Richard Kearney viaja desde el corazón de la filosofía hasta la contingencia mundial, haciendo breves paradas en la poesía, la literatura y el cine. Como buen irlandés, sus referencias al cristianismo están siempre presentes. Como intelectual prominente en su país, participó en la redacción de una serie de propuestas para un acuerdo de paz de Irlanda del Norte entre 1983 y 1995. Es director internacional de Guestbook Project. Hoy es académico de Boston College, tras haber enseñado en las universidades de la Sorbonne, University College Dublin y University of Niza, entre otras.
—¿Cómo ve el mundo hoy tras la pandemia? ¿Cómo podría describir nuestra situación como humanidad?
Pienso que la pandemia y la crisis climática son dos fuerzas gemelas, recordatorios tangibles acerca de que las cosas no pueden seguir tal como están, porque hoy nos enfrentamos a nuestra propia extinción física y carnal. Y esto, que es una negación radical del ser humano, es también una negación radical de lo divino, porque Dios eligió encarnarse en un cuerpo.
Durante la pandemia, perdimos la forma normal de estar en contacto físico con nuestra comunidad y solo cuando lo perdimos, nos dimos cuenta de lo importante que era. Hay una frase notable en una canción de Joni Mitchell, la cantante canadiense, que dice “No sabes lo que tienes, hasta que lo pierdes”. Y bueno, cuando la pandemia azotó el mundo, cayó sobre todos, en todas partes, sin importar fronteras o nacionalidades. Y nos recordó que el contacto, el tacto es nuestro sentido primario, o como bien dijo Aristóteles “el más universal de los sentidos”. Sin tacto, morimos. Es el primer sentido que desarrollamos en el útero, es el último que nos deja al morir. Es, además, un sentido recíproco: sentimos al tocar y sentimos que nos tocan. El ejemplo más claro de esto es el dar la mano, es una doble sensación, hay reciprocidad, mutualidad, y esto es fundamental para nuestro ser. Esto es válido para los otros sentidos también: miramos y somos vistos, escuchamos y somos escuchados y así… Pero todo eso está basado en, como bien dijo Aristóteles, el tacto. En la encarnación física de nuestros seres tangibles y táctiles. Y justamente la pandemia nos golpeó en ese nivel, y nos recordó que somos seres en contacto con otros seres, y precisamente se nos prohibió estar en contacto con otros. Se pudo compensar hasta cierto punto con el imaginario digital, pero no podemos reemplazarlo.
Esperamos que esta pandemia se resuelva con la vacunación, pero habrá más pandemias y lo importante aquí es que hay otro recordatorio, otra fuerza para convencernos del cambio. Y esa es simplemente la Tierra misma hablándonos a través de nuestro tacto: el planeta que pisamos y sentimos, diciéndonos a través de nuestro cuerpo, que las cosas no pueden seguir así. Entonces ¡Debemos cambiar!
—Así como existen estas fuerzas para advertimos del peligro, ¿con qué fuerzas contamos para salir de esta crisis?
Contamos con nuestra tradición abrahámica, que es nuestra tradición de sabiduría y podemos recordar la importancia que la encarnación tiene en ella, porque creo que, gracias a cierta perversión del platonismo, como dijo Nietzsche, el cristianismo se volvió platonismo para la gente. Y hay un olvido del radical mensaje de la encarnación: que Cristo fue palabra hecha carne.
Junto con esto, y porque somos naturaleza encarnada, también una mayor conciencia del sufrimiento físico de mucha gente en el mundo, ya sea en Afganistán, África, o en América, a causa de la pandemia y de la crisis climática. Yo prefiero hablar de emergencia climática, al igual que Mary Robinson, ex presidenta de Irlanda y ex comisionada de derechos humanos de las Naciones Unidas, y actual enviada especial para el cambio climático de las Naciones Unidas. Ella tiene un libro maravilloso, que estoy leyendo junto a mis estudiantes, llamado Climate justice, hope, resilience and the fight for a sustainable future. Este, al igual que mi libro Radical hospitality, invita a una convivencia ecológica entre humanos y también entre especies. Debemos pensar en el futuro y no solo ser encargados de la Tierra, porque hemos sido malos encargados. Podemos dar vuelta ese paradigma, para pensar en que la Tierra se encarga de nosotros.
