“La protección de nuestro habitar y avanzar en justicia social, son los retos esenciales para pensar en un mejor vivir”, señala esta premiada poetisa de Chiloé, que fue candidata independiente en las elecciones convencionales constituyentes de Chile 2021.
La pandemia podría parecer un momento propicio para apreciar, reflexionar, valorar, otras formas de vivir, señala esta poetisa. Pero, para la mayoría de las personas, es un estado de suspensión, de incertidumbre, donde cuesta encontrar las palabras para construir la realidad.
Y eso es precisamente lo que hace Rosabetty Muñoz: urde con palabras una visión de mundo, transformando la poesía en un “espacio de resistencia”, según los investigadores de su obra.
Nació en Ancud (9 de septiembre de 1960), creció en su ciudad natal y dio los primeros pasos como poeta en el grupo Chaicura. Es profesora de castellano de la Universidad Austral de Chile y publicó su primer poemario, Canto de una oveja del rebaño, en 1981 cuando estudiaba en Valdivia, donde escribió la mayor parte de su segundo libro, En lugar de morir (1987). Su tercer poemario, Hijos (1991), lo gestó, según ella misma relata, “tras un negro periodo, en el que creí haber secado el pozo de mi poesía”. Vive en Chiloé desde que tiene memoria; allí creció entre chucaos, nalcas y la presencia casi física de los personajes de leyenda que poblaron su niñez.
HOY, CUANDO SE DISUELVE LA IDEA DE FUTURO
—¿Qué debería preocuparnos del presente?
En lo más inmediato, preocupa el hundimiento en la pobreza de muchos; esta pandemia ha hecho que se retroceda en aspectos como la nutrición, el empleo, la vivienda; hay una gran cantidad de personas intentando sobrevivir, con todo lo demás postergado. El borroso futuro, la incertidumbre, son experiencias muy duras que nos afectan a todos; aun los más optimistas, sentimos crecer periodos de angustia y cuesta encontrar palabras que construyan realidad hacia adelante. Y está el tema de la transformación de las relaciones humanas, de los modos de vivir en comunidad que parecen haber cambiado para siempre. Es probable que se siga desarrollando lo telemático en variados aspectos: trabajo, reuniones, participación en actividades artísticas incluso con lo que implica para los seres humanos: el otro va a ser cada vez más una imagen, el temor de los cuerpos a los cuerpos del otro desplazará la cercanía física, lo táctil. Ese abandono de la realidad, es lo más atemorizante, pienso.
Es un tiempo presente sostenido, lineal, que nos somete cada día a dudas y exigencias fuertes para resolver lo cotidiano, sin entender el conjunto. La paradoja nuestra es que tenemos la oportunidad de enfrentar la vida con el ánimo que el poeta latino identifica como Carpe Diem; un concepto que tiene esa dimensión de apreciar / reflexionar / valorar otras maneras de vivir, pero son pocos privilegiados los que pueden entregarse a este ejercicio. La mayoría de la gente está en un estado de suspensión, mirando con angustia cómo se disuelve la idea de futuro.
—¿Qué cree usted que lo está cambiando todo?
La percepción de que hemos ido demoliendo nuestra relación con el medio natural y estamos sometidos a los efectos de nuestra propia actitud. Es simbólico esto de replegarnos a los interiores, hacia adentro, como obligados a mirar desde el lugar de lo íntimo el tipo de vida que instalamos paulatinamente. Cómo fuimos deteriorando el habitar, cómo fuimos olvidando los lazos con los demás. Ahora, nos remece la posibilidad cierta de que no volvamos a vivir como hace un par de años; que el distanciamiento social sea permanente, que los encuentros masivos sean historia, que la amenaza de muerte esté muy ligada al otro, a contagiarse por tocar o respirar cerca de otros. Esa sensación de una peste que evoluciona y convive con nosotros es un elemento que —por supuesto— cambia nuestra relación con el trabajo, con la familia, con los amigos, con la comunidad de la que somos parte.
QUE EL ESPÍRITU DE ENCUENTRO SUPERE A LA SOBERBIA
—¿Sobre qué es usted optimista?
En lo más cercano: la nueva Constitución y su carácter constructivo; todo este proceso de diálogo/conversación acerca del país que soñamos y cómo entendemos el Bien Común o Buen Vivir. La búsqueda de un nuevo pacto social que incluya la prevención de muchos males presentes, como el trato a la naturaleza y los recursos naturales, es el aire que respiramos muchos hoy; nos mantiene a raya la desesperanza global. Pienso que la protección de nuestro habitar y avanzar en justicia social son elementales para pensar en un mejor vivir y, aunque no está siendo una instalación constituyente fluida, espero — como muchos— que el espíritu de encuentro supere a la soberbia; que las descalificaciones desaparezcan y se sienten realmente a tratar de entenderse aquellos mandatados para tal fin.
