir el contacto humano que se requiere en la primera infancia o en los primeros años de educación básica. Como las plataformas tecnológicas permiten niveles muy limitados de interacción social, es un sustituto bastante imperfecto de las presencialidad en las primeras etapas. Asimismo, la tecnología resulta no ser muy útil, por ejemplo, para la educación técnico-profesional, donde el aprendizaje práctico y en los lugares de trabajo son clave. Sin embargo, ha mostrado ser una herramienta muy efectiva para la educación media o superior, así como también para la capacitación de docentes y adultos en muchas áreas.
Espero que seamos capaces de sacar el mejor provecho a los avances tecnológico-educativos que se han producido en este tiempo. La tecnología ha servido, en muchos casos, para disminuir los costos de la docencia, ampliar el abanico de oportunidades de aprendizaje y masificar el acceso a material docente de calidad. Sería una lástima que este impulso se pierda una vez que pase la pandemia.
—Respecto de la comunidad y el entorno social de las escuelas, ¿se ha avanzado en colaboración entre escuela y empresas por ejemplo?
Este va a ser un tema clave en las próximas décadas. Los países desarrollados, especialmente en Europa, vienen fortaleciendo desde hace algún tiempo la relación entre los sectores productivo y educativo y promoviendo el aprendizaje a lo largo de la vida de las personas.
En Chile, se han hecho esfuerzos que son muy valiosos, pero todavía no logra configurarse como un tema de prioridad nacional. El trabajo que se ha hecho, por ejemplo, con el desarrollo del marco nacional de cualificaciones es un paso muy importante. Se ha llevado a cabo un trabajo de gran calidad con el objetivo de articular mejor las trayectorias educativas y de crear puentes con el sector productivo. Sin embargo, lamentablemente la educación técnico-profesional no ha sido nunca un tema prioritario en Chile y prácticamente no tiene resonancia mediática. Mientras tanto, muchos países de la OCDE, y en especial de la Unión Europea, han puesto la educación técnico-profesional en el centro de su modelo de desarrollo y han invertido recursos importantes en educación continua, capacitación laboral y en estrechar lazos con el sector productivo. Me temo que en Chile se está perdiendo tiempo muy valioso y espero que podamos reconocer su importancia y tomar acciones a tiempo. MSJ
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Ricardo Espinoza. Ingeniero Civil de la Universidad Católica y Doctor en Economía en la Universidad de Maryland (EE.UU.). Trabaja en el Centre for Skills de la OCDE en París, liderando proyectos que buscan dar una mirada estratégica y multisectorial a problemas en las áreas de educación y mercados laborales. Ha trabajado en proyectos con países como Eslovaquia, Portugal, Malasia, Tailandia, México y actualmente lidera un proyecto sobre aseguramiento de la calidad de la educación de adultos en países OCDE. Ha sido profesor universitario y consultor del Banco Mundial y del BID.