Descartes dijo que debiésemos ser amos y poseedores de la naturaleza, y con la Revolución Industrial, la revolución tecnológica, la revolución electrónica, y la revolución digital nos hemos convertido en amos y poseedores de la naturaleza, pero al mismo tiempo la hemos alienado, vaciado, manipulado, contaminado y destruido. Y ahora estamos pagando el precio. Entonces, ¿cómo podemos hacer un cambio de paradigma desde el antropoceno donde fuimos los amos de la naturaleza y esta fue tratada como una invitada (y muy mal tratada), hacia una inversa, donde nosotros somos los invitados y la tierra nuestra anfitrión? Esto es muy evidente en muchas culturas aborígenes e indígenas y en otras religiones orientales como el hinduismo, donde hay reverencia a ríos, montañas y animales. Lo mismo en el budismo con seres sensibles, no solo los humanos, como en la visión antropocéntrica occidental, sino que todos los seres sensibles merecen compasión.
Creo que nuestro mundo occidental necesita evolucionar desde el antropoceno (que se ha impuesto durante los últimos 300 años a través del imperialismo, la colonización, el capitalismo, la revolución industrial y el posterior progreso) hacia lo que yo llamo simbioceno. No soy la única persona que lo llama así, hay muchos eco filósofos y activistas, y esto es un movimiento espiritual además de ser social y político, que trabaja para este simbioceno, donde actuamos en simbiosis con otros humanos y también con seres no humanos, lo cual es muy importante. Pasamos de ser siempre los encargados, a reconocernos también como invitados, nos permitimos ser acogidos por los árboles, por las montañas, los ríos, el cielo, por los elementos que han sido creados, en nuestra tradición cristiana, por Dios.
—¿Con qué herramientas contamos para efectuar ese cambio de paradigma, desde el antropoceno al simbioceno?
Creo en el poder de la imaginación y creo que tenemos esperanza para imaginar otro mundo, sintiendo que tal como está, no puede seguir y que las cosas deben cambiar.
Ahora, estamos en un momento en la historia en que convive el poder de la imaginación con el poder de la crisis. Porque en la actualidad contamos con mucha imaginación y, de hecho, al convivir en un mundo digital, probablemente pasamos más de la mitad del día imaginando. Esa es nuestra tecnología post moderna. Vivimos en un imaginario digital con todas las poderosas posibilidades que eso significa, para bien o mal. Pero la contra cara, la crisis, está en que hemos perdido el contacto físico, el tacto, lo propiamente táctil.
Entonces, uno podría llegar a imaginar el mundo en el futuro donde, producto del desastre climático (esto es un escenario de ciencia ficción apocalíptico), ya no pudiéramos vivir con nuestros cuerpos en esta tierra, pero pudiésemos transportarnos gracias a la tecnología mediante una versión virtual de nosotros mismos. Si eso llegase a ocurrir, dejaríamos de ser completamente humanos para transformarnos en ciber clones, cyborgs, réplicas, como en las películas y series que las generaciones jóvenes están mirando, Westworl, Her, Ex Machina, Black Mirror… Todas ellas expresan la ansiedad ante este escenario (que podría ser real), donde debamos vivir en este mundo intangible, en el que sea necesario movernos a través de nuestros dispositivos digitales, teniendo una vida imaginaria e indirecta.
Ahora, obviamente para los cristianos, yo diría que para la tradición abrahámica en general, esto es extremadamente importante. El Dios del que hablamos en el cristianismo, eligió encarnarse y por eso es serio imaginar perder nuestra existencia carnal. Como en la hermosa Creación de Adán en la Capilla Sixtina, necesitamos de esas dos manos acercándose para tocarse mutuamente. Y esta es la extraordinaria paradoja y el poder de la palabra “digital” que se refiere a las puntas de los dedos y a nuestra huella digital que es nuestra identidad más única y al mismo tiempo se refiere a nuestra tecnología de codificación que nos permite escapar de nuestra existencia táctil hacia una existencia sin tacto.