Respecto del mundo global, creo que el ser humano ha pasado por duras crisis en distintos momentos de la historia y siempre ha encontrado caminos, formas de superar las circunstancias. Así como las generaciones jóvenes han ampliado la visión respecto de cómo entender la convivencia integrando las reflexiones sobre género, el respeto a los animales y toda forma de vida, la resistencia a formas de poder anquilosadas; así espero que entre todos vayamos descubriendo mejores formas de relacionarnos, respetando las buenas obras del pasado y los valores del humanismo.
Como decía antes, creo que hay una luz en esto de “irse para adentro” y volver a los interiores; podría ser que el ejercicio de reducir los estímulos exteriores, el recogimiento, nos haga revisar quiénes somos, quiénes queremos ser. Concentrarnos en la recuperación de sentidos.
—¿Qué pensadores y/o artistas cree usted que están aportando interesantes puntos de vista a la humanidad hoy?
Es difícil esta pregunta, porque hay tanta reflexión, tanta reacción casi encima de los hechos, que me satura un poco y, en la mayoría de los casos, las interpretaciones casi simultáneas con las emociones prendidas, ahondan en la inseguridad. Tal vez por eso he vuelto a lecturas clásicas (incluso textos como Isaías de la Biblia) y me enfoco mejor en formas de leer. Leer con ese tiempo extendido y lento que nos permite la pandemia y aprovechar la riqueza de perspectiva que nos da apartarnos de la contingencia. Puedo contar que he estado leyendo la biografía de Sofía Tolstoi (escrita por Alexandra Popoff), sumergida en la Rusia enorme, pobrísima hasta la desesperación; o el bellísimo libro de Rebecca Solnit, una guía sobre el arte de perderse, que seguí seducida porque nos va adentrando en mundos apartados de lo tecnológico y nos sugiere que, en cada paseo, en cada lectura, en cada encuentro uno puede asomarse al abismo de lo desconocido y eso es apasionante.
He leído también bastante ensayo o narrativa que cruza una y otra vez los límites de géneros literarios como La Soledad del Lector, de David Markson, o Alfabetos desesperados, de Catalina Porzio. En este ultimo, la autora hace un registro de ocasiones imposibles —en apariencia— para la comunicación y cómo los seres humanos han encontrado el modo, la forma de extender vocales, palabras, aliento, en el afán de comprenderse.
Y la lectura fundamental, desde mi punto de vista, es la poesía y su vocación de Agua Viva; de reserva de significados. Y entre los poetas, aquellos que nos inspiran para sostener la esperanza: Floridor Pérez, Raúl Zurita, Gabriela Mistral, Constantino Kavafis, Walt Whitman, Sergei Esenin, podría ser una lista interminable. Recuperar autores cuyo contexto fue tremendo y pudieron elaborar mundos mejores como Eluard o Anna Ajmátova. Estoy leyendo también a Byung Chul Han por su agudeza para mirar el presente y a Sennet, por la perspectiva (El Artesano). Para no ahogarnos en un momento que parece sin bordes pero que, seguramente, se trata de otro momento en la excitante experiencia humana en este planeta.
RECUPERAR LA AUSTERIDAD DE NUESTROS MAYORES
—¿Qué mensaje daría usted a la humanidad del siglo XXI y qué considera clave para el futuro?
No puedo dejar de pensar en la educación/formación de seres humanos y cómo hemos abandonado la idea de “formar almas”, como decía Gabriela Mistral. Aunque sea mirado con algún desdén por el lenguaje moderno, pienso en recuperar la búsqueda de virtudes, esa aspiración a superar nuestra condición primaria. Si somos “un embutido de ángel y bestia”, como dice Parra, pues darle más lugar a lo angélico que también contenemos. En ese trabajo, cultivar la humildad, por ejemplo, ese impulso que implica ponerse en perspectiva con respecto a otros seres de la creación y a nuestro propio valor. Recuperar la austeridad de nuestros mayores, único modo de contrarrestar el exceso de consumo que no solo daña irremediablemente el medio ambiente, sino que nos banaliza y envilece: los objetos no nos harán felices, ni los viajes ni los placeres hedonistas. El deseo ha sido la tiranía para este mundo. En ese vértigo de satisfacción no solo participa una parte de la humanidad, sino que arrastra a los demás en sus consecuencias. Porque es imposible sostener un sistema que agota al planeta; volvamos a mirar a los que sufren, buscar modos de pensar en sanaciones globales, participar del destino humano en forma activa, no solo denunciando o reclamando. MSJ
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Rosabetty Muñoz. Poetisa de Chiloé. Ha sido premiada, entre otros, con el Premio Pablo Neruda (2000); el Premio Consejo Nacional del Libro de Chile (2002); y el Premio Altazor (2013). La antología con su obra Misión fue publicada por Ed. Lumen, Santiago, 2020.