El peligro de la digitalización de nuestra existencia viviendo a través de Zoom, es que perdemos la emoción. Compartir con otras personas es una fuente primaria de emoción. Por supuesto podemos tener emociones y deseos indirectos a través de una pantalla, incluso tener sexo indirecto, pedagogía indirecta, etc., pero se pierde la convivencia personal, que es tan esencial para nuestro ser y para nuestro bienestar. La película Her que mencioné anteriormente es un ejemplo de esto, y también Don Jon, otra película que vemos con mis estudiantes. Él es un adicto a la pornografía y tiene dificultades para relacionarse con otras personas, es una película maravillosa. Estas son ansiedades reales de la gente, cosas muy prácticas.
—Es muy interesante que usted vea en nuestra encarnación una posible salida a la crisis, y que esa realidad de ser “carne” sea todo lo opuesto al antropocentrismo. Recuerdo a Friedrich Hölderlin cuando decía “allí donde crece el peligro crece también la salvación”. También es importante advertir que usted encuentra recursos para el cambio de paradigma en nuestra tradición cristiana, ya que en un mundo más secular la salida pareciera ser alejarnos de nuestra tradición.
La tradición y cultura cristiana ha sido culpada por Nietzsche, Marx, Freud, entre otros, de relacionar la carne con el pecado. Pero el real mensaje del cristianismo es todo lo contrario: “Vine a traer vida en abundancia”. Esto se refiere no solo a la vida de la mente o del espíritu, sino también a la vida del cuerpo. ¿Qué hace Cristo? Tengo un capítulo sobre esto llamado Wounded Healers —sanadores heridos—, en mi libro sobre el tacto. Jesús toca a la gente, la sana con las manos, o la alimenta, por ejemplo, con la multiplicación de los panes y los peces, en la última cena, o en las bodas de Caná. Su misión comienza compartiendo alimentos y termina con la última cena. Incluso Cristo resucitado comparte el pan en Emaús con sus discípulos y luego a orillas del lago Galilea los invita a tomar desayuno. En otra aparición post pascual, lo primero que pide es un pescado para comer… Es un recordatorio de que no soy un fantasma sin sustancia, soy carne y hueso. En Mateo 25 la gente le dice: “No te reconocimos”, y él responde, “fui yo el que les pedí agua y comida”. Entonces esta encarnación, este volver una y otra vez a reencarnarse, es el llamado del cristianismo, para alimentar a mis corderos, alimentar a mis ovejas. Y no es una metáfora, es literal: necesitamos alimentar de nuevo a la Tierra, y agradecerle como nos ha alimentado a nosotros. Hay una fidelidad a la Tierra en el cristianismo que es de suma importancia, gran parte de lo que hizo Cristo durante su vida fue sanar a la gente a través del tacto, o alimentarla y celebrar.
De comienzo a fin la historia de los evangelios es radicalmente encarnada. Pero no es necesario esperar a Filipenses 2 para entender este mensaje de kénosis, está prácticamente en todas las historias de la Biblia. De hecho, en el Antiguo Testamento, Jacob recibe el nombre y la experiencia de Dios, luchando mano a mano, a puño limpio. También en el Torah, la Biblia Judía, se destaca la importancia de la encarnación. En mi libro Anatheism: Returning to God After God empiezo con la escena inaugural de la religión Abrahámica, Judía, e Islámica, que nos presenta a Abraham y a Sara compartiendo su comida con tres extranjeros. Y estos tres extranjeros, al compartir su comida, se convirtieron en Dios. El cristianismo es esa reiteración: la hostilidad que se convierte en hospitalidad, el odio que se transforma en amor y la escasez que se transforma en compartir.
Una cosa más que se me ocurre ahora, Platón define al humano como antropos, de la palabra griega que significa “el que mira al cielo”, y vuelve a la etimología diciendo que el humano es el que se para en la tierra en dos pies, deja de ser cuadrúpedo para pasar a ser Homo Erectus y Homo Sapiens. Con esto vino el optocentrismo, la supremacía de la vista por sobre los otros sentidos. Con el antropoceno ganamos esta supremacía de la vista, pero perdimos contacto con el tacto y con otras especies no humanas con las cuales antes teníamos una relación más cercana. No es que debemos dejar de ser antropos, sino que hay que recordar que debido al optocentrismo que lo acompaña, corremos el riesgo de dejar de lado los otros sentidos, particularmente el tacto. En otras palabras, el antropoceno debe evolucionar hacia el simbioceno, hacia una coexistencia de imaginación digital y existencia táctil.
—¿Cómo traslada este cambio de paradigma a lo político, a la comunidad? En el caso de Chile estamos redactando una nueva Constitución, con mucho dolor por el pasado político reciente y en medio de grandes desigualdades.
Estoy al tanto de lo que me comenta sobre la Constitución para Chile. Hay cosas muy prácticas que pueden y deben ser legisladas. Por ejemplo, una respuesta a la pandemia es que todos se vacunen, usen mascarillas de forma obligatoria y mantengan distanciamiento físico. Esto requiere legislación y, por cierto, conlleva un gran impacto emocional. Pero es necesario precisamente para poder reencontrarse y estar juntos.
Hay muchas otras circunstancias que requieren ser legisladas. Por ejemplo, la producción de comida. ¿Cómo desarrollamos una cultura alimentaria sostenible que logre sobrepasar y descartar la necesidad de la agroindustria y estas enormes fábricas de carne que mantienen animales encarcelados bajo un tratamiento espantoso? Hemos convertido la naturaleza en un recurso para satisfacer nuestros objetivos consumistas. Esta es la fuente de muchas enfermedades, incluyendo las pandemias. Entonces algo debe cambiar en este nivel y esto requiere legislar y ser extraordinariamente creativos para poder producir alimentos en una forma sostenible que respete nuestras responsabilidades hacia las otras especies y proveer alimentos de buena calidad. Para eso necesitamos tecnología y también sabiduría ancestral, tradiciones de cocina, necesitamos todo eso. La legislación es necesaria, porque de otro modo esto se podría transformar en un lujo solo para élites que pueden pagar productos de un supermercado macrobiótico a un precio carísimo. Hay que crear una cultura alimenticia, que permita otro tipo de relación para la coexistencia de las especies. Y esto va a mejorar nuestra salud y nuestras responsabilidades espirituales y religiosas hacia la Tierra y para todos quienes la habitamos.
También es necesario hacer cambios a nivel energético, de transporte…, lo cual requiere imaginación y tecnología. No es que vayamos a retroceder 500 años y deshacer la modernidad. Hay que usar las formas más avanzadas de tecnología para encontrar alternativas, por ejemplo, a la contaminación por carbono que nos está asfixiando. Muchas de estas políticas deben ser abordadas a nivel nacional, como ustedes que están trabajando en su nueva Constitución, pero también deben ser revisadas a través de las legislaciones internacionales, porque ¿de qué sirve que ustedes en Chile, o nosotros en Irlanda, adoptemos una política mientras en el resto del mundo están haciendo lo contrario? Entonces China debe ser parte de esto, Rusia tiene que ser parte de esto, todos debemos reconectarnos. El clima y la pandemia no respetan fronteras, nos recuerdan que estamos todos conectados. Las partículas nos están gritando: “¡Basta, ya es demasiado! Deben parar, deben cambiar”.
—¿Cómo conecta el futuro, el tacto y la imaginación?
La mayor parte de mi trabajo durante los primeros 30 o 40 años de mi carrera intelectual, ha sido sobre la imaginación y el imaginario, y no quiero renunciar a ello porque creo que la imaginación es el poder de lo poético para visualizar otras posibilidades y, por ende, desafiar el mundo en su estado actual. Entonces, creo en la imaginación, pero el peligro está en la desencarnación, particularmente con la red digital imaginaria. Por eso debemos regresar a nuestro cuerpo, recuperar el tacto que es nuestro sentido más vital y la pandemia vino a recordárnoslo cuando no pudimos estrechar nuestras manos o estar juntos. Nos dimos cuenta de lo poco natural que es estar separados.
Creo en el poder del arte. En un poema de Rainer Maria Rilke, el poeta alemán, un torso de una escultura se dirige a un espectador en el museo y le dice que debe cambiar su vida. En cierta manera eso es lo que hace el arte, nos pide un cambio. La belleza, como dijo Dostoievski, salvará el mundo. Y la belleza, el poder del arte —aunque el arte no siempre es “bello”— nos pide cambiar. Herbert Marcuse dijo una vez que la dimensión estética de una pieza artística, ya sea un poema, una pintura, una película…, es un imperativo categórico de que las cosas deben cambiar.
También hay muchas personas pensando y trabajando en esto; como Mary Robinson, que fue presidenta de Irlanda, es abogada constitucionalista y actualmente es enviada especial de Naciones Unidas para el medio ambiente. Greta Thunberg tuvo la virtud de llegar a la generación más joven. Deb Haaland es la actual Secretaria del Interior de los Estados Unidos y es la primera mujer indígena norteamericana en formar parte de un gabinete de gobierno. Todas ellas trabajan intensamente en promover estos cambios que necesitamos para sobrevivir como seres vivos.
—Lo que usted señala me recuerda la importancia de la base material en la que existimos. Quizá uno de los problemas en Chile es que nos hemos apartado en esa condición material de la existencia: tenemos barrios muy segregados donde no nos encontramos en la calle; los pueblos originarios como los mapuche viven en territorios de mucha explotación industrial sin respeto por la tierra ni el agua. Entonces, si entiendo bien, esta revolución de la carne, que usted plantea, también tiene que crear las condiciones materiales que permitan que podamos vivir más en comunidad. Porque si nuestras condiciones de vidas son tan diferentes, es imposible juntarnos de nuevo.
Absolutamente. Los imperativos del tacto, el llamado a lo táctil, son precisamente para la coexistencia y van en contra de la segregación de las personas. Entonces la arquitectura, la planificación de las ciudades y la urbanización son centrales para esto. Y aquí es donde la legislación importa; cuando la gente es segregada en ghettos, o en suburbios, o en territorios según su raza, clase social, color de su piel o cualquier otra categoría, eso es una traición a la carne. Es una traición al cuerpo místico de Cristo, para ponerlo en términos cristianos. Es una traición al cuerpo cósmico de la humanidad y a todos los seres vivos de este simbioceno. Es una traición que desencadena ansiedad, violencia, drogas, conflicto, depresión, suicidio, muerte. ¿Es Thanathos, sabes? Y por otro lado está Eros, como reconoció Freud en su libro Beyond The Pleasure Principle. Esto nos lleva atrás, a El Banquete de Platón, como una fuerza para la conexión, para el contacto. Thanathos se ensimisma y muere. Freud era pesimista y pensaba que Thanathos ganaría en la cultura occidental, por lo que el denominaba principio del Nirvana, de la inacción e inmovilidad. Pero la emoción es precisamente el movimiento hacia el otro, y eso es Eros, como fuerza de vida. Y Freud termina su libro Civilization and its Discontents, en su último párrafo escrito a comienzo de los años treinta, mientras Hitler llegaba al poder en Alemania, diciendo que el futuro de Europa y del mundo sería determinado por esta nueva guerra de gigantes, como los Titanes de la cultura griega. Pero esta nueva guerra, la nuestra, también es entre Thanathos y Eros, entre la tribu de la muerte y la tribu de la vida. En ese momento no había claridad de quien ganaría esta guerra, pero cuando Freud vio el Hitlerismo y el Stalinismo avanzar, tomando poder, fue muy pesimista y creyó que Thanathos ganaría. Creo que hoy debemos aferrarnos a la posibilidad de que Eros, como la fuerza vital, finalmente triunfará. Eros es una fuerza, sin entrar en el trabajo de Merleau-Ponty, es la atracción, una fuerza metafísica, tal como sabía Platón, que nos da esta gran conexión con nuestros compañeros humanos y compañeros de otras especies.
—En esta conversación, usted ha realizado un link entre las ideas y la realidad encarnada del ser humano. ¿Cómo evitar que las ideas sean una alienación, un platonismo? Y en el mismo sentido, ¿cuál es el rol público de los intelectuales como usted, o de medios como revista Mensaje? ¿Cuál sería el rol de filósofos, pensadores e intelectuales en nuestro mundo actual donde la encarnación es muy necesaria?
Bueno, estoy completamente de acuerdo y básicamente la idea de encarnación no es una reducción materialista. La carne como carne vivida, viva en vez de corpa, es carne espiritual. No hay una división en ese sentido, somos sujetos corpóreos y somos cuerpos espirituales, y debemos evitar el dualismo platónico absolutamente, o el dualismo cartesiano. Creo que es importante que intelectuales, o filósofos, al comunicar ideas sigan el consejo de mi mentor Paul Ricoeur, yendo desde la acción al texto y del texto a la acción. Así nuestro texto estará lleno de pensamiento filosófico que proviene de nuestras experiencias vividas y creamos nuestra filosofía desde historias, luego reflexionamos a través del razonamiento y especulación; después de que analizamos volvemos a la vida y a las historias. Eso es recurrir a una noción prefigurada de nuestras experiencias vividas que ya son una narrativa y que han tomado la forma de nuestra existencia en relación a otros. Hay una sabiduría práctica en esto. La filosofía reflexiona sobre ello. Como dice Hegel, el búho de Minerva solo vuela al caer la noche. Pero lo vivido ya está hecho y la comprensión está ahí, en nuestras experiencias vividas.
Creo que es muy importante que la filosofía recuerde que viene de la vida y vuelve a la vida; viene de una existencia encarnada y vuelve en este momento de refiguración nuevamente a la existencia encarnada, en lo que Ricoeur llama “la vida de acción y sufrimiento”. Y cualquier vida intelectual que se olvida de esta doble lealtad entre la acción de donde vino y la acción a donde va, se vuelve intelectualismo y ahí sí que estamos en una división platónica-cartesiana entre la vida en el cogito y la mente, lo cual es puramente cerebral y conceptual.
La filosofía debe volver a la noción de la sabiduría como Sapientia, savourer, savoir, saborear, tocar. Esa es la raíz de Sapientia y la hemos perdido en muchos sentidos en nuestra sobre-especulativa existencia socio-filosófica occidental, existencia platónica. Creo que debemos volver, en términos de teología, a una teología de encarnación, y en la filosofía necesitamos volver a la filosofía de las experiencias vividas. Aristóteles sabía todo acerca de esto y quería rescatar este fenómeno. Y fue él, en su libro Del Alma, quien dijo que el tacto es el más primario y universal de los sentidos. Entonces se entiende que Santo Tomás de Aquino una a Aristóteles con el cristianismo, porque ambos creen que, y citando a Aquino, “Nihil in intellectu nisi prius in sensu”, es decir, no hay nada en nuestra mente que no estuvo primero en el cuerpo. MSJ
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Richard Kearney. Filósofo irlandés, discípulo de Charles Taylor y Paul Ricoeur. Autor de una veintena de libros sobre filosofía y literatura europea y co-editor de otros veinte más. Actualmente es académico en Boston College. Ha enseñado en las universidades de la Sorbonne, University College Dublin y University of Niza, entre otras. Como intelectual prominente en su país, participó en la redacción de una serie de propuestas para un acuerdo de paz de Irlanda del Norte entre 1983 y 1995. Es director internacional de Guestbook Project.